Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

sábado, 29 de diciembre de 2018

Blanca Andreu: De una niña y sus caballos



Rodea la figura literaria de Blanca Andreu cierta controversia. Tanto puede aparecer envuelta en una aureola de gran poeta de la contemporaneidad como estar ausente en recuentos de la poesía actual. Unos reconocen a su poesía un carácter innovador, otros se lo niegan. Tal vez en su caso más que en ningún otro se mezclen percepciones de diversa índole que contribuyen a confundir el protagonismo que Blanca Andreu ha tenido desde la década de los ochenta.
   Convendría, al hablar de la autora de un libro tan extraordinario como es De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall, distinguir con claridad tres niveles de percepción. En primer lugar, y con un interés más espurio, se encuentra el enorme ajetreo sociológico que se precipitó tras la concesión a Blanca Andreu del Premio Adonais de 1980. Este era un premio en decadencia y sin apenas eco, ni siquiera dentro de la sociedad literaria; sin embargo, el periódico El país, en el apogeo de su influencia social y cultural, y en especial uno de sus columnistas más célebres, Francisco Umbral, situaron el nombre de Blanca Andreu al día siguiente de la concesión del premio en boca de cuantos andan mirando a su alrededor para obtener temas de tertulia. Una vez encendida la llama en los medios periodísticos, alimentada por supuestas relaciones extraliterarias, la cascada de opiniones y polémica sobre el libro resultó sin duda desmesurada —y desconocida desde la época de los Nueve novísimos— para el discreto murmullo que saluda la aparición de un libro de poesía. Más tarde su matrimonio con Juan Benet, escritor clave en muchos aspectos —no sólo literarios— de la segunda mitad del XX, y el prematuro fallecimiento de este, acrecentaron una percepción de la autora viciada de elementos sociológicos que convendría mantener a raya a la hora de valorar su figura literaria.
    Mayor interés tiene acercarnos a Blanca Andreu desde la perspectiva de la historia literaria. En 1980, tras una paupérrima y desorientada década de los 70, su libro parecía subrayar un giro de la poesía española hacia el irracionalismo más audaz. Y en cierto modo esa vía abierta por Blanca Andreu iba a ser continuada por otras autoras, como Luisa Castro o Amalia Iglesias; sin embargo la sensibilidad poética que acabó dominando la década —en los nombres más reiterados, la dirección de revistas o el modelo propuesto desde premios y crítica— iba a situarse en el polo opuesto: el regreso a una poética de la racionalidad y la ideación figurativa. El conflicto suscitado por esta situación, en la que un libro con claro protagonismo histórico aparece justo cuando se empieza a fraguar el gusto poético contrario, ha propiciado una sucesión de lecturas deformadas, tanto por la acritud de quienes denostaban su voluntad vanguardista como por el ensalzamiento de quienes la consideraban una vía valiosa para la renovación de la poesía española.
    La obra poética de Blanca Andreu, en tercer y más relevante acercamiento, traza un perfil decreciente. Su libro fundamental es De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall (1981). Los dos títulos siguientes en buena medida son deudores del estilo y los aciertos del primero: Báculo de Babel (1983) y Elphistone (1988). Aunque en estos dos hay secciones que se apartan de la irracionalidad desbordaba en una búsqueda de otras formas expresivas: el poema en prosa de sintaxis dislocada por reiteraciones y yuxtaposiciones, en Báculo de Babel, y la contención expresiva de pretensión metafísica, presente en ciertas partes de Elphistone: «Ahora me pregunto qué sería de aquel fuego / y de su noche, la ceniza» se lee en un poema.
    En 2002 apareció el siguiente libro de la autora, La tierra transparente, un conjunto disperso y fragmentario dedicado, explícita y metafóricamente, a la figura de Juan Benet. La mezcla de materiales de diversas épocas e intenciones hace difícil juzgar un libro en el que, por momentos, gana la partida un decidido carácter narrativo, y en otro un ingenuo aire becqueriano —a veces algo convencional: «y eras, océano / un prado / de hierba azul / en movimiento».
    Uno de los textos memorables de De una niña..., el que lúcidamente empieza: «Cinco poemas para abdicar, / para que sean un destello terrestre en mi tránsito», desgrana las «cinco» claves de su poética. El primer simbólico «poema», que dedica a Virgina Wolf, evoca dos elementos característicos de su escritura, por una parte la conversión en referentes poéticos de ciertos nombres propios de la literatura; y por otra, la obsesión latente por el suicidio, que emerge en múltiples imágenes («niños marítimos / que se ahorcan con algas y cabellos oceánicos»).
    Dos «poemas» dedica al amor, y es verdad que dos sentimientos amorosos distintos cruzan su obra de parte a parte: uno es el de la ebriedad y el destello onírico, y el otro, acaso el que dota al rico entramado verbal e imaginativo de un sentido más profundo, el que reúne en una misma concepción amor y muerte: «Sé bien que encima de mis heridas sólo habita / la imagen encalada de mi muerte» («mis heridas» tiene siempre en Andreu un significado amoroso, es una imagen con reminiscencias místicas: «para mi amor: / sé bien que encima de mis heridas busco la alondra de tus heridas»).
    Otro «poema» está dedicado a la «casa» que bien se puede interpretar como la sensualidad del mundo, que tiene una presencia abrumadora en los versos de Blanca Andreu. La sensualidad alcanza todos los niveles y registros, desde el fonético —las aliteraciones son constantes— hasta la recreación de ambientes, en especial la idealización del un mundo medieval con acentos septentrionales de gran poder evocador. En Elphistone el ambiente recreado mediante oleadas impresionistas de palabras es el marinero. El quinto poema de los «cinco» está dedicado a «mi caballo». En la imagen reiterada de los caballos reúne Blanca Andreu, como en un símbolo esencial de su poética, todas sus vertientes: la sensualidad y el amor traspasado por la muerte, la idealización y la irracionalidad.

[Contrastes nº 30. Octubre-noviembre de 2003]

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