Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

martes, 24 de enero de 2023

Una niebla que aclare | «Laberinto», de José Manuel Benítez Ariza




Una nota de contracubierta informa de que Laberinto (Renacimiento, Sevilla, 2022), «culmina este ciclo indagatorio». Se refiere, sin duda, al ciclo de poesía reflexiva que inició Arabesco (2018), libro donde se desarrolla la metáfora del arte como comprensión de lo intrincado: «Cierro los ojos para ver mejor». Continuó el ciclo con Realidad (2022), cuyo título era ya una declaración de intenciones: «Si miras con ojos entornados, / si sostienes esa mirada anómala, / pierde la realidad su consistencia sólida, sus perfiles precisos / y todo tiende a disolverse». El tercer paso y conclusión lo acaba de dar Laberinto con una cadencia cronológica bianual. Un simbólico final de trilogía que parte de abrir los ojos al mundo (que se habían cerrado para sentir y que se entornaban para verlo transformado): «A la vez que avanzábamos, íbamos discutiendo: / ¿no sería forzoso / reconocer que estábamos perdidos?». Es decir, si se habían cerrado los ojos «para ver», y se habían entornado para comprender, ahora se abren al completo para no ver ni entender. Esta triple actitud de la mirada (cerrada, entornada, abierta) traza el marco simbólico en el que se desarrolla este importante ciclo poético sobre la percepción de la existencia que acaba de «culminar» José Manuel Benítez Ariza (1963). Un hito en la poesía contemporánea.

         El título, Laberinto y su intrínseca ceguera derivan del descubrimiento vital de una incógnita, lo que el volumen indaga: la puerta de salida del laberinto comunica con la puerta de entrada, ambas son la misma. Lo que se había interpretado ontológicamente como camino rectilíneo, a cierta edad se descubre que «el laberinto no era más que un círculo». La edad es, para Benítez Ariza, poeta que en los versos siempre ha sido fiel a su propia biografía, la suya: «Al filo ya de los sesenta, / me da por preguntarme qué vendrá / después, cómo será / el tiempo que me queda». Las dos primeras secciones del libro son la respuesta a esta cuestión biográfica. «Buenos días» es el título del primer poema. Una recreación anafórica y costumbrista de los días del poeta. Un inocente saludo a lo que, durante treinta y cinco años ha sido la materia de su poesía, «la razón de ser de que yo venga aquí a dar fe de ello», que, de repente, descubre en el propio ejercicio de contarlo una amenaza: «¿Os veo mañana?». Poco después se sucede un escalofriante «Abecedario» de muertes y una emocionante elegía en memoria de la madre: «y, al fin y al cabo, da igual, / en la nada que seremos, / quién fue antes, quién detrás».

         El descubrimiento del libro es la otra respuesta que le proporciona la sección que titula también el conjunto: «Laberinto», cuya puerta de salida coincide, «cuando resuena en la memoria / —la distancia más corta—», con la que fue de entrada («y en la tiniebla emerge / mi padre niño con un pájaro…»). Acercarse al final del laberinto implica descubrir el sentido que tuvo… su inicio. Porque los significados, y esta es la lección que cierra el ciclo sobre la percepción, solo se encuentran por detrás, hacia la puerta de entrada al laberinto, también los que ocultan el sentido de la puerta de salida.

         En este marco reflexivo general, el libro incluye dos secciones que completan el ciclo desde otro punto de vista y añaden, a su trazado metafísico como teoría de la percepción, el de gran mosaico de las percepciones. Así, publica ahora un «Tercer cuaderno irlandés», que sumados al «Tríptico irlandés» de Arabesco y a la «Segunda suite irlandesa» de Realidad, ofrecen un libro singular dentro de los libros sobre la experiencia y las visiones de Irlanda. Si en la primera entrega los poemas irlandeses son eminentemente descriptivos, en la segunda predomina el carácter valorativo y crítico, en el tercero, en coherencia con el conjunto, son sobre todo nostálgicos: «Nosotros, desde el barco, le decimos adiós / a este empeño de todo por disolverse en todo, / del que sólo resulta vencedora la niebla». Uno de los poemas finales del libro define la niebla como lo que sustituye la belleza de un paisaje frente al cual los ojos han sido deslumbrados, cuando «la propia luz acaba por destruirlos».

La parte tercera, «Interludio: pájaros», y algunos poemas del conjunto enriquecen las pequeñas meditaciones a partir de elementos de la naturaleza, un tipo de poema, casi una acuarela verbal, que abunda en la trilogía y en los que Benítez Ariza se muestra como un maestro capaz de sugerir lo más complejo a partir de la visión en apariencia más fugaz. Destaca, en este aspecto, el poema «La primera», la evocación de un instante cotidiano, la salida del redil de un rebaño de ovejas, contemplado durante un itinerario por carretera por un grupo de amigos, que de repente quedan ensimismados con la estampa: «Nosotros, desde el coche detenido / al paso del rebaño, / más que verlo pasar, lo entresoñamos». Versos que ofrecen una hermosa metáfora de la percepción poética como epifanía. Esta inesperada revelación detiene el paso del tiempo con una densa trama de sugerencias y evocaciones que permiten el tránsito entre las puertas del laberinto, desde la de salida, que no se ve con los ojos abiertos, hacia la de entrada, que con los ojos cerrados se contempla pletórica de los significados que le proporciona el arte.

[Letras 21 | nuevatribuna.es | 24 de enero de 2023 | Enlace]

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