Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

martes, 25 de noviembre de 2025

Vestigios de una inscripción | «Sujetos de clausura» de Ana Becciú







Lo primero que impacta en la lectura de Sujetos de clausura (Libros de la resistencia, Madrid, 2025), título que aparece tras casi veinte años sin publicaciones de la autora y casi cuarenta desde la edición de su esencial Ronda de noche (1987), es la precariedad de la voz desde la que está escrito el libro. Una voz tenue y próxima a quebrarse, que parece no solo emanar desde una mudez, sino tratar, en la escritura, de perpetuarla. Ana Becciú (1948) prolonga el despojamiento que había iniciado en algunos poemas de La visita (2007) y le brinda al poema y, en especial a su propia concepción, una metáfora cuya exactitud estremece: lo que ya permanece sometido a clausura. Un recinto —verbal— al que no se puede acceder desde el exterior, pero tampoco aquí, como poética, desde el interior: «no contestes, / no le contestes / a este son no / le / contestes».

         Una voz paradójica en su esencia, con la conciencia de vivir clausurada, pero al mismo tiempo con la convicción de ser voz que se pronuncia («Esto poco que a veces digo») y que al hacerlo reivindica, como todas las voces, un mundo: «noche o dama, cuerpo, país». Estos han sido los tres asuntos centrales de su meditación —el amor, la sexualidad, Argentina— y su poesía del presente resulta del modo de trenzarse los tres como el hábito de una ausencia. Una carencia, por otra parte, muy superior a la comprensión del sujeto: «Rielan ahí pedacitos de un yo / que no entiende, no entiende». Enigma que emerge a través de una voz insegura al pronunciar las palabras, de ahí el recurso constante a la repetición, propia de los lenguajes que balbucen, y de ahí también los textos que empiezan in media res («…a decir la historia, dos, / pero si no hay historia, no») o arrancan a partir de una pregunta («Yo sé —¿sé?— pregunto») o de una renuncia inicial a cualquier conocimiento («Quién sabe,»).

         Cada poema de Ana Becciú en Sujetos de clausura es como una inscripción en roca caliza, restos de un pergamino colonizado por los hongos o, quizá, menos enfáticamente, la insuficiente memoria de una conversación brillante que se produjo décadas atrás. El milagro de Sujetos de clausura, como ocurre con la clarividencia de inscripciones, pergaminos y memorias, es que la luz escasa, constreñida y fragmentaria que ofrece ilumina desde las palabras escritas más que la cegadora luz de los discursos inanes. Como despojos informes de una antigua vasija, los poemas —«la voz deshecha»— son capaces de recomponer el objeto primigenio, es decir, las trazas de un pensamiento poético que juzga el mundo —«Toda esta deshonra del amor»— y con su juicio construye una «clausura» cuya lucidez, de repente, ilumina, descubre, dice. Un recogimiento al que se accede solo desde la lectura de un libro donde la incomprensión sustancial, como ocurre con los vestigios de lo que ya no está, se convierte en significado.

        


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