En esta primera novela, La casa limón (XX Premio Tusquets), la
escritora Corina Oproae (1973) ensancha su territorio literario no solo con una
experiencia de escritura narrativa, sino también con una mirada hacia la
memoria infantil y la época en la que se desarrolló. Aunque su obra poética
coincida con los dos temas centrales del libro, el padecimiento y el infortunio,
los versos no se habían detenido antes en las concreciones históricas y
biográficas que ahora vertebran el relato. De ahí que la novela tenga el
interés novedoso de dilatar, tanto en lo formal como en lo temático, una obra
literaria de valía.
La casa limón se presenta organizada en
tres partes que no se corresponden con una estructura convencional. La novela se
desenvuelve a lo largo del capítulo central, compuesto a su vez de múltiples
secuencias ajenas a un orden cronológico que, sin embargo, pautan con precisión
tanto el crecimiento de la conciencia infantil de la narradora como el simultáneo
proceso de desvelar los datos de la trama. El primer capítulo se reserva para una
certera presentación de la protagonista en su exclusivo ámbito de personaje de
ficción, lejos de cualquier testimonio biográfico; y el último incluye una coda
de madurez, que realiza, ya leído el corpus central de la novela, la operación
opuesta, es decir, devuelve la ficción a la biografía que la ha generado. Este
juego tan explícito de ida y vuelta entre la memoria y la ficción no suele ser
habitual en la narrativa, que tiende a apelar a un único aspecto germinal, no a
ambos orgánicamente fundidos.
Esta
misma fusión que se manifiesta en lo temático va a caracterizar también el
aspecto formal más relevante de la obra, que es la convivencia de un relato
memorialista apegado a las circunstancias, aunque expresadas desde una
perspectiva infantil, con elementos de origen fantástico. Esta concepción de la
prosa que aúna lo vivido y lo imaginado, lo real y lo fantasioso presentado
como real, constituye una estimable característica de la escritura novelesca de
Corina Oproae y también el principal argumento de su propósito: la creación de
una voz narrativa infantil con una dimensión literaria, y que resulte creíble en ambos aspectos.
Lo
fantasioso, por otra parte, se combina con los sucesos narrados en la novela de
dos maneras diferentes. Por una parte, mediante la intersección de secuencias
que interpretan la imaginación desbordada de la protagonista, pero que se
presentan con la misma pauta que los capítulos de narración memorialista. Por
ejemplo, el relato convencional de un viaje en coche en el que es la niña protagonista
quien conduce y sus padres son los pasajeros; o el espléndido fragmento que
empieza con absoluta naturalidad de esta inverosímil manera: «Soy un embrión en
la barriga de mi hermana Eva». El texto desarrolla esta idea con lo que se
podría denominar la precisa lucidez de la
alucinación. En el segundo modo de simbiosis, memoria, sueño y fantasía se entreveran
en el relato de los hechos con idéntica naturalidad. La teoría de esta práctica
es capaz de enunciarla con claridad la voz infantil protagonista: «De pronto me
siento capaz de hacer magia». Y la magia irrumpe a cada momento: «Mamá atrapa
la palabra al vuelo y vemos cómo sale de sus ojos un pájaro negro, pequeño y
desvalido, que no sabe volar. Lo acurruca en el hueco de su mano y los tres
escuchamos en silencio los latidos agazapados de la vida». Y a través de este
procedimiento narrativo, como se observa en la cita, Corina Oproae introduce en
su prosa un hálito poético que pronto se convierte en una de las
características que vertebran La casa
limón.
Se
ha adelantado ya el marco temático que aborda la novela y que el título enuncia
con vocación de símbolo. «La casa limón» es la vivienda familiar, de una
planta, que las autoridades ordenan derribar para alojar a sus residentes en un
piso de un despersonalizado bloque de idénticas «cajas de cerillas». El texto
transita por los años finales del autoritarismo comunista en Rumanía, y hay
alusiones al clima opresivo en el que la población se ve obligada a vivir, pero
en todo momento se elude cualquier pretensión testimonial. La toxicidad social
del ambiente forma parte de un conjunto mayor, que son los padecimientos
vitales que la protagonista va sorteando en la carrera hacia su madurez a
través de su empeño en la comprensión de las circunstancias. Y en este asunto,
el clima opresivo se mezcla con las enfermedades, con las desfavorables
circunstancias, con los abusos infantiles, con las adversidades de todo tipo y
en especial las familiares y, sobre todo, con la aparición en la vida infantil
del tema que va a marcar también la obra poética de la escritora, la muerte de
aquellas personas a las que se ama. Este aspecto temático está encarnado en el
progresivo enajenamiento, motivo recurrente durante todo el texto, y en el
final del padre de la narradora, para cuya escenificación la novela desarrolla
el que tal vez sea su fragmento más impactante, un apresurado e infructuoso
viaje en tren para asistir al sepelio. Todo este catálogo de hechuras tan
tristes contrasta, como ocurre a veces en algunas baladas tradicionales, con la
prodigiosa vitalidad de la voz protagonista, biográfica y literaria al mismo
tiempo, que es el acierto fundamental de esta novela y una poderosa razón para
su perdurabilidad en la literatura española del siglo XXI.
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