Santiago Montobbio, LA POESÍA ES UN FONDO DE AGUA MARINA
El Bardo, Barcelona, 2011, 352 págs.
Fernando Pessoa siempre recordó la fecha del 8 de marzo de 1914 en la que se le «apareció» íntegramente la obra de su heterónimo Alberto Caeiro, cuyos extensos e intensos poemas escribió uno tras otro, aquel día, de pie frente a una «cómoda alta». Marzo parece ofrecer el extraño don de la feracidad desbordada, y casi cien años más tarde otro poeta, Santiago Montobbio (1964), declara en el pórtico de La poesía es un fondo de agua marina —y lo integra como motivo— que escribió 438 poemas en sólo tres semanas, a partir del 12 de marzo de 2009. Algunos con una extensión notable. El volumen, que alcanza las 350 páginas, selecciona 183 poemas, un 40% del total. Textos que, con frecuencia, también escribió de pie, en plena calle, apoyado contra un árbol. Fertilidad creativa que «aparece», según el poeta indica con el mismo verbo pessoano, «después de veinte años de silencio». La poesía, es cierto, se nutre de estas crisis, tanto de ausencia como de desbordamiento.
Entre las decisiones de Montobbio, el lector agradece que publique los poemas en el mismo orden de «aparición». De esta forma se accede no sólo al conjunto de significados del libro, sino a una experiencia lectora complementaria, el proceso de creación de estos significados. En la sucesión de poemas, por ejemplo, se observa cómo su escritura —que ha sorprendido tanto al autor como a sus lectores— se incorpora paulatinamente a los temas del libro y forma, de hecho, uno de los subconjuntos de reflexión más interesantes (textos 140, 141, 147, 173, 182, 210, 211, 266, 267…): «Salgo a la calle y aparece un poema. Porque un poema / puede tener cualquier motivo». Se advierte también la «música», como la denomina el autor, que germina en la relación entre los textos, en su diálogo, a veces en su confrontación.
El avance del proceso creador, tan intenso, va acompañado por tonalidades que se transforman, así el libro empieza con un léxico y una imaginación verbal abstractos que poco a poco dan paso a observaciones más concretas; asimismo la claridad domina el inicio, luego aparecen sombras —léxicas y conceptuales (la idea de la muerte surge en el poema 217, en el epicentro del libro)— y la oscuridad se extiende por sus páginas. Aunque la experiencia lectora más interesante quizá sea contemplar cómo en los versos se fragua una complejidad simbólica a través de los motivos recurrentes: el arte, el poema, él mismo, la ciudad, Dios, por una parte y por otra el silencio, el olvido, la noche… que van trenzando y ensanchado su sentido simbólico, poema a poema, día a día, ante los ojos del lector.
Cabe preguntarse si esta inmediatez y continuidad de la escritura sugieren la existencia de un único poema. Diversos aspectos estilísticos suscribirían esta idea. Los aspectos temáticos, sin embargo, no apuntan hacia el poema único, sino hacia cuatro grandes líneas poéticas que se desarrollan y entreveran a lo largo del conjunto. Hay, primero, una hímnica humanista, una alabanza sin concesiones del arte y de la poesía, que protagoniza los primeros textos y se mantiene fiel a su entusiasmo. Dispersa en el libro se descubre una colección de poemas con reflexiones morales a partir de objetos, naturales o urbanos, que recuerdan al Rilke de los Nuevos poemas. En tercer lugar, hay una poesía con voluntad memorialista que gira alrededor de la infancia, los padres, la ciudad de entonces, que conforma una completa biografía poética del autor. Y por último, la mayor parte de los textos trazan una suerte de dietario del artista, que no solo relata vivencias, sino que medita sobre cómo estas se convierten en arte, en poema.
El avance del proceso creador, tan intenso, va acompañado por tonalidades que se transforman, así el libro empieza con un léxico y una imaginación verbal abstractos que poco a poco dan paso a observaciones más concretas; asimismo la claridad domina el inicio, luego aparecen sombras —léxicas y conceptuales (la idea de la muerte surge en el poema 217, en el epicentro del libro)— y la oscuridad se extiende por sus páginas. Aunque la experiencia lectora más interesante quizá sea contemplar cómo en los versos se fragua una complejidad simbólica a través de los motivos recurrentes: el arte, el poema, él mismo, la ciudad, Dios, por una parte y por otra el silencio, el olvido, la noche… que van trenzando y ensanchado su sentido simbólico, poema a poema, día a día, ante los ojos del lector.
Cabe preguntarse si esta inmediatez y continuidad de la escritura sugieren la existencia de un único poema. Diversos aspectos estilísticos suscribirían esta idea. Los aspectos temáticos, sin embargo, no apuntan hacia el poema único, sino hacia cuatro grandes líneas poéticas que se desarrollan y entreveran a lo largo del conjunto. Hay, primero, una hímnica humanista, una alabanza sin concesiones del arte y de la poesía, que protagoniza los primeros textos y se mantiene fiel a su entusiasmo. Dispersa en el libro se descubre una colección de poemas con reflexiones morales a partir de objetos, naturales o urbanos, que recuerdan al Rilke de los Nuevos poemas. En tercer lugar, hay una poesía con voluntad memorialista que gira alrededor de la infancia, los padres, la ciudad de entonces, que conforma una completa biografía poética del autor. Y por último, la mayor parte de los textos trazan una suerte de dietario del artista, que no solo relata vivencias, sino que medita sobre cómo estas se convierten en arte, en poema.
El Ciervo nº 734, mayo de 2012
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