Jesús Aguado. EL FUGITIVO. POESÍA REUNIDA
(1985-2010)
Vaso Roto, Madrid, 2011, 580 págs.
Una de las paradojas
fundacionales que la poesía actual, que la centralidad de T.S. Eliot, de
Fernando Pessoa o del último Antonio Machado han contribuido a extender, es la
que sostiene que solo se puede profundizar en el yo sintiéndose cada vez más
otro. A este oxímoron apela el título de la poesía reunida de Jesús Aguado
(1961), El fugitivo como emblema del
poeta cuya labor «es buscar el afuera… escaparse de las diferentes cárceles del
Yo». Eliot había trazado este camino extramuros del yo de modo conceptual, y
Pessoa lo culminó en todas las vertientes de la escritura poética: estilística,
métrica, temática y conceptual. Machado, aun antes de los apócrifos, ya había
sentido la necesidad de circunscribir en cada título una etapa. La ausencia de
uniformidad métrica que se observa en un primer acercamiento a la obra reunida
de Aguado parece confirmar su propósito de ahondar en esta paradoja esencial de
la modernidad. La combinación de metros clásicos —incluidas estrofas
infrecuentes— con una experimentación incansable con el verso libre, en todas
sus modalidades, indica una clara huida del encierro del yo que supone el
dominio de un metro. Hay un precedente ejemplar de esta actitud en Federico
García Lorca, que eligió para cada uno de sus libros una forma métrica diferente,
sin repetirla nunca. Si Pessoa hablaba de su «drama en gente», de Lorca y
Aguado cabría decirse que ahondan su «drama en formas métricas».
No
se puede decir lo mismo del estilo de Jesús Aguado, que se mantiene fiel —aun
en los textos más depurados— a una lengua poética rica en metáforas,
imaginativa, al borde de la irrealidad y devota siempre del encantamiento
verbal y de la belleza del idioma. Este lenguaje brillante y seductor ejerce un
protagonismo aglutinador frente a la disgregación métrica, como de hecho
también existió en Lorca. En el ámbito temático es tal vez donde se constata
con mayor rotundidad la paradoja de la otredad. Con buen tino, el poeta divide
en dos grandes partes su obra reunida, y es en esta conjunción de dos maneras
de interpretar el único tema que domina toda la obra —el amor o su ausencia— es
donde se descubre el esfuerzo de Aguado por huir de su propio mundo poético construido.
En la visión del amor que establecen los
títulos de la primera parte, el protagonismo es compartido por tres entes: yo,
tú y el mundo. Cuando fluye la savia enamorada entre los tres, el amor se
cumple. En otras ocasiones el triángulo lo forman yo, la ausencia del tú y el
mundo, y entonces deviene la tristeza. El atractivo temático de esta primera
parte prende en el hecho de que el flujo entre los elementos del amor nunca
comparten una misma dirección, sus interacciones son imprevisibles: «sus ojos
son el río, los míos de la tierra: / ambos somos el otro y este mundo es el
cielo».
En los
libros de la segunda parte se advierte una doble influencia, de la filosofía
por una parte y de la mística oriental por otra. Y ambas convergen en presentar
una nueva concepción del amor como fuente magmática de la vida. El yo y el tú
de la tradición amorosa se funden ya no con el mundo, que queda relegado, sino
con la fuerza omnímoda del lenguaje, de forma que ya no es posible distinguir
fronteras entre sujeto, objeto y dicción amorosa. Un libro, Lo que dices de mí, se yergue como pilar
o guía de esta renovada concepción del amor que anhela transmitir una dimensión
más honda de la experiencia: «el mapa de una historia que al vivirla nos vive».
Jesús Aguado en Varsovia, abril de 2012
El Ciervo, nº 733. Abril de 2012
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