Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

domingo, 16 de noviembre de 2025

«Cómo enterrar al padre en un poema», de Corina Oproae | La poética de la comprensión





En Cómo enterrar al padre en un poema (Barcelona, 2025), Corina Oproae (1973) emprende un decidido camino hacia el poema extenso, lo que en los tres títulos anteriores era apenas una pulsión que se advertía solo en algún momento. La media de cada uno de los poemas del libro, con excepción de dos breves que en el centro ejercen como bisagra entre las partes, es de seis páginas cada texto, lo que demuestra una clara voluntad de dilatación. Esta, sin embargo, no implica ninguna acumulación de materiales poéticos, ni de amplios desarrollos. Se diría que el poema dilatado aquí se retrae sobre sí mismo a lo largo de su extensión y no ofrece, objetivamente, mayor materia que un poema breve, aunque los juegos de avance entre repeticiones sí aportan intensidad y un decisivo engranaje de matices que se van desplegando alrededor del significado. Y convierten el poema extenso en una peculiar experiencia de lectura, similar a la contemplación de la espiral de una concha de caracola.   

         Esta extensión que va girando sobre un eje aparece potenciada por una única estructura tripartita que se repite en todos los poemas, salvo en los dos breves. Los tres elementos de la estructura, por este movimiento elíptico del lenguaje, no se pueden compartimentar como se hace habitualmente, del verso tal al verso cual, sino que el primero penetra en el territorio del segundo y ambos se resuelven en el tercero. Se diría que el poema se desarrolla como una partitura en la que los instrumentos, los conceptos, entran paulatinamente en la melodía y sumándose acaban sonando todos juntos.

El primer elemento de esta estructura es siempre el yo. Un yo que domina un contexto y que, generalmente, se manifiesta con la segunda persona —«delante de ti / un álamo»—. A este uso se le suele llamar yo testaferro, pero su función en Cómo enterrar al padre en un poema es diferente, no sustituye al yo, sino que deja como en el aire un yo que simula un diálogo entre primera y segunda persona, es decir, entre dos yoes: «te tumbas en un banco verde / de madera // te agarras a una estrella…». Una suerte de yo escindido ente la persona y la conciencia: «te ves a ti misma ajena».

         El segundo elemento de la estructura es una «circunstancia», que tiene la función de ofrecer la carga temática del texto. Esta circunstancia es, en la mayor parte de los poemas, singular. A veces es concreta, como salir una madrugada al jardín, ver un cuadro o escuchar un concierto. En otras ocasiones es abstracta, una idea o un estado de ánimo. El yo y la circunstancia giran sobre sí mismos siempre en dirección al tercer elemento, que es el «poema». Como si la poesía fuera el destino final de la meditación. De hecho, lo es de modo implícito en cualquier poema, pero lo característico de este libro es que necesita convertirlo en explícito. Incluso desde el título, donde aparecen dos de los tres elementos de la estructura básica del libro: circunstancia («enterar al padre») y poesía («en un poema»). El infinitivo anula el primer elemento, posiblemente, por cortesía de título.

         En este recorrido de un tú-yo que se encuentra ante una circunstancia, lo que ocurre es el descubrimiento, en este mismo instante, del poema: «la idea del lugar / se disfraza / y no puedes hacer otra cosa / que escribir el poema que dice / el lugar».  Este no poder hacer otra cosa resulta esencial y revelador de la poética de Corina Oproae, opuesta a la huidiza definición que tiene la poesía en esta época. Sus dudas sobre el género no las comparte la autora, quien con la mayor lucidez concluye su lectura problemática de la realidad —«cómo» es el interrogativo que inicia todos los títulos de los poemas— con un entendimiento que solo llega cuando yo y circunstancia atraviesan los círculos concéntricos del poema.

E incluso apunta más lejos: «te preguntas / si el contenido / o la forma / en que el poema se escribe / pueden modificar la realidad».  Y a esta cuestión, el libro responde, al unísono, que en la poesía reside la única posibilidad de comprensión de la ininteligible realidad del sujeto y de su universo, porque solo el poema es capaz operar, con su «anomalía», desde el interior hasta descubrir aquello que la realidad oculta al manifestarse: «El poema… / no es un placer visual / … / sino una anomalía / que se introduce en la realidad / y la vuelve más densa». Como quien acerca una caracola al oído por escuchar el mar, las espirales semánticas de este libro de Corina Oproae acercan en la lectura poética la razón misma de su acto, el discernimiento de lo real.


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