Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

domingo, 26 de agosto de 2018

San Francisco-Delhi, vuelo directo


NO PASA NADA. LOS POETAS BEAT Y ORIENTE, de Jesús Aguado 
El Bardo, Barcelona, 2007

Ferlinghetti nació en 1919, Kerouac en 1922, Ginsberg en 1926… En parecidas fechas nacieron Rafael Morales, José Hierro y Ángel González; es decir, mientras la poesía en España practicaba un realismo endecasílabo de andar por casa, apegado a las tristezas de la posguerra como una bombilla de veinte vatios a la oscuridad, la generación beat norteamericana tomaba aviones a Oriente, experimentaba con sustancias prohibidas, rompía moldes poéticos y proporcionaba argumentos vitales a lectores que nacerían décadas más tarde. Sin ellos no se entienden los años 70 en Occidente. Y cuando su influjo languidecía, los rigores y fantasmas del nuevo siglo, empeñado en resucitar lo peor del que le precede, impone el rescate del espíritu de la generación beat, que de nuevo cobra protagonismo en las librerías. Como ejemplo, esta antología temática editada y traducida por el poeta Jesús Aguado, verdadero puente entre universos literarios. Si hace unos meses esta página celebraba sus traducciones y exégesis de los poetas devocionales de la India, hoy lo hace de su lectura de los poetas norteamericanos con influjo oriental. Puente, pues, de ida y vuelta.
    Oriente supuso para la generación beat una amalgama de estímulos que abarcó desde la filosofía hasta la bisutería. De todo ello hay en los poemas de No pasa nada. En el ámbito más genérico, lo oriental ofrece a los poetas beat un argumento para rechazar el seco racionalismo del siglo XX sin caer en el irracionalismo. Jack Kerouac (1922-1969) fue quien mejor planteó las nuevas ideas mediante su teoría del Éxtasis: «el Pensamiento Correcto/ es el pensamiento de que el camino es el No-Camino», y Philip Whalen (1923-2002), que llegó a ser abad zen —informa Jesús Aguado en una nota a modo de jaiku critico—, quien desarrolló con amplitud esta filosofía: «riachuelo que ruge como las vías del tren / que no va a Chicago». El modelo oriental fue, después, una vía para sortear la secreta alianza entre rigor puritano y mercado que marcó buena parte del siglo XX. Lawrence Ferlinghetti (1919), cuya editorial —City Lights Books— es un emblema del movimiento, le dio al pensamiento beat una dimensión cívica y política. Su poema «Un buda en el montón de leña» puede citarse como el mejor ejemplo: «Si de algún modo hubiera habido / un hilandero seguidor de Gandhi / con Brian Willson a las puertas de la Casa Blanca / a las Puertas del Paraíso / entonces no hubiera ocurrido / ningún nuevo Vietnam / ni se hubieran escuchado / más canciones militares». La creciente militarización del planeta le devuelve sentido y actualidad a este viejo poema de Ferlinghetti.
    En un ámbito más concreto, Oriente surtió a los poetas beat con su inagotable bazar iconográfico y referencial. Diane di Prima (1934) empieza una de sus Cartas revolucionarias así: «ahora deja que te cuente lo que es un Brahmasastra / … el arma hindú de la guerra…/ como una cuña voladora de energía mental / arrojada contra el enemigo por un dios o por un héroe». Otro de sus poemas afirma que es «fácil cantar el blues / fácil recitar sutras». A diferencia de los románticos, que viajaron a Oriente con la imaginación para huir de su presente, los beat funden sin excesivos reparos su cotidianidad americana con su idealidad hacia la casa del sol naciente. Allen Ginsberg (1926-1999) en una magnífica evocación de su cocina neoyorquina se pregunta: «¿tengo suficientes dólares / para dejar el alquiler pagado mientras estoy en China?», y más abajo exclama: «qué bueno / ese halvah con semilla de sésamo triturada / después de una semana en el congelador».

[El Ciervo nº 674. Mayo de 2007]

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