Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

domingo, 19 de febrero de 2017

A solas con la vida. «Los muertos», de José Luis Hidalgo


LOS MUERTOS, de José Luis Hidalgo. 
Estudio preliminar de Juan A.González Fuentes. 
Universidad de Cantabria. Santander, 1997

Las fechas que enmarcan la vida del poeta mallorquín Bartolomeu Rosselló-Porcel (1913-1938) fueron, en verdad, poco generosas. Rosselló había hablado ya de su muerte en el poema «En la meva mort»: "Me exaltaré sobre los horizontes / y las banderas sacaré al desierto / de la última cabalgada". El portugués Mário de Sá-Carneiro, amigo íntimo de Pessoa, se suicidó en 1916, en París. Había nacido en 1890 y también nombró su muerte en el poema «Fim»: "¡Cuando yo muera golpead latones / brincad, haced piruetas.../ Que mi féretro vaya sobre un burro / adornado a la andaluza». Con unas fechas terriblemente tercas tras su nombre, el poeta canario Félix Francisco Casanova (1956-1976) cerró uno de sus poemas más vitales con un verso inquietante: «Eres un buen momento para morirme». 
    A esta azarosa lista cabe añadir el nombre de José Luis Hidalgo, que nació en 1919 en Cantabria y murió en el sanatorio de Chanmartín de la Rosa, Madrid, en 1947. Ni siquiera habían aparecido entonces los primeros libros de su generación, la de Blas de Otero, Hierro y Celaya. José Luis Hidalgo publicó un libro estremecedor que no llegó a ver editado, pues salió de la imprenta unos días después de su desaparición: Los muertos
    La Universidad de Cantabria con buen tino (pero con malos tipos y peores cenefas, pues parecen elegidos para un programa de fiestas de pueblo) ha reeditado este libro fundamental y tan escasamente citado de la literatura española de posguerra. En Los muertos se adensa la poesía religiosa, tan frecuente en los años cuarenta, y se marca ya claramente la línea existencial que esta iba a tomar en la década siguiente: «y sé que cuando muera es que Tú mismo / será lo que habrá muerto con mi muerte». 
    Es este un libro reflexivo y torturado, lúcido y terrible donde José Luis Hidalgo nombra la muerte (de los muertos de la guerra civil, que le proporcionaron el primer impulso para escribirlo) y su muerte (largamente esperada durante la enfermedad). Y ese es también el itinerario que sigue el libro a través de sus cuatro partes. En la primera Hidalgo reescribe el mundo desde la percepción de quienes ya no lo habitan. Los poemas se titulan «Muertos bajo el agua» o «Nubes sobre los muertos». Debajo late el pesimismo de quien ha vivido una guerra con 20 años. Segunda y tercera parte concentran los poemas religiosos. En ellos el poeta busca establecer un diálogo directo con un Dios que poco a poco va desvaneciéndose en su propia oración («Señor, toda la vida es mi pregunta, / de noche a noche largamente sangra: / ¿Ardes sin tregua tras el cielo negro, / o habitas solamente en mi palabra?») hasta convertirse en ausencia. Tras la sección que cierra el libro se adivina ya la enfermedad apoderándose del cuerpo y de la vida; presentimiento de la muerte: «A solas con la noche me he quedado, / con mi carne tendida, fruta amarga». 
     José Luis Hidalgo tenía 28 años. Sá-Carnerio, 26. Rosselló-Porcel, 25. Félix Francisco Casanova, 20. Como ha escrito poeta ibicenco Vicente Valero, «un hombre no debiera pronunciar su muerte».

[El Ciervo nº 560. Noviembre, 1997]

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