LOS MUERTOS, de José Luis Hidalgo.
Estudio preliminar de Juan A.González Fuentes.
Universidad de Cantabria. Santander, 1997
Las fechas que enmarcan la vida del poeta mallorquín Bartolomeu Rosselló-Porcel (1913-1938) fueron, en verdad, poco generosas. Rosselló había hablado ya de su muerte en el poema «En la meva mort»: "Me exaltaré sobre los horizontes / y las banderas sacaré al desierto / de la última cabalgada". El portugués Mário de Sá-Carneiro, amigo íntimo de Pessoa, se suicidó en 1916, en París. Había nacido en 1890 y también nombró su muerte en el poema «Fim»: "¡Cuando yo muera golpead latones / brincad, haced piruetas.../ Que mi féretro vaya sobre un burro / adornado a la andaluza». Con unas fechas terriblemente tercas tras su nombre, el poeta canario Félix Francisco Casanova (1956-1976) cerró uno de sus poemas más vitales con un verso inquietante: «Eres un buen momento para morirme».
A esta azarosa lista cabe añadir el nombre de José Luis Hidalgo, que nació en 1919 en Cantabria y murió en el sanatorio de Chanmartín de la Rosa, Madrid, en 1947. Ni siquiera habían aparecido entonces los primeros libros de su generación, la de Blas de Otero, Hierro y Celaya. José Luis Hidalgo publicó un libro estremecedor que no llegó a ver editado, pues salió de la imprenta unos días después de su desaparición: Los muertos.
La Universidad de Cantabria con buen tino (pero con malos tipos y peores cenefas, pues parecen elegidos para un programa de fiestas de pueblo) ha reeditado este libro fundamental y tan escasamente citado de la literatura española de posguerra. En Los muertos se adensa la poesía religiosa, tan frecuente en los años cuarenta, y se marca ya claramente la línea existencial que esta iba a tomar en la década siguiente: «y sé que cuando muera es que Tú mismo / será lo que habrá muerto con mi muerte».
Es este un libro reflexivo y torturado, lúcido y terrible donde José Luis Hidalgo nombra la muerte (de los muertos de la guerra civil, que le proporcionaron el primer impulso para escribirlo) y su muerte (largamente esperada durante la enfermedad). Y ese es también el itinerario que sigue el libro a través de sus cuatro partes. En la primera Hidalgo reescribe el mundo desde la percepción de quienes ya no lo habitan. Los poemas se titulan «Muertos bajo el agua» o «Nubes sobre los muertos». Debajo late el pesimismo de quien ha vivido una guerra con 20 años. Segunda y tercera parte concentran los poemas religiosos. En ellos el poeta busca establecer un diálogo directo con un Dios que poco a poco va desvaneciéndose en su propia oración («Señor, toda la vida es mi pregunta, / de noche a noche largamente sangra: / ¿Ardes sin tregua tras el cielo negro, / o habitas solamente en mi palabra?») hasta convertirse en ausencia. Tras la sección que cierra el libro se adivina ya la enfermedad apoderándose del cuerpo y de la vida; presentimiento de la muerte: «A solas con la noche me he quedado, / con mi carne tendida, fruta amarga».
José Luis Hidalgo tenía 28 años. Sá-Carnerio, 26. Rosselló-Porcel, 25. Félix Francisco Casanova, 20. Como ha escrito poeta ibicenco Vicente Valero, «un hombre no debiera pronunciar su muerte».
[El Ciervo nº 560. Noviembre, 1997]
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