Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

jueves, 17 de octubre de 2019

Viaje al azul | «Lengua de lobo» de Rodolfo Häsler



Nómada y territorial a la vez, el lobo busca presas de modo incesante y al mismo tiempo avanza reconociendo sus fronteras. Se trata de un doble movimiento, el exterior que recorre y el interior que vela. Rodolfo Häsler (1958) ha elegido este animal, su «lengua feroz», como emblema de la escritura, tal como sugiere el último poema de Lengua de lobo (Hiperión, Madrid, 2019). Y doble, incluso triple, es también el movimiento que emprende la escritura del libro a través de los textos. Viaje de búsqueda —olores, sonidos, colores, sensaciones— en el espacio, pero también en el tiempo —en el reconocimiento de una biografía donde el poeta era un niño y era su padre quien le mostraba el mundo—. Dos viajes a los que se suma un tercero, implícito en ambos, hacia sí mismo, con una actitud al mismo tiempo observadora e introspectiva. Como la lengua en la que expresan sus hábitos los lobos.
     Rodolfo Häsler, que declara en algún verso no tener oficio, posee junto al suyo más acendrado el de viajero. Su condición de poeta se ha vinculado en muchos de sus libros a la experiencia en los lugares. Los viajes que ha emprendido, y que se evocan también en este, recuerdan los que en su época había realizado Bashō, cuya finalidad no era tanto conocer paisajes como afinar el instrumento verbal de su poesía. O, en época moderna, los que han culminado grandes fotógrafos, incluso en los países en guerra, obsesionados no por mostrar realidades sino por afinar hasta la exactitud su propia comprensión de lo humano. Eso es lo que se advierte en los poemas viajeros de Häsler. El carácter iniciático en el entendimiento poético del lugar se conjuga con la certeza de una mirada. Juntas, ambas cualidades —describir y entender— establecen la dimensión simbólica de unos poemas construidos desde la máxima concreción: «Los pasos caen al mar, / las sombras estallan contra los cuerpos, / la mirada se dirige hacia los desahuciados, / pero no olvides que Gaza, / es un chasquido de ceniza».
     Los lugares häslerianos tienden a mostrar, por una parte, su angustia de espacios arrasados —«Va por un callejón de muros desconchados» empieza el poema «Ljubljana» o el título del poema final, «Devastación del hotel Packard» son algunos ejemplos—. Pero no se limitan estos lugares a mostrar el deterioro del tiempo o de las ansias humanas solo en sus apariencias, sino que la aflicción arraiga en lo que ocurre. El poema «Rosa de Sarajevo» recoge una anécdota del poeta viajero, quien tras un golpe y tropiezo cae de bruces en un charco: «un accidente para sentir la ciudad». La verdadera angustia de los espacios devastados, su vivencia.
   En Lengua de lobo se emprende, junto a los viajes geográficos, otro de una dimensión diferente. En el tiempo. Igual que la evocación espacial no lo es de la estampa, sino de lo vivido, en la temporal tampoco prevalece la distancia anecdótica ni documental, es el poema el que viaja hasta la mentalidad del niño que ve y comprende. Es el esfuerzo de la escritura por situarse en el pasado con la vigencia completa de un presente. El niño que descubre el deseo en los «bombones Läderach» o los entresijos del arte en la descripción del taller pictórico del padre ofrece al lector algunos de los mejores poemas del libro. Espacio y tiempo se entreveran, de hecho, en las páginas. Sentarse en el Café Odeón es revivir la historia o la visita a un monasterio se convierte en una «Visión abierta de Hildegard von Bingen, / la busco entre las piedras de la pared / del refectorio, el ojo / le hace una pregunta al corazón»… y con la respuesta aparece el diálogo que el libro establece entre quien recorre lo desconocido con los ojos y a la par vela por lo conocido.
   En espacio y en el tiempo, dos viajes que se funden en un único viaje cuya dimensión se ofrece en el poema inicial, que cuenta cómo, tras entrar casualmente en un museo, y de una sala a otra, se detiene ante «la flor de cera de Redon», aquella con «el tallo azul ultramar». En los momentos claves del libro el azul emerge igual que el color azulea siempre alguna de las flores o parte de las flores en los cuadros simbolistas del pintor francés Odilon Redon (1840-1916). Una flor que en el poema «crece visiblemente / hasta invadir la estancia». Y tras la sala del museo, su crecimiento prende en las páginas de Lengua de lobo entregándoles ese acuoso y melancólico don del color azul, la luz aciaga, en cuyos matices el lector emprende el verdadero viaje por la poesía de las sensaciones y de los símbolos. El viaje secreto de los poemas de Rodolfo Häsler hacia lo azul.

[Inédito]

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