Al gran esfuerzo de las vanguardias por deslocalizar el sujeto poético del autor del poema —heterónimos, apócrifos, correlatos objetivos…— tal vez corresponda en el presente un esfuerzo similar de relocalizarción del autor como sujeto poético para, tal vez, apuntalar lo que queda del género antes de que llegue la próxima marea. Es posible que el punto de inflexión entre estos dos movimientos —el de des y el de re— estuviera en el gran Ciudad del hombre de Fonollosa, que proporcionaba la dramaturgia perfecta para el final de un camino: cada poema, en el momento de ser escrito, genera su propio sujeto poético, independiente no solo de su autor sino también del resto de poemas que su autor escriba. Y esta posiblemente haya sido, y sea, la piedra de clave de la calidad poética en la poesía de finales del siglo XX: es artístico el poema capaz de crear un sujeto poético, emotivo o intelectual, a partir solo de sus propios versos.
Desde entonces la crisis del sujeto poético parece que solo hubiera dejado dos caminos abiertos: o avanza hacia la desintegración total del sujeto —siguiendo el rumbo que han tomado otras artes, como la música o la plástica— o regresa a la cuarteles de invierno para recuperar las últimas muescas que había olvidado el autor en sus manuscritos antes de perder su lugar en el poema. La única gracia que tiene esta última opción, en este momento, es que esas cenizas han sido seducidas por el modelo oriental de sujeto poético, por ahora el único salvavidas que el autor ha encontrado para buscar tierra bajo sus pies. La radicalidad de opciones quizá explique la sensación de escasa novedad que la poesía entrega en el presente. Y dado que ambas opciones posibles se sitúan en los extremos, queda en el campo de la creación un espacio inmenso para explorar nuevas protagonismos del sujeto en relación al poema. José Mateos (1963) acaba de presentar una opción tan novedosa como sorprendente. Y que merece un nombre en este no sé si selvático o desértico panorama. Su último libro Otras canciones (Pre-Textos, Valencia, 2016) recupera un sujeto poético autoral, que no es sin embargo el poeta que lo firma, sino el narrador de su anterior libro, Un año en la otra vida (Pre-Textos, Valencia, 2015).
Esta deslocalización del sujeto poético la narrativa la ha solucionado con solvencia tras la categorización de sus elementos que realizó Foster. El autor es el que cobra los derechos de autor, pero quien escribe la narración es el narrador. Y el concepto de «narrador» ha sido trazado con tanta generosidad que hasta el momento es capaz de encarnar cualquier actitud narrativa que un autor sea capaz de imaginar. Es el caso de Un año en la otra vida. Aunque escrito como un dietario, el sujeto (o narrador) que lo construye no es una figura preexistente ni relata sucesos conocidos (objetivo del memorialismo convencional, un personaje de relieve social o el testigo de una época excepcional que muestran la cara oculta de ese relieve y de esa excepcionalidad). El interés por el autor de las entradas a su diario en Un año en la otra vida lo proporciona el propio narrador con su narración: el relato del mundo que le rodea, las visitas impredecibles que recibe, su caso elegíaco… Es pues un narrador prendido en exclusividad al libro que protagoniza. Un dietarista, pues, literario. Y este narrador es también el sujeto poético de otro libro, ahora de poesía: Otras canciones.
José Mateos ya había publicado un título que sirve como referencia a este: Canciones (2000). Y el título actual nombra y enmascara esta situación, al mismo tiempo y con sorprendente lucidez. Lo oculta el término «Canciones», que ha vinculado siempre a su personalidad como poeta, pero lo descubre «otras»: Canciones-otras. Canciones de la otredad. Canciones de un yo que es otro. Y, en efecto, al margen de lo que José Mateos pueda pensar sobre la poesía, estos poemas ahora reunidos —que el autor en el prólogo vincula a la época de escritura de su libro en prosa— se adecúan a la poética expresada por el narrador de Un año en la otra vida: «parece muy poca cosa… y es tanto. Se trata de esa poesía sencilla, casi apuntada apenas, que quizá solo se pueda apreciar cuando se lleva ya mucha poesía leída a las espaldas y se está un poco harto» (pág. 39). Este es el primer acercamiento del narrador a las ideas sobre la poesía que emanan de Otras canciones, libro que emerge como una opción ante un panorama embozado. Una posibilidad que sería, de hecho, la no opción. Es la hartura de la feracidad, la «mucha poesía», la que descubre el valor de la pobreza, el «parece muy poca cosa». Se trata de una poesía que reacciona ante las dualidades (conceptual-neorromántico, o cualquier otra) apartándose. Renunciando. Empobreciéndose («…esos versos / —tan libres, tan desnudos—»). Un poema titulado «Juego de niños en Kenia», que evoca la capacidad de los niños africanos para convertir en juguetes prodigiosos la «basura» occidental, se alza como el emblema de esta poética: «un tesoro surgido / de las sombras del mundo».
El narrador de Un año en la otra vida defiende, en paralelo al curso de los acontecimientos que narra y que al narrarlos crean su personalidad literaria, una clara idea estética: «Puede ser un poema, una canción, una acuarela… flores tan naturalmente sencillas, y tan naturalmente alejadas de lo que hoy cotiza en el mundo contemporáneo: la expresión, el escándalo, el ingenio, la originalidad en el sentido más bajo de la palabra» (pág. 64). Junto a la reiteración de motivos ya mencionadas —el apartamiento y la pobreza—, el narrador añade un matiz nuevo: la «baja» originalidad del arte de «hoy». Es decir, la superficialidad en su origen. Porque la cualidad original —la alta— solo puede venir de un origen más hondo. Con referencias, citas, paráfrasis o relecturas, el narrador del dietario se esfuerza siempre porque sus pasos prendan en un relato iniciado hace muchos siglos. Y que dentro de él, solo dentro de él, sea posible el «vuelo» de la «originalidad». El poema «Lecturas» es diáfano en ese propósito de estas canciones-otras: «El libro sobre la mesa. / Le abro las alas, / y vuela.»
Los tres versos de este poema son también un ejemplo de la poética del narrador de Un año en la otra vida: «Escribo de aquello que, si no se escribe, desaparece. Escribo de aquello que desaparece cuando lo escribo» (Pág.118). Una poética de lo efímero que afecta al objeto, pero también al sujeto, como desvela el poema «Parga», escrito a modo de oración: «Señor, tú me vacías / gota a gota / los ojos, / palabra / tras palabra. // Señor, / cuando me muera / apenas / morirá nada.» Versos que pueden tener una lectura espiritual, pero también son susceptibles de una interpretación metapoética: una obra literaria no crece por acumulación (de palabras, de ideas, de poemas…), sino, al contrario, vaciándose (de lo visto, de lo escrito) hasta que la escritura sea casi «nada». Y esta sí es una opción para comprender el sujeto poético contemporáneo y su paradoja esencial: cuanto menos quede del sujeto («ojos», «palabra tras palabra»), cuanto más vacío se encuentre… más auténtico será el poema. Más lleno del Otro, o de lo otro, o de la otredad, es decir, de la única posibilidad que le queda al ser para ser. La gran paradoja a la que se encamina la poesía: solo lo que desaparece es; solo la conciencia de la desaparición proporciona autenticidad.
O dicho de otro modo: solo es susceptible de permanecer lo concebido como efímero. Ninguna «gran» obra a priori superará el interés de una temporada. A partir de esta convicción cobran valor los poetas que, como se afirma en el prólogo a este volumen de poemas otros, «van dando palos de ciego en los muros del idioma y abriendo a veces agujeritos por donde entra un hilo de claridad». José Mateos demuestra en Otras canciones que ser contemporáneo no es una cuestión de rupturas o novedades, sino de plantear las contradicciones de la contemporaneidad allí donde son de verdad relevantes.
[Inédito]
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