Cuando me he detenido frente al
estante donde guardo los libros de Dionisia García, con la esperanza de que
alguno de ellos reclamara mi atención, entre un volumen más grueso, otro más
dorado y algunos más altos, curiosamente
me he fijado en el más bajo. En el de tamaño menor. Lo he sacado del estante, lo
he abierto al azar y he recordado que también era el que contenía, entre todos
sus títulos, los textos más breves de la autora. Sus aforismos. Es el segundo
volumen que publica con aforismos, tras Ideario
de otoño (1994). Esta condición menuda del libro que me ha elegido para que
me fije en él, sin embargo, pronto me ha sugerido una metáfora con la que
aumentar su importancia. También los frutos, por grandes y jugosos que sean,
tienen siempre una parte mínima, necesaria para seguir naciendo. Las semillas.
¿Será El caracol dorado (Renacimiento,
Sevilla, 2011) el núcleo seminal de la obra literaria de Dionisia García?, me
he preguntado. Y de pronto ha sabido de qué iba a hablar.
Entre
los elementos que conforman la poesía de Dionisia García, desde sus orígenes,
aparece una sensibilidad gnómica. A veces se manifiesta a través de las
preguntas retóricas, que actúan como figuras que concentran la expresión: Un aire fresco me hizo preguntar: / ¿estará
aquí la verdadera melodía? («Eheu, fugaces…», 1976). En otras ocasiones introduce pequeños
aforismos en el interior de los poemas; por ejemplo, en «El hombre y el toro»
(1978) se lee el siguiente dístico: Un
hombre enjaezado / acrece su arrogancia. Lo cierto es que este tono
gnómico, presente desde el inicio de su obra, se ha ido acrecentando con el
paso de los títulos, y en el último, Señales
(2012) es ya una característica integrada en su poética. Léanse como ejemplo
solo dos versos; el último del primer poema (Para el ayer el llanto.), que concentra el significado no solo del
poema que cierra sino de todo el libro que abre, y el primer verso del segundo
poema (Nos vigila el poema y nos redime.),
que constituye en sí mismo casi una poética. No resulta baladí, por lo tanto,
vincular El caracol dorado [2005-2011]
con la obra poética de Dionisia García, que en su conjunto ha integrado lo
gnómico como un elemento característico, y en este volumen lo ha desarrollado
como género literario: el aforismo.
Ambas
presencias de lo gnómico, como característica y como género, suscitan una nueva
cuestión: ¿en qué aspecto se relacionan o potencian la poética de Dionisia
García? Se ha utilizado con frecuencia el término «experiencia» para definir
algunos aspectos de su generación. La controversia que durante décadas ha
rodeado este concepto aplicado a la poesía desvirtúa su uso. Sin embargo, es
necesario recurrir a él para comprender el crecimiento de lo aforístico en la
obra de la poeta. Por «experiencia» la lengua castellana señala dos
significados que en cierto modo se oponen. Tanto se puede denominar
«experiencia» a un acontecimiento («Hecho de haber sentido, conocido o
presenciado alguien algo», dice la RAE) como a un conocimiento adquirido en el
curso del tiempo («Práctica prolongada que proporciona conocimiento o habilidad
para hacer algo», según la RAE). En ocasiones se mezclan y confunden ambos
sentidos, y se trata como poesía de la experiencia aquella que relata hechos.
La experiencia de donde deviene el conocimiento es, claro, la que emana de la
segunda definición. Toda la poesía de Dionisia García está escrita para obtener
un conocimiento de la vida. Así se podría enunciar el motivo nuclear de su
actividad poética. Los hechos que contienen los poemas, ya sean descripciones,
pequeñas narraciones, evocaciones, retratos, reflexiones…, son convocados para
ser un «mirador» de la vida, para construir un «refugio» y para acompañar la
«espera», tal como señala el cuarteto final de un hermoso poema de amor, «El
tiempo de una espiga»: Desde este mirador
que nos convoca, / seamos el refugio de todas las paradas: / demos al beso el
tiempo de una espiga, / y al silencio, la lumbre de la espera. Esta triple
condición donde ubica el amor y la poesía —«mirador», «refugio» y «espera»—
traza también las pautas del conocimiento poético: su objetivo como observadora
de la vida, su valor como remedio, su conciencia como temporalidad. Y en este
proceso prende lo gnómico como el fruto del cumplimiento, la obtención del conocimiento
al que se dirige la propia experiencia poética. Lo gnómico es al mismo tiempo
compañía (apunte, anotación…) y resultado (verso, aforismo…) del proceso de
conocer la vida a través de la poesía.
El caracol dorado distingue dos
subgéneros. A uno le denomina «Confidencias» [C], al otro «Artificios» [A]. La
distinción es extremadamente lúcida sobre su propósito. Unos aforismos, las confidencias, acompañan el desarrollo
del pensamiento y por ello resultan formalmente más heterodoxos, a veces son
meras conjeturas, frases entrecortadas o preguntas (¿Qué harían los artistas sin la melancolía? C-54). Otros aforismos,
los artificios, se ajustan al canon
del género literario, confirman un pensamiento y lo afirman con el carácter de
sentencia que la tradición exige (Quienes
confunden tristeza con melancolía, deberían investigar A-274).
El
alzado temático en detalle del conjunto de aforismos, un total de 722 entre las
dos partes del volumen, resultaría prolijo en exceso. El propio género tiende a
no establecer límites temáticos en su propia definición. No obstante se pueden
trazar con cierta facilidad las líneas argumentales principales. La primera la
constituyen los aforismos sobre la condición humana, y están presentes de
manera homogénea en ambas secciones. Constituyen este subconjunto temático los
textos que con mayor fidelidad interpretan las características tradicionales
del género, y al mismo tiempo permiten comprobar su condición de conocimiento
condensado a través de la experiencia vital en el curso del tiempo. Por
ejemplo, y en cada uno de los subgéneros: Tener
conciencia de nuestra ignorancia es un buen comienzo y fin (C-106), o Quien
acecha la vida de los otros pierde la propia (A-368).
En
segundo lugar cabe señalar los textos sobre el juico de la sociedad del
presente, sus características, su organización o su devenir. A veces este
apartado se amplía en el tiempo hacia la historia, en otras ocasiones se
concentra en aspectos concretos, como puede ser el uso del lenguaje o las
particularidades de la sociedad literaria y los poetas. Hay en este apartado
temático una clara voluntad de intervención, de inconformismo y de rebeldía
ante las imperfecciones de lo social. Como ejemplo citaré dos aforismos que
muestran su especial sensibilidad hacia la materia prima de su condición de
poeta, el lenguaje; el primero, una «confidencia»: Observo la expresión «de que» en algunos escritores notables y se me
viene abajo el texto. Manías del oficio. (C-111); el segundo, un aforismo
con la rotundidad que da el cincel sobre el mármol: La obviedad paraliza el lenguaje (A-385).
Un
tercer círculo temático está formado por los aforismos de carácter personal.
Unos son recuerdos. Entreverada entre los textos gnómicos se puede leer una
breve autobiografía de la autora. Hay también múltiples aforismos sobre
escritores, amigos, lecturas literarias o gustos artísticos que forman parte de
este capítulo, al que se suman también sus reflexiones sobre ideas
fundamentales, como la tristeza, la belleza, el amor… y en especial el paso del
tiempo y la desaparición de un mundo. Hay pocos aforismos, sin embargo,
vinculados al ámbito familiar, pero cuando aparece alguno, su lucidez
deslumbra: El nacimiento de un hijo
cambia nuestra manera de ver el mundo (C-213).
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