OBRA POÉTICA (1946-2003),
de Leopoldo de Luis
Visor, Madrid, 2003, 2 tomos
En el evidente y loable esfuerzo editorial que supone la edición de un conjunto poético tan extenso como el de Leopoldo de Luis (1917-2005), figura emblemática de la corriente conocida como «poesía social», se advierte la reivindicación de la excelencia de una obra poco valorada, tal vez por su excesiva dispersión en ediciones provinciales. El esfuerzo resultaría baldío, sin embargo, si no coincidiera con una insatisfacción hacia los clichés críticos heredados de las primeras lecturas del período de posguerra y el interés por reformular la poesía de aquellos años oscuros con más luz que la heredada. Y es exactamente en este contexto en el que la Obra poética (1946-2003) de Leopoldo de Luis cobra un relieve decisivo: permite a los lectores de las nuevas generaciones descubrir «otro» poeta distinto a la simplificación tremendista con que lo contempla la historia literaria reciente.
Otro poeta, por ejemplo, que fue el joven Leopoldo de Luis en sus primeros libros de los años 40 y primeros 50, donde la huella de los «juanramonianos malvas vesperales» no sólo alentaba el aire simbolista e intimista de muchos versos, sino que iba a situar su concepción de la poesía en el ámbito del cuidado y rigor formales, de la lengua elaborada y literaria, y de la imagen poética construida sólo desde su fuerza verbal; características juveniles que impermeabilizarán sus versos frente al gusto coloquial, chabacano y panfletario con el que convivió en los tiempos de la «poesía social». De esta primera época vale la pena releer libros como Elegía en otoño (1952): «Algo nos enraíza en los que fuimos / y algo huye siempre que también es nuestro». Dos versos que, por cierto, definen bien una obra atenta por igual a los designios lúgubres de su época, como a la evanescente memoria del tiempo, donde arraiga el tema esencial del «hijo», en su doble vertiente, la del hijo que ve nacer y crecer en sucesivos libros, y la de él mismo como hijo que encarna el recuerdo de la madre y del padre en poemas dispersos por toda la obra y que formarían una preciosa antología.
Desde 1954 la parte sustancial de los títulos de Leopoldo de Luis está dedicada a la construcción de un acendrado pesimismo metafísico ante la existencia. En ocasiones esta actitud pesimista nace de la evocación de los muertos de la guerra, de las tinieblas de la miseria o de la oscuridad de un tiempo que cercena esperanza y libertad, pero en todos los casos en el poema prevalece la reflexión esencial sobre el detalle circunstancial. En algunos títulos el pesimismo se alía con un venerable intento de formular una poética de la realidad Con los cinco sentidos (1970), es decir, en todas sus dimensiones. El pesimismo radical de Leopoldo de Luis se transfigura a partir de 1979 y encuentra en la contemplación global del planeta, en su propia situación personal, abocada a la soledad, o en la meditación sobre la muerte nuevos motivos para alimentar la más punzante expresión verbal del tenebrismo: «Están las sillas de la tarde rotas / y no tiene la luz donde sentarse».
El lector actual quizá se fije, sin embargo, en otros títulos, acaso leídos como menores en su momento, donde el mayor lirismo, la evocación de la infancia, el amor conyugal, la devoción por el hijo o los recuerdos más personales —como en Una muchacha mueve la cortina (1983) o las series de «casisonetos»— subrayan otra escritura que tiene la virtud de devolvernos no sólo un poeta sino también una época más compleja y rica en matices que lo que nos habían contado.
[El Ciervo nº 636. Marzo, 2004]
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