Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

martes, 20 de diciembre de 2016

Una escritura lúcida. «Veinte momentos de lucidez» de José Antonio Moreno Jurado


Cuando Jaime Gil de Biedma publicó en 1968 el volumen Poemas póstumos parecía que su título solo tenía una lectura irónica en relación a su biografía, aún vigente. Sin embargo, con el tiempo el título ha adquirido un trazado de mayor hondura que lo relaciona con las ideas en las que se ha creído, con el tiempo de la creación artística vivido y con el papel activo desempeñado en la sociedad literaria, que a veces de repente «perecen», aunque la vida del poeta continúe. Esta escritura póstuma sirve para comprender obras poéticas que han surgido después de que un autor creyera haber concluido su propia obra, y muestran como característica, igual que aquellos Poemas póstumos mostraron, una introspección que trasciende los signos estéticos de la época. No es un subgénero que cuente con demasiados títulos, pero cuando aparece un libro de escritura póstuma el lector lo agradece, su lucidez va normalmente mucho más allá de lo convencional en las poéticas de la época.
    José Antonio Moreno Jurado (1946) hace una década que pareció dar por concluida su obra, que cerró magistralmente en la recopilación Por los bosques del otoño (2006), y unos años después aún pareció sellar esa despedida con un libro de gran valía y diáfano título: Últimas mareas (2012). A esta secuencia le sigue ahora un volumen que añade una apostilla sorprendente: Veinte momentos de lucidez (Sevilla, 2016). Un libro que empieza a leerse por el título. Se trata de veinte poemas que de algún modo la continúan su propia obra más allá de ella misma, para iluminar tal vez las claves que la irguieron y para realizarlo con una lucidez que se desentienda de convenciones y contingencias. Y es asimismo, el título, una de las mejores definiciones de poesía que se pueden pronunciar. ¿Qué es un poema si no es un instante lúcido? 
    La ilustración de la cubierta y tres poemas centrales («Laocoonte», «Monumento» y «Marco Aurelio») evocan, señalan o dan protagonismo al arte escultórico. El mármol preserva la memoria («estelas funerarias / contra el rencor del tiempo») en los tres textos que son también espejos: de la belleza, de la biografía y del pensamiento. Estas tres esculturas (una artística, otra un «desatino» y la tercera clónica) añaden un matiz nuevo a la escritura póstuma: cuando la realidad con la que el poeta dialoga aparece frente a él petrificada —sea como belleza, recuerdo o creencia—. Esta metáfora surge también en otros poemas, como la evocación de Fernando Pessoa en «Chiado», que concluye con una imagen estremecedora de esa sensación póstuma: «al sentarme a tu lado / comprendí / que eras bronce / y me fotografié / contigo / para tomar café / como hacen los turistas / con los poetas de bronce».
    Y aunque ya sin estatuaria ni bronces explícitos, la mayoría de poemas toman un rumbo introspectivo en el que Moreno Jurado —frente a un simbólico espejo, que a veces es la noche, otras el mar— juzga la vida desde fuera del propio vivir («y duele soledadmente / como nostalgia acaso de todo lo vivido»). Son acaso estos poemas («Un sonido magenta», «No sé cómo llamarte» o «Sobre el número de amigos») donde la escritura póstuma se manifiesta de una manera más cruda y —por decirlo con un adverbio del autor— «heridamente».
    Pese a que uno de los poemas finales se titule —como un libro de Cicerón— «Sobre la vejez», ni el texto ni el libro tratan sobre el envejecimiento. El inicio del poema lo aclara pronto: «Vuelvo a encontrarte / como en tiempos de mi juventud». La vejez en este libro es solo el volumen escrito por Cicerón «con el que vivo todavía contra el tiempo». Y con cuya evocación Moreno Jurado escribe libro y poema, se diría, más allá del tiempo, fuera de la vejez y de la juventud, en ese sintiempo póstumo de quien no está construyendo una carrera literaria, ni una voz en un panorama poético generacional, sino de aquel cuya poesía es ya solo la respiración petrificada de una vida. Una poesía despegada del tiempo contingente. Solo «Veinte momentos de lucidez», un postrer esfuerzo para comprender lo incomprensible.

[Inédito]

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