La senda literaria que conduce hasta
la prosa memorialista de Corónicas de
Ingalaterra, a medio camino entre el dietario y la crónica, ha trazado en la
obra de Eduardo Moga, en contra de lo que suele ser habitual en otros
escritores, un rodeo genérico de dimensiones extraordinarias que conviene
recordar aquí.
En
el primer gran proyecto poético soñado por Moga, una pentalogía (1995-1999) que
se concretó en cuatro publicaciones independientes donde exploraba distintas
formas métricas, uno de estos títulos asumía ya el poema en prosa, Unánime fuego (Lisboa, 1999). Su
ascendencia en aquel momento inicial situaba el modelo literario en el cénit de
la prosa artística del siglo XX, Tiempo y
Espacio, de Juan Ramón Jiménez, reconocida por el autor de estas Corónicas como una de las primeras
lecturas que imprimieron carácter a su gusto. «Salté, en fin, hasta el lugar
donde las palabras no negocian», escribe en este libro temprano, y si bien
podría ser un lema que iluminara toda la obra poética, sin duda lo fue sobre
todo para su idea de la prosa.
El
poema en prosa, que empezó acompañando el anhelo de experimentación métrica,
inmediatamente se convirtió en un instrumento formal irrenunciable para moldear
la metamorfosis poética que durante una década se ha fraguado en el seno de la
obra de Moga, desde una concepción cósmica de la escritura hasta asumir la más
despojada y fortuita realidad. El primer paso de esta transformación lo dio El corazón, la nada (Madrid, 1999):
«Zumban las moscas mientras alguien, que soy yo, fuma el opio del instante». En
esta senda perseveró Las horas y los
labios (Barcelona, 2003), donde la prosa poética se convierte en una
implacable herramienta de simultánea construcción y destrucción del yo: «La
muerte comparece siempre que paseo, que mastico, que copulo, que llamo por
teléfono, que muero.»
Este
impulso que convierte en aliados el poema en prosa y la realidad alcanza su mayor
logro en Bajo la piel, los días
(Madrid, 2010), ideado como un texto «que
no tendría fin» en su voluntad de fundir escritura y vida. Como
extraordinario libro que es, bordea los límites de su propia dimensión
genérica. La completa simbiosis de la prosa artística y la vida cotidiana le
muestra una frontera de la poesía: «Llegado a este punto [pág. 37 de la edición
y unos 8.000 vocablos del manuscrito], me doy cuenta de que aún no he escrito
ni una sola palabra poética, o, por lo menos animada por una voluntad poética:
no me ha costado escribir hasta aquí. Sólo si la palabra se resiste, es
poesía».
Los
límites escinden. Establecen claridades formales y conceptuales a uno y otro
lado de la frontera que trazan. La obra poética de Eduardo Moga a partir de
2010 desdobla la concepción unitaria que presentaba la prosa en su escritura,
la herencia juanramoniana de Tiempo y
Espacio. A un lado, el poema en prosa se consolida en el ámbito de la
poesía, ahora con el protagonismo que le otorga un libro como Insumisión (Madrid, 2012), donde la
alternancia entre verso y prosa se reivindica como el territorio único del
poema: solo lo formalmente mestizo preserva la pureza del género.
Esta
postrera imbricación de la prosa artística en la concepción del poema delimita
lo que sería el otro lado de la prosa,
es decir, la prosa literaria. Parece un circunloquio, necesario en todo caso
para comprender la germinación de estas Corónicas
de Ingalaterra, fruto de esta circunvalación genérica harto singular. Tras
la partición, la escritura de Eduardo Moga se aventura por el camino recién
abierto de una prosa en prosa. Y elige
una escritura de aire memorialista que se ubica entre el dietario y la crónica,
con alguna deriva hacia la evocación impresionista.
El
primer paso de esta nueva escritura, aún tímido y deudor de la prosa artística,
lo dio El desierto verde (Mérida,
2012), una delicada colección de estampas que describen las estancias de
descanso del poeta en un pueblo extremeño. El segundo, ya más seguro en su
voluntad narrativa, fue La pasión de
escribil (Sevilla, 2013), cuyo contenido fija a la perfección el subtítulo:
«Relato de tres viajes a Hispanoamérica». El tercer paso lo acaba de dar el
presente volumen, Corónicas de Ingalaterra.
Pronto
se advierten algunos rasgos que reúnen estas tres publicaciones en un proyecto
de mayor complejidad literaria que la edición de simples libros de viajes. Una evidente
marca formal las entrelaza (y en especial a las dos últimas): una figura
retórica sorprende en el enunciado. En el primero es lógica, un oxímoron (un
territorio verde no puede ser considerado desierto). En los dos siguientes aparece
una figura de carácter fonético. En el segundo, un tipo de epéntesis formado
por una disimilación dialectal (que evoca el asunto). En el tercero, otra epéntesis
formada por una anaptixis (que añade una vocal). Y también reúne a los tres un
idéntico contenido: relatan tres salidas. Es decir, tres excursos de la vida
cotidiana, cuya evocación (casi cósmica) había sido el objeto de sus libros
escritos en prosa poética.
La
prosa ahora memorialista se integra en el conjunto de la obra literaria de
Eduardo Moga con un fin: retratar la excepcionalidad desde su propia dimensión
de acontecer singular en el tejido de una biografía. De ahí que para mostrarse desde
el mismo paréntesis temporal en el que se produce la prosa narrativa resulte la
más adecuada. Y como en esta obra nada queda al albur de lo episódico, esta
vertiente digresiva conjuga un argumento propio en el conjunto. En la utopía
que alienta toda la escritura de Moga —la resurrección de la vida a través de
la palabra—, los libros con epéntesis en el título fijan el tiempo exocéntrico, es decir, aquel cuyo
transcurrir no puede ser sustituido por la sublimación de lo cotidiano a la que
aspira la prosa artística.
Una
vez incluidas las Corónicas de Ingalaterra
en esta línea de tres excursos biográficos hay que señalar algunos matices,
pues el concepto «salida» a partir de 2013 cobra para el autor una dimensión
nueva cuya complejidad se sitúa en el centro de este libro, según avisa el
subtítulo: «Un año de vida en Londres (con algunas estancias en España)». El
traslado de residencia a Inglaterra es, en sí mismo, una «salida», y como tal
arranca en el libro: «En un lugar nuevo, lo primero que percibimos es el olor».
Y a partir de que lo excepcional paulatinamente se convierta en cotidianidad,
el regreso a los lugares antes cotidianos (Sant Cugat, Barcelona, España) cobra
sentido de partida, de «viaje». Los hechos, en este caso, le han brindado al
escritor una magnífica paradoja: las Corónicas
no solo lo son de la estancia inglesa, sino también un libro de viajes a su vida
cotidiana… anterior.
Queda
aún un último aspecto que merece señalar antes de emprender la lectura de este
libro que —como aspiraba el autor durante su gestación— se imprime en papel. Es
un libro, sin embargo, del siglo XXI y su proceso no ha querido prescindir (y
hasta cierto punto también se puede afirmar que le es deudor) de una vida
digital previa. En una pantalla, antes
que en el papel. A su llegada a Londres, en 2013, Eduardo Moga tuvo la feliz
idea de abrir una bitácora en Internet, un blog
que comparte nombre con el título de este libro y que más allá de estas páginas
continúa creciendo en la red: http://eduardomoga.blogspot.com.es/. El presente volumen es una
selección de entradas o post. Aunque
esta mención solo tiene valor como dato. Este libro no puede ser considerado
como una mera antología de textos. Es un libro, un argumento, un devenir. Es el
fascinante viaje de quien traslada en el espacio su vida cotidiana. Y el sorprendente
arco que este «viaje» traza en las vivencias y en el modo de comprenderse en
ellas. Un proceso de asimilación del tiempo y del espacio análogo a una trama; una
transformación del excurso en decurso (y
la cara B, de la antigua cotidianidad en digresión biográfica). Una certera aventura
que les animo a compartir con el poeta Eduardo Moga.
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