Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

jueves, 20 de diciembre de 2018

Escritores sin raza: Franz Hessel



Franz Hessel. Paseos por Berlín
 Col. Metrópolis, Tecnos, Madrid, 1997

En cierta ocasión Blasco Ibáñez visitó Ibiza. Según cuenta Vicente Valero le enseñaron la torre de defensa que se alza sobre Cala d'Hort, frente al promontorio de Es Vedrà, y le pasearon por el campo. Allí pasó cinco días. A su regreso escribió una extensa novela, Los muertos mandan (1909), un drama campesino de ambiente ibicenco. A esto algunos lo llaman ser un novelista de raza. Hay sin embargo otras razas de escritores que se caracterizan por no tener raza, es decir, género. El alemán Franz Hessel, autor de un libro sobre la ciudad donde transcurrió su niñez y su juventud, Paseos por Berlín, pertenece a este último tipo de escritores. También les diferencia el que unos multipliquen lectores solo en sincronía, y otros los vayan sumando en el curso del tiempo.
    Franz Hessel (1880-1941) fue un personaje secundario de las cuatro primeras décadas de oro (y de sangre cabría añadir) del siglo XX, y no solo en Berlín, sino también en París. Es decir, en Europa. Fue amigo de Benjamin, de Apollinaire y de Picasso. Amable, discreto, galante, su biografía no presentaría altibajos de no ser por la irrupción de un novelista de raza francés que sedujo a su esposa. Sus libros tienen títulos sugerentes: De los errores de los amantes (1922), Masa de pan ligeramente coloreada (1926), Berlín secreto (1927) —novela que entusiasmó a Iserwood. Paseos por Berlín se publica en 1929 y le sigue una recopilación de ensayos ejemplarmente titulada: Exhortación al placer.
   Walter Benjamin redactó una reseña entusiasta sobre Paseos por Berlín que en la edición española se incluye como epílogo. No son pocas las relaciones que pueden establecerse entre el libro de Hassel y algunas obras de Benjamin: a veces parece que uno haya hecho el trabajo de campo —la descripción exhaustiva de ese movimiento llamado ciudad o tal vez civilización urbana— y el otro haya desvelado las metáforas que lo rigen.
    Benjamin elogia el carácter de «flâneur» de Hessel y esta es tal vez la primera característica del libro, que bien pudiera subtitularse: «Manual del perfecto Paseante». Hessel le debe bastante a algunos modos literarios decimonónicos: desde el viaje romántico hasta la descripción naturalista, pero hay en él dos aspectos plenamente «actuales»: la actitud abierta ante el fluir de la ciudad, y la concepción misma de la ciudad como un movimiento que fluye, como una metamorfosis constante. Desde el capítulo inicial, «El sospechoso», en el que se plantea no sólo lo que se ha de ver, sino sobre todo la manera —sospechosa siempre para los demás— de verlo, Hessel da lecciones sobre el fantástico y complicado gusto por pasear: «Flanear (sic) es una forma de lectura de la calle en la que las caras de las personas, los acristalamientos, los escaparates, las terrazas-café, los ferrocarriles, los automóviles y los árboles se convierten en letras con el mismo derecho, que juntas dan lugar a palabras, oraciones y páginas de un libro que es siempre nuevo».
    Con Hessel también se aprende que ver, en el presente de la acción, no es una actitud suficiente durante el paseo. El vaivén entre la conciencia del pasado («Es posible que haya desaparecido [la antigua Alexanderplatz] antes de que estas líneas se impriman») y la sensibilidad por los presagios («la ciudad tiembla ante el avance del futuro») componen el complicado presente que se actualiza ante la ciudad del siglo XX, pues no otro es el referente que señala el nombre de Berlín: hay por detrás de los nombres concretos de la ciudad alemana una atenta descripción de cuanto se ha vivido en las ciudades europeas —aunque con otros nombres— en los últimos cien años. Esto es lo que le permite seguir sumando lectores, muy lejos ya del Berlín de 1929.
    Consciente de su literatura sin raza ni género, el mismo Hassel encuentra una imagen de espléndida ironía: «No se le podrá dar mucho espacio [le dice el director del periódico al joven creador]; a lo actual se le debe dar preferencia. El encanto de tus pequeñas creaciones es precisamente que son inactuales. Pero ¿no es cierto que para lo eternamente humano siempre hay tiempo porque nunca pasa de moda?» En algunos bares castizos —y Hessel es un enamorado de los letreros anónimos en la ciudad— se lee: «Hoy no se fía, mañana sí». Cartel que parece dictado por un novelista de raza.

[Clarín nº 13. Enero-febrero de 1998]

No hay comentarios:

Publicar un comentario