El XX fue —se ha dicho alguna vez— el
siglo de la crítica. La época de la crítica sociológica, de la simbólica, del
formalismo, del estructuralismo, las derivas de la posmodernidad... Gruesos
volúmenes que amarillean hoy en los depósitos de las bibliotecas, retirados ya
de los estantes donde la curiosidad, el azar o la apariencia aún les permitían
alguna esperanza de ser leídos. De las librerías han desaparecido las secciones
de crítica literaria, o se han llenado con volúmenes ilustrados. O de tamaño
cada vez más reducido. El siglo XXI no parece interesado en las grandes
construcciones sistemáticas, incoherentes tal vez con la percepción de una
realidad cada vez más fragmentada. Astillada, se diría.
No
es este, sin embargo, él único emblema del siglo XX que se ha diluido. El
tiempo —se ha dicho también— es el gran tema del XX. La época de los diversos
existencialismos, de la angustia, de la deflagración del paso del tiempo sobre la
conciencia humana… tantos autores cuyo nombre languidece en los libros de
texto, tantas obras que solo parecen servir para nutrir la vida académica, un
submundo cada vez más alejado del interés de los lectores. Y aun opuesto, se
diría.
Ambas
pérdidas, junto a otras que no resultará difícil evocar, han dejado al lector
interesado por una comprensión más honda de los fenómenos literarios en una
evidente orfandad. La crítica, lejos de los principios sistemáticos, naufraga
en el más burdo apriorismo, cuando no se contenta, pasmosamente, con meras
descripciones que ni siquiera hubieran satisfecho las expectativas de los
críticos tradicionales de hace dos siglos. Sin un gran tema que ordene lo
pensado, por otra parte, cualquier trivialidad se arroga un protagonismo que
abochorna.
A
grandes rasgos este es el contexto —implícito— en el que Álex Chico ha escrito Un hombre espera. Y no tanto por lo que dice,
sino por lo que no hace. Se advierte de inmediato que sus páginas buscan meditar
sobre un fenómeno literario —la obra de José Antonio Gabriel y Galán—, y no es
difícil tampoco presentir la necesidad de ubicar la reflexión bajo el amparo de
un tema que le permita indagar y conocer. Pero ante estos propósitos, el del
conocimiento y el de la reflexión, no recurre a ningún sistema al uso de
crítica literaria, ni al cobijo de ninguna corriente de pensamiento. Se diría
que este libro de Álex Chico es a la crítica literaria lo que el nuevo
periodismo a la información objetiva. Es decir, una manera alternativa de
abordar un conocimiento crítico que se salta todos los protocolos de la
crítica.
La
escritura de Un hombre espera delata
diversas insatisfacciones del autor. La primera, con los géneros
convencionales. De ahí que recurra a una simbiosis de géneros. Entrelaza dos de
ámbitos diferentes: en una prosa memorialista inserta los propósitos de un
ensayo literario. Aunque también se podría formular al revés: escribe un ensayo
sobre la obra José Antonio Gabriel y Galán como si fuera el diario de un viaje.
Más interés presenta la
segunda incomodidad que se aprecia y que tiene que ver con la idea formalista
de que todo lo que concierne a una obra literaria está en su interior. Álex
Chico reformula el célebre adagio crítico dándole la vuelta: frente al universo
de signos plantea que es necesario recurrir a todo lo que hay en el universo
(del autor, pero también del lector) para desentrañar los signos de una obra
literaria.
De hecho, las páginas de
este libro muestran un ejemplo práctico de esta intuición crítica. El germen de
cuanto se habla aquí —lugares, sensaciones, reflexiones, libros, películas…— se
encuentra en la lectura de los poemas y novelas de José Antonio Gabriel y Galán
y en la necesidad de comprenderlos con mayor hondura. La clave está en la dirección
que ha de tomar el modo de profundizar en esta comprensión. En lugar de indagar
dentro de los textos, Álex Chico ha decidido ahondar hacia el exterior. Es decir, busca el modo de acercarse más
a una obra a través de la realidad implicada en lo leído. Convierte la lectura
en una experiencia.
Para leer mejor a Gabriel y Galán, Chico viaja a
París, recorre las calles de Montparnasse, encuentra y no encuentra
ubicaciones. Trata de sincronizar el lugar del presente y el lugar literario y
biográfico. Y esa imposibilidad, las asimetrías que aparecen en la colisión
entre lugares del pasado y del presente, traza la dimensión de la experiencia,
que es un nuevo conocimiento que el lector añade a lo leído. Experiencia que se
nutre con otras lecturas que el lugar convoca, incluso con el descubrimiento
azaroso de autores que de repente se insertan en el mismo ámbito de la
reflexión. Con películas, también, que evocan los espacios recorridos y leídos.
Con el recuerdo, entreverado, de los lugares donde se encontraron los libros y
donde se leyeron, que condicionan, claro, la comprensión subjetiva de sus
signos. Con sensaciones, como la de
encarnar personajes («Muchos años después, también yo parezco un personaje de
Gabriel y Galán», escribe Chico), que es una manera de óptima de entender y
valorar un texto literario. Con la extensión hacia los contemporáneos del autor
leído, a los escritores y artistas de la época, a quienes pudieron cruzarse con
el autor admirado en el atrio de un cine o a la salida de una conferencia. Con
los contemporáneos, incluso, de Chico, testigos de su búsqueda de significados.
En suma, la intuición crítica que desarrollan estas páginas comprende la
lectura como una caleidoscópica experiencia que la multiplica en el interior
del sujeto. Es decir, del lector. Y también, claro, del lector del lector.
Hay en Un hombre espera una propuesta crítica y
también otra propuesta temática. La búsqueda de sentidos no se realiza en el
tiempo de Gabriel y Galán, sino en sus espacios.
El tema medular de este libro es la construcción significativa del lugar. Su
conversión en tema. Y al paso de la indagación literaria se desgranan las ideas
locativas de Álex Chico: sobre los lugares leídos, perseguidos, los vivos y los
muertos, los que se acaban y los que se repiten, los fragmentados, los que se
extinguen y los que ofrecen confianza, los que despiertan la capacidad
fabuladora… E incluso los lugares que descubren que aquello que se había leído
como ficción es real. Un indicio más de que tal vez, cuando acabe el XXI,
alguien recuerde que el lugar ha sido —será— el gran tema de este siglo.
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