En Cómo enterrar al padre en un poema (Barcelona, 2025), Corina Oproae
(1973) emprende un decidido camino hacia el poema extenso, lo que en los tres títulos
anteriores era apenas una pulsión que se advertía solo en algún momento. La
media de cada uno de los poemas del libro, con excepción de dos breves
que en el centro ejercen como bisagra entre las partes, es de seis páginas cada
texto, lo que demuestra una clara voluntad de dilatación. Esta, sin embargo, no
implica ninguna acumulación de materiales poéticos, ni de amplios desarrollos.
Se diría que el poema dilatado aquí se retrae sobre sí mismo a lo largo de su
extensión y no ofrece, objetivamente, mayor materia que un poema breve, aunque
los juegos de avance entre repeticiones sí aportan intensidad y un decisivo engranaje
de matices que se van desplegando alrededor del significado. Y convierten el
poema extenso en una peculiar experiencia de lectura, similar a la
contemplación de la espiral de una concha de caracola.
Esta
extensión que va girando sobre un eje aparece potenciada por una única estructura
tripartita que se repite en todos los poemas, salvo en los dos breves. Los tres
elementos de la estructura, por este movimiento elíptico del lenguaje, no se pueden
compartimentar como se hace habitualmente, del verso tal al verso cual, sino que
el primero penetra en el territorio del segundo y ambos se resuelven en el
tercero. Se diría que el poema se desarrolla como una partitura en la que los
instrumentos, los conceptos, entran paulatinamente en la melodía y sumándose acaban
sonando todos juntos.
El primer
elemento de esta estructura es siempre el yo. Un yo que domina un contexto y
que, generalmente, se manifiesta con la segunda persona —«delante de ti / un
álamo»—. A este uso se le suele llamar yo
testaferro, pero su función en Cómo
enterrar al padre en un poema es diferente, no sustituye al yo, sino que
deja como en el aire un yo que simula un diálogo entre primera y segunda persona,
es decir, entre dos yoes: «te tumbas en un banco verde / de madera // te
agarras a una estrella…». Una suerte de yo escindido ente la persona y la
conciencia: «te ves a ti misma ajena».
El
segundo elemento de la estructura es una «circunstancia», que tiene la función
de ofrecer la carga temática del texto. Esta circunstancia es, en la mayor
parte de los poemas, singular. A veces es concreta, como salir una madrugada al
jardín, ver un cuadro o escuchar un concierto. En otras ocasiones es abstracta,
una idea o un estado de ánimo. El yo y la circunstancia giran sobre sí mismos siempre
en dirección al tercer elemento, que es el «poema». Como si la poesía fuera el
destino final de la meditación. De hecho, lo es de modo implícito en cualquier
poema, pero lo característico de este libro es que necesita convertirlo en
explícito. Incluso desde el título, donde aparecen dos de los tres elementos de
la estructura básica del libro: circunstancia («enterar al padre») y poesía
(«en un poema»). El infinitivo anula el primer elemento, posiblemente, por
cortesía de título.
En
este recorrido de un tú-yo que se encuentra ante una circunstancia, lo que ocurre es el descubrimiento, en este mismo instante,
del poema: «la idea del lugar / se
disfraza / y no puedes hacer otra cosa / que escribir el poema que dice / el
lugar». Este no poder hacer otra cosa resulta esencial y revelador de la poética
de Corina Oproae, opuesta a la huidiza definición que tiene la poesía en esta
época. Sus dudas sobre el género no las comparte la autora, quien con la mayor
lucidez concluye su lectura problemática de la realidad —«cómo» es el interrogativo
que inicia todos los títulos de los poemas— con un entendimiento que
solo llega cuando yo y circunstancia atraviesan los círculos concéntricos del
poema.
E incluso
apunta más lejos: «te preguntas / si el contenido / o la forma / en que el
poema se escribe / pueden modificar la realidad». Y a
esta cuestión, el libro responde, al unísono, que en la poesía reside la única
posibilidad de comprensión de la ininteligible realidad del sujeto y de su
universo, porque solo el poema es capaz operar, con su «anomalía», desde el
interior hasta descubrir aquello que la realidad oculta al manifestarse: «El
poema… / no es un placer visual / … / sino una anomalía / que se introduce en
la realidad / y la vuelve más densa». Como quien acerca una caracola al oído
por escuchar el mar, las espirales semánticas de este libro de Corina Oproae acercan en la lectura poética la razón
misma de su acto, el discernimiento de lo
real.

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