O real é a palavra
E. de A.
E. de A.
CLARIVIDENCIAS DE UN PRIMER LIBRO
As mãos e os frutos [Las manos y los frutos] (1948) es el libro que de verdad inaugura la obra poética de Eugénio de Andrade, según él mismo ha querido. La primera estrofa, de hecho, no sólo incluye algunos de sus motivos recurrentes, como las omnipresentes «manos», los «frutos» o el «agua» —símbolo poliédrico y esencial—, sino que también presagia uno de los temas esenciales: «Sólo tus manos acercan los frutos. / Sólo ellas desnudan la tristeza / de estos ojos, chopos míos, / llenos de sombra y rasos de agua».
El conflicto entre la luminosidad que el amor acerca y las sombras que le acechan late en el conjunto de la obra, aun en los libros donde triunfa la claridad solar de la mañana. Y acaso éste sea uno de pilares temáticos de su poesía.
Es sólo la primera estrofa, pero ya anuncia la intención significativa del libro. En él Andrade recupera la tradición del idealismo amoroso, la de los cancioneros medievales y renacentistas, a través de un triple acercamiento: un determinado repertorio léxico y simbólico («Tú ya tenías un nombre, y yo no sé / si eras fuente o brisa o mar o flor»), un vaga emulación de ciertos efectos sonoros medievales («Andaba como quien pasa / ... / Sonreía como quien danza») y un planteamiento temático de los poemas en el marco de este idealismo, tanto en los textos que evocan plenitud como en los que delatan ausencia.
Así se va construyendo As mãos e os frutos. Resulta imprescindible mencionar ahora que una de las características de Andrade desde el principio es la importancia que tiene la ordenación de los textos en el conjunto, su sintaxis: los poemas no sólo aportan un valor en sí mismo, sino que irradian significados hacia el conjunto que los incluye mediante recurrencias y repeticiones. También los primeros o los últimos poemas ofrecen la pauta o condicionan el sentido general de cada libro. Es lo que ocurre en As mãos e os frutos; los cuatro últimos poemas modifican de súbito la lectura plácidamente idealista de los textos que preceden. En especial el poema XXXIII: empieza con una estrofa en que la relación amorosa, pese a aparecer como compartida y plena, atrae palabras (señaladas aquí en cursiva) opuestas a esta plenitud: «Tu vida es una historia triste. / La mía, igual que la tuya. / Manos apresadas y corazón apresado, / llenamos de sombra la misma calle». El verso final desvela la razón de esta tristeza que ha nacido en el amor: «cada jardín nos cierra su entrada». La lectura del libro cobra de súbito en este poema una dimensión insospechada que amenaza su inocente idealismo: una vez cumplida la aspiración del amor, la represión (¿social, existencial...?, esta misma ambigüedad crecerá en títulos posteriores) de este amor impide su goce. Los dos versos finales del siguiente poema engarzan con los versos iniciales y sirven de aciago colofón a la fiesta de los sentidos que le precede: «como frutos de sombra sin sabor / vamos cayendo al suelo podridos». Lo que más impresione tal vez de As mãos e os frutos sea que esta perfecta trama circular se repita igualmente, con sorprendente similitud y tras seis décadas de escritura poética, en la visión del conjunto de la obra.
As mãos e os frutos [Las manos y los frutos] (1948) es el libro que de verdad inaugura la obra poética de Eugénio de Andrade, según él mismo ha querido. La primera estrofa, de hecho, no sólo incluye algunos de sus motivos recurrentes, como las omnipresentes «manos», los «frutos» o el «agua» —símbolo poliédrico y esencial—, sino que también presagia uno de los temas esenciales: «Sólo tus manos acercan los frutos. / Sólo ellas desnudan la tristeza / de estos ojos, chopos míos, / llenos de sombra y rasos de agua».
El conflicto entre la luminosidad que el amor acerca y las sombras que le acechan late en el conjunto de la obra, aun en los libros donde triunfa la claridad solar de la mañana. Y acaso éste sea uno de pilares temáticos de su poesía.
Es sólo la primera estrofa, pero ya anuncia la intención significativa del libro. En él Andrade recupera la tradición del idealismo amoroso, la de los cancioneros medievales y renacentistas, a través de un triple acercamiento: un determinado repertorio léxico y simbólico («Tú ya tenías un nombre, y yo no sé / si eras fuente o brisa o mar o flor»), un vaga emulación de ciertos efectos sonoros medievales («Andaba como quien pasa / ... / Sonreía como quien danza») y un planteamiento temático de los poemas en el marco de este idealismo, tanto en los textos que evocan plenitud como en los que delatan ausencia.
Así se va construyendo As mãos e os frutos. Resulta imprescindible mencionar ahora que una de las características de Andrade desde el principio es la importancia que tiene la ordenación de los textos en el conjunto, su sintaxis: los poemas no sólo aportan un valor en sí mismo, sino que irradian significados hacia el conjunto que los incluye mediante recurrencias y repeticiones. También los primeros o los últimos poemas ofrecen la pauta o condicionan el sentido general de cada libro. Es lo que ocurre en As mãos e os frutos; los cuatro últimos poemas modifican de súbito la lectura plácidamente idealista de los textos que preceden. En especial el poema XXXIII: empieza con una estrofa en que la relación amorosa, pese a aparecer como compartida y plena, atrae palabras (señaladas aquí en cursiva) opuestas a esta plenitud: «Tu vida es una historia triste. / La mía, igual que la tuya. / Manos apresadas y corazón apresado, / llenamos de sombra la misma calle». El verso final desvela la razón de esta tristeza que ha nacido en el amor: «cada jardín nos cierra su entrada». La lectura del libro cobra de súbito en este poema una dimensión insospechada que amenaza su inocente idealismo: una vez cumplida la aspiración del amor, la represión (¿social, existencial...?, esta misma ambigüedad crecerá en títulos posteriores) de este amor impide su goce. Los dos versos finales del siguiente poema engarzan con los versos iniciales y sirven de aciago colofón a la fiesta de los sentidos que le precede: «como frutos de sombra sin sabor / vamos cayendo al suelo podridos». Lo que más impresione tal vez de As mãos e os frutos sea que esta perfecta trama circular se repita igualmente, con sorprendente similitud y tras seis décadas de escritura poética, en la visión del conjunto de la obra.
LA JORNADA DE UN POETA
A partir de este primer libro es posible dividir la extensa obra de Andrade en tres grandes períodos. El primero engloba los títulos editados hasta la década de los 80, en vísperas de Materia solar, libro que, sin abandonar el universo temático, propone una orientación formal renovada, una primera refundación de su poética. Este ciclo inicial, tras As mãos e os frutos, consta de doce libros, aunque dos, al final, pueden considerarse de transición y otros dos no aportan valor argumental al período por su carácter circunstancial o específico, ambos publicados en 1974: Escrita da Terra [Escritura de la tierra], poemas de viaje y evocación de lugares, y Homenagens e outros epitáfios [Homenajes y otros epitafios], espléndida colección de poemas con nombres propios. Los ocho libros restantes trazan, uno tras otro, el arco perfecto que recorre el día en el cielo; esta es el principal elemento temático que perfila y define el ciclo. Os amantes sem dinheiro [Los amantes sin dinero] (1950) y, sobre todo, As palavras interditas [Las palabras prohibidas] (1951) están escritos desde la noche. En un exordio en prosa poética del segundo se lee: «Así es como llega la noche, y dentro de ella te busco...». Este tono nocturno e insatisfecho condiciona ambos libros, y en especial el segundo, mucho más radical. En éste, la «noche» adquiere además una dimensión política: «Y la noche crece apasionadamente. / En sus márgenes desnudos, desolados, / cada hombre tiene sólo para dar / un horizonte de ciudades bombardeadas». Conviene recordar, sin embargo, que un «Soneto» de Os amantes sem dinheiro había afirmado rotundo: «amor... / solo a ti te canto, que ni yo sé / otra forma de ser y de encontrarme». Y este lema sirve para todos y cada uno de los poemas escritos por Andrade, incluso aquellos que, como en estos dos libros, se nutren de un malestar social e histórico: «La ciudad donde te he amado ha sido mutilada / y no puedo abolir los centinelas del miedo». La referencia social, o política, se lee con claridad, pero es necesario señalar que ésta únicamente aparece si está vinculada a una reflexión amorosa. Esta ambivalencia en el referente político transciende, evidentemente, la contingencia histórica de una lectura superficial, aunque cabe pensar también que lo político posee una función singular dentro del lenguaje amoroso: añade un matiz de mayor expresionismo al conjunto de imágenes que ilustran la desesperación. Así, en el poema «Te busco» se leen estos versos: «Tener sólo dedos y dientes es muy triste: / dedos para amortajar niños, / dientes para roer la soledad». El matiz político que sin duda presenta la mención a los «dedos» resulta posiblemente más débil que la metáfora del desamor que también es.
«Aguardo la madrugada, impaciente, / los pies descalzos en la arena», así concluye el penúltimo poema de As palavras interditas, y en sendos primeros poemas de los dos títulos siguientes irradia la mismo forma verbal: «Amanece». Una significativa cita de Antonio Machado al frente de Até amanhã [Hasta mañana] (1956) proporciona la clave de la transformación temporal: «Un corazón solitario / no es un corazón». En los libros de Andrade aparece una única cita; siempre al principio, siempre relacionada directamente en el significado profundo del volumen. El primer poema, en coherencia con la cita de Machado, luce el título de «Corazón habitado» y de sus dos versos iniciales emerge uno de los símbolos más constantes en su máximo esplendor: «Aquí están las manos. / Son los signos más bellos de la tierra.» Se multiplican las expresiones de compañía: «conmigo», «contigo», «otro cuerpo»... Un simple recorrido por las palabras que Até amanhã incorpora al léxico del poeta da una idea precisa de la intención del libro: «juventud», «claridad», «luz», «cuerpo» y, sobre todo, «alegría». Palabras que tienen valor por sí mismas y también por los lúgubres términos a los que sustituyen: «Es urgente destruir ciertas palabras, / odio, soledad y crueldad /... / Es urgente inventar alegría». Coração do dia [Corazón del día] (1958), libro dedicado a la memoria de la madre, mantiene este tono auroral y añade un nuevo recurso para esquivar la soledad cuando ésta, pese la exaltación del amor, se presenta: la memoria de la infancia. Un espléndido poema, «Un río te espera» empieza con un verso que recuerda el tono de As palavras interditas: «Estás sólo y es de noche». El poeta atraviesa la ciudad y llega al río, allí contempla las aguas («Por un momento olvidas / la ciudad y su comercio de fantasmas») y estas le remontan a una época idílica y plena, la infancia: «Miras el río / como si fuera el lecho / de tu infancia: / te acuerdas de la madreselva / en el muro del huerto...»
Mar de setembro [Mar de septiembre] (1961) dibuja su tono en plena claridad de la mañana: «Todo era claro: / cielo, labios, arenas.» La «alegría», el «mar», el «deseo» («Al deseo / a la sombra aguda / del deseo, / yo me abandono») y las «palabras» («las más antiguas, / las más recientes») son los núcleos semánticos de un libro que busca su singularidad sobre todo en el ámbito formal. Los poemas se estilizan léxicamente, pero se adensan en su vertiente sonora, tal vez sea éste su título de más cuidada sonoridad. Para ello recurre a los cancioneros medievales, cuyos recursos (estribillos, paralelismos, repeticiones...) laten, en una interpretación absolutamente libre, en el tejido sonoro de los poemas.
Un «Soneto menor a la llegada del verano» anuncia lo que será el tema central de Ostinato rigore (1964). Hasta ahora el verano había sido un motivo frecuente en la poesía de Andrade, aunque también el otoño u otras estaciones. Este libro eleva el verano de simple motivo a símbolo axial de su universo poético: «así es como el verano / entra en el poema». La poética expresada «Los frutos» lo corrobora: «Así quería el poema: / trémulo de luz, áspero de tierra, / rumoroso de aguas y de viento». Es la exaltación del verano, o con mayor precisión, de la mañana de verano: «Sólo el deseo es matinal». Obscuro domínio (1971) adensa las líneas temáticas principales de esta zona central de su obra. La exaltación del esplendor diurno del mundo: «en el lecho matinal / declino la belleza». La impregnación tan honda que las palabras y el poema tienen de esta realidad: «Respiro la tierra en las palabras». La poesía del «cuerpo habitado», del deseo cumplido y su satisfacción: «Así es el amor: mortal y navegable». Y aunque se ha dicho que la poesía amorosa de Andrade carece de género, en Obscuro domínio aparecen marcas de sexo que lo desmienten: «la frágil y dulce y mansa / masculina agua de los ojos», «Inundándote de cuchillos, / de saliva esperma lumbre» o la cita final de Hölderlin: «La amada es muchas veces un amigo». Sin contar con poemas tan admirables como «Ariadna», que rompe la contención expresiva habitual de Andrade para expandirse por un magnífico tono coloquial y cotidiano: «...en Delfos donde, entre columnas, / me pasaba los días divinamente fornicando, / indiferente al oráculo de Apolo. / Además, ¿qué dios griego no me aprobaría? / ¿Qué otra cosa se puede hacer en Grecia? / Allí podéis fornicar con todo el mundo/ —es clásico y barato—, / hasta con los coroneles.» Hay en este poema una absorción del más puro espíritu clásico como vivencia interna, irreverente y pletórica de vida.
Véspera da água [Víspera del agua] (1973) se sitúa en el polo opuesto del poema «Ariadna», el tono se hace más abstracto, hay en él una mayor introspección («tu destino eres tú»). En el centro de esta transformación se yergue un verbo desconocido en la poesía precedente de Andrade: «Entre la hoja blanca y el filo de la mirada / la boca envejece». Se impone la conciencia de que la plenitud del verano acaba («¿quién recuerda el blanco / aroma de la alegría?»), de que «el invierno va a llegar». Esta inflexión temática en el cántico del esplendor diurno del mundo sitúa Véspera da água en horas crepusculares. Las referencias al presentimiento de la noche se multiplican: «a la entrada de la noche», «...es otoño, el viento / arde antes de oscurecer», «al borde del crepúsculo»... El ciclo se cierra con la perfección del círculo y la fatalidad del tránsito solar. El símbolo del «agua», que había adquirido los más altos significados en la hora cenital (infancia, belleza, deseo habitado...), se prepara ahora para impregnarse de los augurios más lúgubres: «sin otras manos que lentas barcas / va aproximándose el agua», «el sol / no tardará en ser agua». La poesía de Eugenio de Andrade va cerrándose sobre sí misma, completándose armónicamente, intuyendo un final.
Los dos títulos que siguen a esta auténtica jornada poética (noche-amanecer-mañana- verano [mediodía]-crepúsculo) como una suerte de período de transición acaso sean, sobre todo el primero, los más extraños en el conjunto. Se percibe que el poeta ha cerrado un período extenso e intenso en su obra, y que siente la necesidad de hallar nuevos caminos que aún no ha descubierto. De ahí que Limiar dos pássaros [Umbral de los pájaros] (1976) rompa la unidad formal característica en Andrade. Cada una de sus tres partes (un poema extenso, un largo texto en prosa poética y un conjunto de fragmentos breves) persigue objetivos discursivos diferentes, en un intento sin duda de encontrar una nueva vía de crecimiento retórico para su poesía. Dos polos temáticos definen el carácter de transición de este libro, por una parte hay una recreación del itinerario poético global de Andrade, desde la claridad hasta el presentimiento de la noche; pero por otra parte, y como contrapunto, se acumulan términos emparentados con la nueva concepción del símbolo nocturno, de honda raíz temporal («ruina», «envejece», «devora», «extingue»...).
Memória doutro rio [Memoria de otro río] (1978), que explora el poema en prosa, se desenvuelve en un aire narrativo que relaja la tensión de final de ciclo que amenazaba a los títulos precedentes. El volumen, claro ejemplo de obra de inflexión, cumple su papel de dotar de un contexto narrativo y distendido al universo poético de Andrade, que ya en títulos como Mar de setembro o Véspera da agua se había dejado seducir por la concentración léxica, el despojamiento formal y la densidad significativa.
A partir de este primer libro es posible dividir la extensa obra de Andrade en tres grandes períodos. El primero engloba los títulos editados hasta la década de los 80, en vísperas de Materia solar, libro que, sin abandonar el universo temático, propone una orientación formal renovada, una primera refundación de su poética. Este ciclo inicial, tras As mãos e os frutos, consta de doce libros, aunque dos, al final, pueden considerarse de transición y otros dos no aportan valor argumental al período por su carácter circunstancial o específico, ambos publicados en 1974: Escrita da Terra [Escritura de la tierra], poemas de viaje y evocación de lugares, y Homenagens e outros epitáfios [Homenajes y otros epitafios], espléndida colección de poemas con nombres propios. Los ocho libros restantes trazan, uno tras otro, el arco perfecto que recorre el día en el cielo; esta es el principal elemento temático que perfila y define el ciclo. Os amantes sem dinheiro [Los amantes sin dinero] (1950) y, sobre todo, As palavras interditas [Las palabras prohibidas] (1951) están escritos desde la noche. En un exordio en prosa poética del segundo se lee: «Así es como llega la noche, y dentro de ella te busco...». Este tono nocturno e insatisfecho condiciona ambos libros, y en especial el segundo, mucho más radical. En éste, la «noche» adquiere además una dimensión política: «Y la noche crece apasionadamente. / En sus márgenes desnudos, desolados, / cada hombre tiene sólo para dar / un horizonte de ciudades bombardeadas». Conviene recordar, sin embargo, que un «Soneto» de Os amantes sem dinheiro había afirmado rotundo: «amor... / solo a ti te canto, que ni yo sé / otra forma de ser y de encontrarme». Y este lema sirve para todos y cada uno de los poemas escritos por Andrade, incluso aquellos que, como en estos dos libros, se nutren de un malestar social e histórico: «La ciudad donde te he amado ha sido mutilada / y no puedo abolir los centinelas del miedo». La referencia social, o política, se lee con claridad, pero es necesario señalar que ésta únicamente aparece si está vinculada a una reflexión amorosa. Esta ambivalencia en el referente político transciende, evidentemente, la contingencia histórica de una lectura superficial, aunque cabe pensar también que lo político posee una función singular dentro del lenguaje amoroso: añade un matiz de mayor expresionismo al conjunto de imágenes que ilustran la desesperación. Así, en el poema «Te busco» se leen estos versos: «Tener sólo dedos y dientes es muy triste: / dedos para amortajar niños, / dientes para roer la soledad». El matiz político que sin duda presenta la mención a los «dedos» resulta posiblemente más débil que la metáfora del desamor que también es.
«Aguardo la madrugada, impaciente, / los pies descalzos en la arena», así concluye el penúltimo poema de As palavras interditas, y en sendos primeros poemas de los dos títulos siguientes irradia la mismo forma verbal: «Amanece». Una significativa cita de Antonio Machado al frente de Até amanhã [Hasta mañana] (1956) proporciona la clave de la transformación temporal: «Un corazón solitario / no es un corazón». En los libros de Andrade aparece una única cita; siempre al principio, siempre relacionada directamente en el significado profundo del volumen. El primer poema, en coherencia con la cita de Machado, luce el título de «Corazón habitado» y de sus dos versos iniciales emerge uno de los símbolos más constantes en su máximo esplendor: «Aquí están las manos. / Son los signos más bellos de la tierra.» Se multiplican las expresiones de compañía: «conmigo», «contigo», «otro cuerpo»... Un simple recorrido por las palabras que Até amanhã incorpora al léxico del poeta da una idea precisa de la intención del libro: «juventud», «claridad», «luz», «cuerpo» y, sobre todo, «alegría». Palabras que tienen valor por sí mismas y también por los lúgubres términos a los que sustituyen: «Es urgente destruir ciertas palabras, / odio, soledad y crueldad /... / Es urgente inventar alegría». Coração do dia [Corazón del día] (1958), libro dedicado a la memoria de la madre, mantiene este tono auroral y añade un nuevo recurso para esquivar la soledad cuando ésta, pese la exaltación del amor, se presenta: la memoria de la infancia. Un espléndido poema, «Un río te espera» empieza con un verso que recuerda el tono de As palavras interditas: «Estás sólo y es de noche». El poeta atraviesa la ciudad y llega al río, allí contempla las aguas («Por un momento olvidas / la ciudad y su comercio de fantasmas») y estas le remontan a una época idílica y plena, la infancia: «Miras el río / como si fuera el lecho / de tu infancia: / te acuerdas de la madreselva / en el muro del huerto...»
Mar de setembro [Mar de septiembre] (1961) dibuja su tono en plena claridad de la mañana: «Todo era claro: / cielo, labios, arenas.» La «alegría», el «mar», el «deseo» («Al deseo / a la sombra aguda / del deseo, / yo me abandono») y las «palabras» («las más antiguas, / las más recientes») son los núcleos semánticos de un libro que busca su singularidad sobre todo en el ámbito formal. Los poemas se estilizan léxicamente, pero se adensan en su vertiente sonora, tal vez sea éste su título de más cuidada sonoridad. Para ello recurre a los cancioneros medievales, cuyos recursos (estribillos, paralelismos, repeticiones...) laten, en una interpretación absolutamente libre, en el tejido sonoro de los poemas.
Un «Soneto menor a la llegada del verano» anuncia lo que será el tema central de Ostinato rigore (1964). Hasta ahora el verano había sido un motivo frecuente en la poesía de Andrade, aunque también el otoño u otras estaciones. Este libro eleva el verano de simple motivo a símbolo axial de su universo poético: «así es como el verano / entra en el poema». La poética expresada «Los frutos» lo corrobora: «Así quería el poema: / trémulo de luz, áspero de tierra, / rumoroso de aguas y de viento». Es la exaltación del verano, o con mayor precisión, de la mañana de verano: «Sólo el deseo es matinal». Obscuro domínio (1971) adensa las líneas temáticas principales de esta zona central de su obra. La exaltación del esplendor diurno del mundo: «en el lecho matinal / declino la belleza». La impregnación tan honda que las palabras y el poema tienen de esta realidad: «Respiro la tierra en las palabras». La poesía del «cuerpo habitado», del deseo cumplido y su satisfacción: «Así es el amor: mortal y navegable». Y aunque se ha dicho que la poesía amorosa de Andrade carece de género, en Obscuro domínio aparecen marcas de sexo que lo desmienten: «la frágil y dulce y mansa / masculina agua de los ojos», «Inundándote de cuchillos, / de saliva esperma lumbre» o la cita final de Hölderlin: «La amada es muchas veces un amigo». Sin contar con poemas tan admirables como «Ariadna», que rompe la contención expresiva habitual de Andrade para expandirse por un magnífico tono coloquial y cotidiano: «...en Delfos donde, entre columnas, / me pasaba los días divinamente fornicando, / indiferente al oráculo de Apolo. / Además, ¿qué dios griego no me aprobaría? / ¿Qué otra cosa se puede hacer en Grecia? / Allí podéis fornicar con todo el mundo/ —es clásico y barato—, / hasta con los coroneles.» Hay en este poema una absorción del más puro espíritu clásico como vivencia interna, irreverente y pletórica de vida.
Véspera da água [Víspera del agua] (1973) se sitúa en el polo opuesto del poema «Ariadna», el tono se hace más abstracto, hay en él una mayor introspección («tu destino eres tú»). En el centro de esta transformación se yergue un verbo desconocido en la poesía precedente de Andrade: «Entre la hoja blanca y el filo de la mirada / la boca envejece». Se impone la conciencia de que la plenitud del verano acaba («¿quién recuerda el blanco / aroma de la alegría?»), de que «el invierno va a llegar». Esta inflexión temática en el cántico del esplendor diurno del mundo sitúa Véspera da água en horas crepusculares. Las referencias al presentimiento de la noche se multiplican: «a la entrada de la noche», «...es otoño, el viento / arde antes de oscurecer», «al borde del crepúsculo»... El ciclo se cierra con la perfección del círculo y la fatalidad del tránsito solar. El símbolo del «agua», que había adquirido los más altos significados en la hora cenital (infancia, belleza, deseo habitado...), se prepara ahora para impregnarse de los augurios más lúgubres: «sin otras manos que lentas barcas / va aproximándose el agua», «el sol / no tardará en ser agua». La poesía de Eugenio de Andrade va cerrándose sobre sí misma, completándose armónicamente, intuyendo un final.
Los dos títulos que siguen a esta auténtica jornada poética (noche-amanecer-mañana- verano [mediodía]-crepúsculo) como una suerte de período de transición acaso sean, sobre todo el primero, los más extraños en el conjunto. Se percibe que el poeta ha cerrado un período extenso e intenso en su obra, y que siente la necesidad de hallar nuevos caminos que aún no ha descubierto. De ahí que Limiar dos pássaros [Umbral de los pájaros] (1976) rompa la unidad formal característica en Andrade. Cada una de sus tres partes (un poema extenso, un largo texto en prosa poética y un conjunto de fragmentos breves) persigue objetivos discursivos diferentes, en un intento sin duda de encontrar una nueva vía de crecimiento retórico para su poesía. Dos polos temáticos definen el carácter de transición de este libro, por una parte hay una recreación del itinerario poético global de Andrade, desde la claridad hasta el presentimiento de la noche; pero por otra parte, y como contrapunto, se acumulan términos emparentados con la nueva concepción del símbolo nocturno, de honda raíz temporal («ruina», «envejece», «devora», «extingue»...).
Memória doutro rio [Memoria de otro río] (1978), que explora el poema en prosa, se desenvuelve en un aire narrativo que relaja la tensión de final de ciclo que amenazaba a los títulos precedentes. El volumen, claro ejemplo de obra de inflexión, cumple su papel de dotar de un contexto narrativo y distendido al universo poético de Andrade, que ya en títulos como Mar de setembro o Véspera da agua se había dejado seducir por la concentración léxica, el despojamiento formal y la densidad significativa.
MORADA DEL SILENCIO
De una manera sutil, como de hecho sutiles son todas las estrategias formales en Eugénio de Andrade, el primer poema de Matéria solar (1980) muestra el deseo de reiniciar la obra: «Podrías enseñar a la mano / otro arte / ese de atravesar el vidrio». Y esta voluntad de esencialidad que se intuye en el difícil don de «atravesar el vidrio» va a ser en efecto, si no «otro arte», al menos el inicio de un nuevo y fértil período en el curso de su obra. Tomados los poemas de uno en uno, muchos no contrastarán con los del período anterior. De hecho, en todos los libros de los años 80, período que inicia Matéria solar, hay poemas que exaltan la luz del verano, la juventud y las palabras que ésta convoca («cómo reflejan [las palabras] lo que de juvenil / ha habido siempre en ti»). Lo que da sentido al nuevo período es el diálogo que los poemas establecen dentro del libro, su sintaxis, ahora mucho más decisiva si cabe. O dicho con mayor precisión, la tensión expresiva que se crea en cada uno de los títulos de esta década. Así Matéria solar es el primero en el que se advierte la conjunción de los poemas como exposición de un conflicto. La tensión se plantea entre dos actitudes enfrentadas: por una parte la conciencia de la ruina corporal, de la desolación ante el amor y el deseo («yo amaba el amor, esa lepra») y de la muerte («El cuerpo aprende despacio / a conocer la tierra»), y por otra parte, el intento a toda costa por mantener las constantes de la plenitud («la boca que se olvida en tu pecho / de envejecer y sabe aún rehusar». La tensión entre ya invierno y aún verano.
O peso da sombra [El peso de la sombra] (1982) recupera para uno de los polos de la tensión la infancia. Los poemas, a modo de brillante mosaico, recrean una infancia estilizada, ideal, arcádica casi, en la que el amor surge como un don espontáneo. Frente a esta recreación se alza en el polo opuesto el presente, con sus miedos, los silencios, la lluvia y el cansancio. ay en el título siguiente, Branco no branco [Blanco en lo blanco] (1984), una explosión pletórica de la sensualidad amorosa, acaso en este libro se incluyan los poemas con una sexualidad más explícita, que se encara directamente con la conciencia de la muerte y que no duda en afirmar su superioridad, su eternidad: «Una boca es inmortal / sobre otra boca», «con la noche se fueron los caballos; / parten para no morir». O outro nome da terra [El otro nombre de la tierra] (1988), compuesto por tres breves libros, presenta en la segunda parte, «Complicidades del verano», la tensión nuclear del ciclo entre el deseo y el declive del cuerpo («El deseo, el aéreo y luminoso / y herido deseo latía aún / no sé bien en qué lugar / del cuerpo en declive pero latía»); y la tercera parte, «Rosa del mundo», añade una nueva e interesante tensión: la memoria frente a la ausencia de la memoria, es decir, la muerte.
En su conjunto, estos tres libros ahondan en el conflicto esencial del poeta, cuyo universo se debate entre la aspiración a la intemporalidad que palpita en la naturaleza, en el lenguaje y en el amor —los tres ámbitos predilectos de su poesía— y la condición mortal de la vida humana. Ahora bien, esta tensión temática tiene también una inmediata repercusión expresiva. En los años 80, la poesía de Andrade se adensa, se hace más esencial, se encamina —muchos poemas lo afirman— hacia el silencio, un «silencio» que funde matices existenciales (la conciencia de la muerte: «Un día abandonaré las manos / al barro aún caliente del silencio») y conceptuales (la máxima esencialidad de la escritura: «ni siquiera sé aún / cómo juntar las sílabas del silencio»). Hay un poema en O peso da sombra que relaciona directamente las tensiones temáticas aludidas con la esencialidad expresiva: «Soy fiel al ardor, / amo esta especie de verano / que de lejos viene a morirme en las manos / y juro que al hacer de la palabra / morada del silencio / no hay otra razón».
De una manera sutil, como de hecho sutiles son todas las estrategias formales en Eugénio de Andrade, el primer poema de Matéria solar (1980) muestra el deseo de reiniciar la obra: «Podrías enseñar a la mano / otro arte / ese de atravesar el vidrio». Y esta voluntad de esencialidad que se intuye en el difícil don de «atravesar el vidrio» va a ser en efecto, si no «otro arte», al menos el inicio de un nuevo y fértil período en el curso de su obra. Tomados los poemas de uno en uno, muchos no contrastarán con los del período anterior. De hecho, en todos los libros de los años 80, período que inicia Matéria solar, hay poemas que exaltan la luz del verano, la juventud y las palabras que ésta convoca («cómo reflejan [las palabras] lo que de juvenil / ha habido siempre en ti»). Lo que da sentido al nuevo período es el diálogo que los poemas establecen dentro del libro, su sintaxis, ahora mucho más decisiva si cabe. O dicho con mayor precisión, la tensión expresiva que se crea en cada uno de los títulos de esta década. Así Matéria solar es el primero en el que se advierte la conjunción de los poemas como exposición de un conflicto. La tensión se plantea entre dos actitudes enfrentadas: por una parte la conciencia de la ruina corporal, de la desolación ante el amor y el deseo («yo amaba el amor, esa lepra») y de la muerte («El cuerpo aprende despacio / a conocer la tierra»), y por otra parte, el intento a toda costa por mantener las constantes de la plenitud («la boca que se olvida en tu pecho / de envejecer y sabe aún rehusar». La tensión entre ya invierno y aún verano.
O peso da sombra [El peso de la sombra] (1982) recupera para uno de los polos de la tensión la infancia. Los poemas, a modo de brillante mosaico, recrean una infancia estilizada, ideal, arcádica casi, en la que el amor surge como un don espontáneo. Frente a esta recreación se alza en el polo opuesto el presente, con sus miedos, los silencios, la lluvia y el cansancio. ay en el título siguiente, Branco no branco [Blanco en lo blanco] (1984), una explosión pletórica de la sensualidad amorosa, acaso en este libro se incluyan los poemas con una sexualidad más explícita, que se encara directamente con la conciencia de la muerte y que no duda en afirmar su superioridad, su eternidad: «Una boca es inmortal / sobre otra boca», «con la noche se fueron los caballos; / parten para no morir». O outro nome da terra [El otro nombre de la tierra] (1988), compuesto por tres breves libros, presenta en la segunda parte, «Complicidades del verano», la tensión nuclear del ciclo entre el deseo y el declive del cuerpo («El deseo, el aéreo y luminoso / y herido deseo latía aún / no sé bien en qué lugar / del cuerpo en declive pero latía»); y la tercera parte, «Rosa del mundo», añade una nueva e interesante tensión: la memoria frente a la ausencia de la memoria, es decir, la muerte.
En su conjunto, estos tres libros ahondan en el conflicto esencial del poeta, cuyo universo se debate entre la aspiración a la intemporalidad que palpita en la naturaleza, en el lenguaje y en el amor —los tres ámbitos predilectos de su poesía— y la condición mortal de la vida humana. Ahora bien, esta tensión temática tiene también una inmediata repercusión expresiva. En los años 80, la poesía de Andrade se adensa, se hace más esencial, se encamina —muchos poemas lo afirman— hacia el silencio, un «silencio» que funde matices existenciales (la conciencia de la muerte: «Un día abandonaré las manos / al barro aún caliente del silencio») y conceptuales (la máxima esencialidad de la escritura: «ni siquiera sé aún / cómo juntar las sílabas del silencio»). Hay un poema en O peso da sombra que relaciona directamente las tensiones temáticas aludidas con la esencialidad expresiva: «Soy fiel al ardor, / amo esta especie de verano / que de lejos viene a morirme en las manos / y juro que al hacer de la palabra / morada del silencio / no hay otra razón».
PRÓXIMO A LA CONVERSACIÓN
Esta «morada de silencio» ampara la poesía de Eugenio de Andrade en la década de los 80. Rente ao dizer [Próximo al decir] (1992) se abre con un poema que, a modo de poética, sitúa de manera explícita su escritura en un ámbito distante al ciclo anterior: «Lengua; / lengua del habla; /.../ lengua en la que escribo; / o antes: hablo». Esta proximidad al habla que enuncian título y poema supone un rotundo cambio: el tono se distiende. Los poemas parten de un presente inmediato, luego a veces tienden hacia el recuerdo o la evocación, pero de una manera natural el pasado surge ahora como una suerte de presente paralelo al presente del poema, sin perjuicio temporal. Se hace más reflexivo también. El arte —la literatura y la música, sobre todo— cobra un protagonismo cotidiano. Los estados de ánimo se alternan, unas veces los poemas dan cuenta de la soledad, en otras el poeta conserva intacta su capacidad para maravillarse ante pequeños prodigios de la naturaleza y de la vida. Aumentan las enumeraciones, que el poeta suele vincular a su identidad. No es un tono desconocido en Andrade, recuerda la frescura y espontaneidad de sus poemas en prosa, tanto en Memoria doutro rio [Memoria de otro río] (1978), como en Vertentes do olhar [Vertientes de la mirada] en 1987. Conforme avanza la década de los 90 los nuevos títulos de Andrade continúan este tono, esta mayor discursividad, esta vocación de presente que sin embargo logra trascender la inmediatez. Son libros como Ofício de paciência (1994), O sal da língua [La sal de la lengua] (1995), Os lugares do lume [Los lugares de la lumbre] (1998) y, en especial, Os sulcos da sede [Los surcos de la sed] (2001), libro escrito a los 78 años con una asombrosa y brillante lucidez que sigue añadiendo acentos y matices nuevos a una de las obras centrales de la poesía universal en el siglo XX.
Esta «morada de silencio» ampara la poesía de Eugenio de Andrade en la década de los 80. Rente ao dizer [Próximo al decir] (1992) se abre con un poema que, a modo de poética, sitúa de manera explícita su escritura en un ámbito distante al ciclo anterior: «Lengua; / lengua del habla; /.../ lengua en la que escribo; / o antes: hablo». Esta proximidad al habla que enuncian título y poema supone un rotundo cambio: el tono se distiende. Los poemas parten de un presente inmediato, luego a veces tienden hacia el recuerdo o la evocación, pero de una manera natural el pasado surge ahora como una suerte de presente paralelo al presente del poema, sin perjuicio temporal. Se hace más reflexivo también. El arte —la literatura y la música, sobre todo— cobra un protagonismo cotidiano. Los estados de ánimo se alternan, unas veces los poemas dan cuenta de la soledad, en otras el poeta conserva intacta su capacidad para maravillarse ante pequeños prodigios de la naturaleza y de la vida. Aumentan las enumeraciones, que el poeta suele vincular a su identidad. No es un tono desconocido en Andrade, recuerda la frescura y espontaneidad de sus poemas en prosa, tanto en Memoria doutro rio [Memoria de otro río] (1978), como en Vertentes do olhar [Vertientes de la mirada] en 1987. Conforme avanza la década de los 90 los nuevos títulos de Andrade continúan este tono, esta mayor discursividad, esta vocación de presente que sin embargo logra trascender la inmediatez. Son libros como Ofício de paciência (1994), O sal da língua [La sal de la lengua] (1995), Os lugares do lume [Los lugares de la lumbre] (1998) y, en especial, Os sulcos da sede [Los surcos de la sed] (2001), libro escrito a los 78 años con una asombrosa y brillante lucidez que sigue añadiendo acentos y matices nuevos a una de las obras centrales de la poesía universal en el siglo XX.
Turia nº 65, junio 2003.
Páginas 44-52
Páginas 44-52
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