Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

domingo, 12 de febrero de 2017

Un clásico a destiempo. Enrique Badosa, algunos libros


MARCO AURELIO, 14 de Enrique Badosa 
DVD poesía, Barcelona, 1998

Que los libros luzcan un título de fantasía en la portada es costumbre relativamente moderna. Y esos títulos, cuya disposición en las mesas de las librerías forma textos curiosos y disparatados, tienden cada vez más a convertirse en simples marcas. El abuso de los buenos títulos acaba anulando la eficacia de la mayoría. En ciertas ocasiones, no obstante, el sentido de un libro empieza a hilvanarse desde el acierto de su título, y eso, que no suele ser frecuente, es lo que ocurre en Marco Aurelio, 14. Esta dirección postal de Barcelona se suma a algunas célebres afirmaciones propias de la generación de su autor que defienden la idea de un poeta que sale a la calle; o mejor, a su calle, a su ciudad, a su universo de cuestiones próximas. El nombre de esta calle es, sin embargo, el de aquel aguerrido y culto emperador que tuvo Roma, autor de unos Pensamientos; título que le sirvió por cierto para escribir 12 libros. Y ese contraste entre la calle y la cita a la antigüedad es excelente metáfora de la obra poética de Enrique Badosa, quien ha compartido los principios de comunicación y realismo de su época, pero apelando más a la realidad compartida con Horacio, con Ovidio y con Marcial —sin caer en un culturalismo fácil— que a la realidad meramente callejera. 
    Una vez iniciada la lectura, la metáfora se ensancha y convoca otros sentidos más íntimos: la dirección postal del título señala ahora una clara inflexión hacia el interior hecha desde el exterior: «las calles no conducen a vivir» dice uno de los versos. La poesía de Badosa ha sido siempre sensible al mundo exterior tal como indican algunos de sus títulos más emblemáticos (Baladas para la paz, Mapa de Grecia...), o como se verifica en la vocación cívica de sus Epigramas confidenciales. Ese mundo exterior, presente en algunos poemas que siguen reivindicando su amor a la vida («tantas palabras bellas por amar»), sufre de súbito una amenaza: «el desamor del nombre inevitable».
     El «desamor» poco a poco se apodera del tono del libro y se desarrolla en una impecable estructura donde los asuntos dominantes se trenzan con regularidad, a veces en un avance que alterna dos temas en perfecto paralelismo. Este súbito desamor («repentino silencio de pétalos marchitos») que amenaza la belleza del mundo tiene dos caras. La primera es una inesperada despersonalización del sujeto lírico. Empieza por una leve distancia consigo mismo («me siento tan lejos de mí mismo»), sigue con la aparición de temas ajenos en su escritura («Y la mano de alguno, al que conozco apenas... / con mi letra de niño escribe soledad») y esa nueva imposición del silencio, la soledad, el mal tiempo, las calles sin nadie y las cenizas de la penumbra («me obliga a papel negro y tinta de presagio») acaba por convertir en irreconocible el rostro íntimo del poeta, «hasta quedar en blanco cuanto he sido».
    La otra cara del desamor, la ausencia, inspira el mayor número de poemas, sin duda los mejores. Todos los matices de la ausencia están presentes en Marco Aurelio, 14; desde la constatación de la paradoja que supone un mundo que se creó para la felicidad, ahora amputado («esta alcoba de amor para estar solo»), como amputados resultan los gestos cotidianos de la vida («abro la luz de un libro preferido / en el que tú también te recogías»), hasta la desolación final: «Desamparado de tus ojos... / me llega el frío que te aleja».
     En las últimas páginas del volumen aparece impresa una bibliografía completa de Enrique Badosa. Curiosamente estas páginas rituales también convocan sentido, pues Marco Aurelio, 14 dialoga con todos sus libros anteriores y supone un apéndice lírico a todos ellos: el instante homérico del regreso. Un regreso que es también el Regreso en mayúscula, ya que la trascendencia es uno de los cimientos de toda su obra poética.

El Ciervo nº 570-571. Julio-agosto, 1998

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PARNASO FUNERARIO, de Enrique Badosa 
DVD poesía, Barcelona, 2002

Existe un subgénero literario que anhela convocar en escasas palabras el sentido global de una vida. Muchos escritores, como Rafael Montesinos (1920), han titulado poemas de este modo: «Epitafio». Acaso convenga recordar el suyo como ejemplo de esta aspiración lírica; dice así: «Sin preguntar quién fui o si creía / en vuestro pobre mundo que he perdido, / dejadme en paz, mirad hacia la vida, / que a mí me basta un corazón: el mío». 
    Más extraño resulta el epitafio considerado como sátira poética, aunque alguna tradición tiene. El poeta norteamericano Edgar Lee Masters (1869-1950) publicó en 1914 un libro que ha merecido cierta celebridad: Antología de Spoon River, donde describía con humor la vida de un pueblo a través de los epitafios de quienes lo habitaron. No es necesario irse tan lejos, sin embargo, para encontrar precedentes a este Parnaso funerario que ha escrito Enrique Badosa (1927) como una vuelta de tuerca más de su ya extensa e intrépida obra satírica. El romántico Francisco Martínez de la Rosa (1787-1862) escribió una colección de 45 epitafios que tituló El cementerio de Momo. Uno incluso parece compartir asunto: «Aquí enterraron de balde, / por no hallarle una peseta... / No sigas: era poeta.» 
    En su antología Los versos satíricos (2001), Eduardo Moga recoge poemas de Badosa en casi todos sus capítulos temáticos, y en el dedicado a la sátira literaria escribe: «Enrique Badosa, en la estela de su maestro Marcial, ha dedicado numerosas composiciones a la crítica de poemas y de poetas. El último volumen del barcelonés [en 2001], Epigramas de la Gaya Ciencia, es, de hecho un libro dedicado solamente al escarnio de los autores y las prácticas literarias que le disgustan, y, en un sentido más amplio, a la reflexión sobre el fenómeno poético». La cita ha sido extensa, pero exacta también en el recuento de intenciones de Parnaso funerario: crítica y escarnio que mueven a una sonrisa cómplice por una parte, y por otra un súbito quiebro verbal que detiene el gesto simpático y lo congela: “Todo aquel que se acerque a este Parnaso / medite por qué sufre el que aquí pena, / pues, poeta mayor, mediano, raso, / importa escarmentar en testa ajena”. 
    Parnaso funerario contiene cuarenta sonetos, con sus correspondientes prólogos y epílogos, dedicados a otras tantas clases y estirpes de poetas. Empieza por el «Epitafio de un poeta de la Experiencia» como quien avisa a los lectores de que no va a hablar precisamente de autores en tiempos de Marcial o Martínez de la Rosa. No creo sin embargo que sea un libro escrito con clave; no parece que los sonetos remitan a nombres propios que se ocultan. Es verdad que cuando se hable del poeta coprófilo tal vez a algún lector de poesía contemporánea le suenen campanas, pero identificar la sátira con un poeta concreto no añade ninguna gracia especial a la que tiene el escarnio de la «cropolalia». No es un libro contra éste o aquel, sino contra la zafiedad humana en forma de poeta. 
    Badosa, maestro tanto en la lírica como en la sátira, sabe que ambas, contradictorias e irreconciliables, habitan la esencia de la poesía. Que los poetas son quienes de verdad salvan con su dolor el espíritu en cada época, y al mismo tiempo, tan alto designio les convierte en los más disparatadamente humanos, en los más vulnerables. Una buena colección de disparates lucen aquí con el brillo de las rimas consonantes que con tanta destreza y tan pocas contemplaciones disemina el poeta... Sí, «el poeta», pues una burla para ser auténtica ha de empezar por uno mismo.

El Ciervo nº 620. Noviembre, 2002

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YA CADA DÍA ES MÁS NOCHE, de Enrique Badosa 
Fundación Jorge Guillén, Valladolid, 2006

Fernando Pessoa llamó heterónimos a las voces contradictorias que sonaban en su interior, Antonio Machado habló de apócrifos. En el siglo anterior Robert Louis Stevenson había aventurado la metáfora del Dr. Jekyll y Mr. Hyde como la bifurcación de la personalidad moderna. En tiempos en los que tanto se valora la uniformidad de pensamiento, vale la pena evocar estos padres de la dispersión. La última época del poeta Enrique Badosa ha seguido con empeño dos líneas, hasta cierto punto opuestas, de la escritura poética. Por un lado ha cultivado la sátira con vigor formal clásico y mirada posmoderna, y por otro ha iniciado un proceso indagatorio en el orbe del lirismo que ha dado a luz ya algunos libros sencillamente magistrales, como Marco Aurelio, 14, que ha sido recientemente reeditado. Los libros de Badosa durante esta última década se han alternado dentro de estas dos líneas. Ya cada día es más noche, como sugiere su título, da una vuelta más de tuerca en el ejercicio de revisión de sí mismo frente a las postrimerías. 
    El libro está atravesado por dos motivos líricos: uno es la inminencia del final, encarada con una lucidez extrema: «El oscuro vacío se acerca /… / y el rumor de los últimos pasos / que muy pronto daré. Hace frío»; el otro es la experiencia de la soledad, que transmite acentos existenciales: «te espero en la tiniebla de estar solo». Lo singular de Ya cada día es más noche no se encuentra, sin embargo, en sus aspectos temáticos, sino en el modo poético, formal, cómo los encarna el poema. Para escribir este libro Badosa se ha despojado del aparato retórico y métrico que conoce con maestría. Ha prescindido de la rima y de la complexión atlética de las figuras retóricas. La métrica renuncia también a un modelo jerárquico: junto al endecasílabo y al alejandrino, el poeta escribe unos vibrantes eneasílabos y otros versos con menos tradición, como decasílabos o dodecasílabos, que le dan un punto de extrañeza y desgarro al ritmo, algo que combina perfectamente con el estado de alma de quien los ha escrito. 
    Tampoco Badosa ha buscado en ellos construir el poema canónico. En la brevedad de los textos alternan tonos diversos, desde el gnómico hasta el apunte de dietario, desde el esbozo de un pensamiento hasta la oración. Algunas oraciones de este libro alcanzan una gran belleza. Copiamos una completa: «Y que la soledad no sea un cuarto oscuro, / que el temor y el amor me liberen de mí, / que gestos de plegaria me serenen los ojos, / que la última sed no sea de agua amarga, / que Te sienta a mi lado como nunca he sabido.» El poema es también ejemplar en el despojamiento de Ya cada día es más noche: la dicción se concentra y desprecia la arquitectura retórica del poema. Empieza in media res y aumenta sólo en densidad semántica hasta un final que en ocasiones suena a mera interrupción. Esta sensación de fragmento, de mosaico que solo conserva algunas teselas, las esenciales, avanza en paralelo a las dos líneas temáticas del libro: los pasos finales que resuenan en soledad («Cada día las calles más estrechas, / más penumbra en el sol sin madrugada, / con trazo de sentencia escrito el tiempo»). Esta coherencia entre forma y tema no ha impedido que Badosa haya escrito en este libro alguno de sus mejores poemas, como es la impresionante evocación del padre desde las postrimerías: «A tientas por tu ausencia, perdido de tu luz, / te busco todavía en el recuerdo insomne / de la infancia…». Palabras que estremecen.

El Ciervo nº 670. Enero, 2007

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TRIVIUM, de Enrique Badosa 
Ed. Funambulista, Madrid, 2010

El primer libro que se abre paso por sí solo en el estante de las novedades de 2010 lo hace con la rotundidad de su volumen: 1184 páginas de aventura poética, que son el fruto de algo más de 50 años de escritura de Enrique Badosa (1927). Pessoa descubrió que en la modernidad hay que ser tres para ser uno mismo, y Badosa ha titulado Trivium al conjunto porque acaso también en su obra confluyan tres poetas. Se advierten pronto tres edades: el período de aprendizaje (1956-1976), en libros que indagan todos los caminos de la poesía contemporánea; una época de madurez expresiva (1977-1985) en torno a la publicación de Mapa de Grecia y otros títulos con los que Badosa quiso dejar el registro poético de los lugares que fundan la realidad. Y un período final, de plenitud y gran feracidad, iniciado en 1986 con los Epigramas confidenciales, género clásico que Badosa ha revitalizado para cumplir con el designio de la poesía moderna: explorar todos los caminos de la expresión. Tres períodos, pero en cada uno de ellos, siempre, tres poetas: el del presente («uno de tantos… en medio de la calle», se dice un muchos poemas), desde la descripción hasta la sátira, desde el café hasta el museo, nada es ajeno a la poesía de Badosa. Segundo, el poeta de estirpe clásica, que actualiza la tradición lírica latina y consigue hacerla vigente, refundándola. Y tercero, el poeta espiritual, que sabe despegarse de los asuntos de este mundo que tanto le atraen, para elevarse en dirección a la trascendencia. Trivium de poetas para celebrar la fortuna de una vida dedicada a la poesía.

El Ciervo nº 717. Diciembre de 2010

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