Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

sábado, 16 de noviembre de 2019

Presentación de «Cuaderno del Sur» de Juan Pablo Roa



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Cuando Juan Pablo Roa me envió un wasap proponiéndome que lo que ahora ocurre ocurriera tal como está ocurriendo le dije inmediatamente que sí por tres razones que nada tienen que ver con el libro que hemos venido a presentar. Entre otras cosas, porque acababa de salir y ni siquiera había visto su cubierta.
El primer motivo por el que quería estar aquí hablando de Juan Pablo hoy es por su apellido. Roa.  No recuerdo bien cuándo conocí a Juan Pablo. Sé solo que empecé a verlo en lecturas, de modo intermitente, no por él, sino por mí. Creo que decidió venirse a vivir a Barcelona hacia 1997, más o menos, época en la que más o menos se vino a vivir también a esta ciudad, aunque de un modo menos voluntario, quizá, mi hijo. Y mientras Juan Pablo llegaba a las tertulias, yo me retiraba a mecer una cuna. Lo conocía y no lo conocía al mismo tiempo, así durante años de lenta infancia, pero desde el primer día sabía quién era. No lo confundía. Por su apellido. En su apellido había pasado yo los mejores veranos de mi adolescencia, Roa de Duero, provincia de Burgos, y en su apellido han vivido, hasta donde conozco, todos mis ancestros. Cómo no fijarme en Juan Pablo.
La segunda razón es esta. El lugar donde estamos. El nombre que tiene el lugar donde estamos. Fue primero el de una revista de poesía, después el de una editorial de poesía y ahora lo es de una librería de poesía. Hay una novela de Agustín Calvo Galán, poeta que de vez en cuando aparece por aquí, que desvela en su historia un aspecto de nuestra vida cultural que no siempre queda a la vista. Su protagonista es un músico. Un músico que siente vértigo ante el público. Un músico extraordinario que, sin embargo, ha de buscar otro camino para servir a la música, alejado de los escenarios. Un camino secundario, pero principal. Y se convierte, por amorosa convicción, en un historiador de la música. Es una fábula muy hermosa. Quienes amamos la poesía queremos ser poetas. La mayoría nos conformamos con ser lectores y escribir poemas. Es una gran expresión de amor. Pero hay otras quizá mayores. Actúan en la sombra, son menos lucidas, más actividad que entusiasmo, más día a día que solemnidad, sí, existe otra manera de servir a la poesía.
Juan Pablo ha recorrido todos los caminos que conducen a la poesía. Se convirtió primero, de la mano del añorado Nicanor Vélez, en tipógrafo especialista en poesía. Un poema es voz, es universo, es ritmo, pero también tipografía. Y alguien tiene que mostrar ese gesto de amor que es componerla y corregirla. Fundó después la revista Animal Sospechoso. Una revista es una embarcación. Una idea de la poesía como esfuerzo colectivo, en la que incluso el grumete es esencial y necesario. La editorial llegó por la misma ruta marítima de la vocación, que ahora se ha encarnado en el lugar, Animal Sospechoso, esta librería. Estas paredes con estantes, estas sillas con lectores de poesía, quien se aventura a hablar sobre ella, como yo, con la única visión de la ceguera y, claro, en el centro, el poeta. Hoy, felizmente, Juan Pablo Roa.
La tercera razón se llama Cuaderno del Sur. No lo había leído cuando Juan Pablo me escribió su mensaje, es cierto, pero el libro no podía ir en contra del tiempo. El libro, necesariamente, tenía que ser un producto de la madurez poética de Juan Pablo, de igual modo que en los últimos años hemos leído enormes libros escritos por los poetas que viven en Barcelona, tienen más o menos la edad de Juan Pablo y la mía, y se expresan en la lengua de José Asunción Silva o de Gabriel García Márquez. A poco que recuerden ustedes, los libros recientes de Rodolfo Häsler, de Teresa Shaw, de Jesús Aguado, de Rosa Lentini, de Eduardo Moga, de Esther Zarraluki, de Carlos Vitale, de Neus Aguado, de Aurelio Major, del añorado José Carlos Cataño, nuestro hermano mayor,… poetas barceloneses nacidos en medio mundo que están alcanzando en estos años, poéticamente, su siglo de oro. Siglo no será, digamos, para entendernos, su «década prodigiosa».
Y ahora que ya he aceptado que ocurra lo que está ocurriendo, no me voy más por las ramas y les hablaré de Cuaderno del Sur, el libro de Juan Pablo Roa, cuya publicación hoy celebramos.

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En los paratextos —que son los textos marginales que acompañan la edición de los poemas— el poeta se ha preocupado por situar con cierta precisión este libro en su biografía. La nota de solapa empieza con una observación que, si se piensa un poco, solo tiene sentido si le da sentido al libro: «Tras un viaje por Portugal e Italia, se estableció en Barcelona». La frase solo está escrita para que aparezcan en el frontispicio estos tres nombres Portugal, Italia y Barcelona junto a la palabra «viaje». La nota de dedicatoria, en la última página, más explícita, concreta la intuición. Una vez concluido poéticamente el período biográfico de los años colombianos, sus primeros 26 años, Cuaderno del Sur se sitúa, poéticamente, en el segundo período biográfico, sus segundos 26 años. Este 2019, año en el que la vida del poeta se divide en dos mitades exactas, equilibrio de experiencias que de alguna manera el libro simboliza.
El primer poema engarza ambas épocas con la metáfora de la «laguna mortal del altiplano»… «donde dejé la estela y la moral / palpitante». Es decir, la laguna que ha muerto como todo lo que se abandona en la carrera del tiempo, ahora «regresa, a la letra, / este retazo, palpitante, / de infancia sobre el precipicio / sobre el cadáver herboso de la laguna». Es decir, en la escritura permanece lo que ha muerto en el tiempo, «el cadáver de la laguna», transfigurado en «letra». En el viaje que Cuaderno del Sur arranca por otro continente, continúa presente el continente originario, dentro del lenguaje. El libro que vamos a leer, nos avisa el primer poema y lo recuerda después en otras páginas, está escrito en un presente cantado desde la lejanía —la infancia, el paisaje originario, la lengua del padre y de la abuela materna—. El título evoca esta doble condición de la escritura roaniana: el cuaderno, la lengua que escribe y el viaje biográfico, el sur.

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Aún no hemos empezado a leer los poemas y el libro ya nos cuenta cosas. Y sigue. Uno de los aspectos más fascinantes es la estructura. Su doble estructura. Una singularidad técnica. Lo que hace Juan Pablo al ordenar estas páginas no lo había visto antes y quizá valga la pena detenerse, porque en la estructura el libro sigue hablando. Los 28 poemas que lo componen están ordenados de dos formas diferentes. La primera es la convencional. Tres partes. La inicial y la última se titulan con frases extraídas de la Cosmografía de aquel maravilloso sabio romántico que fue Andrés Bello. La primera parte está amparada por la idea de la «curvatura de la Tierra», que se demuestra viajando. La última por la «refracción» de la luz que «muda de situación» cuando atraviesa desde un «medio» a otro que posee diferente densidad, del aire al agua, por ejemplo. Ambas partes engastan otra, la segunda, que en el nombre tan querido de Ida Vitale evoca el tiempo. El tiempo que media entre el viaje existencial y refracción vital.
         Esta ordenación de los poemas hace referencia a la primera coordenada que la biografía de cada uno establece. Una coordenada cosmológica, si me permiten la hipérbole. O tal vez no lo sea tanto. Los mayas, ahora lo sabemos tras siglos de pensar que eran unos pésimos urbanistas, organizaban sus poblados imitando el plano del cielo nocturno. Cada estrella era una casa. Fue un descubrimiento que dice mucho de lo que hemos olvidado. Cada una de nuestras vidas es un lugar en el cosmos. Y solo orientados en él, como han hecho civilizaciones y religiones antiguas, sabremos qué lugar ocupamos en la realidad. Esta idea cosmológica es la que organiza los poemas: un viaje a través de la realidad, por los caminos del tiempo, hasta que la luz que le da corporeidad a nuestro cuerpo pierda la densidad del aire y lo transforme en la densidad de la tierra, o tal vez del fuego. Juan Pablo ha querido situar sus poemas dentro de una estructura en movimiento a través de un medio físico. En tránsito, se podría decir. A mí me gusta especialmente esta idea porque se aparta de la convención habitual de que solo avanza en nosotros el tiempo. Y de que solo somos tiempo. Pero el tiempo solo avanza (cito) «Por las agostadas caderas de la nada», por decirlo con el título de la segunda parte, porque nunca volveremos a tener veinte años como sugiere una canción de Enric Barbat que Juan Pablo cita en esta segunda parte. El tránsito verdadero ocurre en el espacio. En la orientación dentro del cosmos, en la concepción del tiempo como un viaje y en la transición de cuerpo en la luz. Sus poemas están engastados en esta estructura. En la vida como recorrido, como tiempo, como transformación.
Si hubiera ideado para el libro esta única estructura, ya sería algo estupendo para el lector. Pero al pie de cada poema, entre paréntesis y en cursiva —de algo ha de servirle ser el gran especialista tipográfico que es—, añade una frase. Entre los 28 poemas hay siete frases, que se van repitiendo. Algunas de estas frases proceden del verso final de un poema, otras no. Si el lector se entretiene en leer los textos vinculado por una de las frases descubre que cada una reúne un pequeño conjunto temático. Una sección de libro encubierta, mejor, siete secciones del libro implícitas. Si un individuo, un punto en el cosmos, es el cruce de dos líneas, en torno al eje de abscisas se desarrolla la vida biográfica a la que alude la tripartita estructura convencional, pero un punto es el cruce de dos coordenadas, y el eje de ordenadas agrupa los siete temas o pilares que sustentan la experiencia como decir poético.

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La primera de las siete atribuciones temáticas, que aparece en el poema inicial, dice: «como detritos de un crucifijo salvado por las olas» y la frase coincide con el último verso del poema de la página 14. Como verso, y en seguida se comprenderá la fuerza que posee, habla de las «aguas mensajeras» de Venecia «como detritos de un crucifijo salvado por las olas». Esta sección temática, posee cuatro poemas, los cuatro iluminados por la idea del «viaje». La idea que sostiene Juan Pablo del viaje difiere algo de los que son los viajes contemporáneos, a grandes rasgos, una hora de avión, dos noches de hotel, un museo y tres o cuatro tiendas de moda. Nada que ver con eso. El viaje que emprendió Juan Pablo desde Bogotá hace 26 años continúa su ruta. Ese viaje está lleno asimismo de viajes. Por ejemplo, el viaje que ya nunca haremos hacia nuestra infancia y que está presente en todo momento; o el de los «pantalones jaspeados» que alguien trajo de Europa y que presagiaban y alentaba la idea del viaje; o el deseo como motor y combustible del viaje; o el descubrimiento al cabo de que quien viaja —quien mira y ve, quien oye, quien entiende y aprende— no somos nosotros, sino la lengua: «Al final / todo se reduce / a palabras».

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El segundo tema se agazapa en la frase: «en la medialuz noctámbula de mi lámpara». Aparece en el segundo poema, como verso final y, repetido debajo, en cursiva, como lema temático. La frase es ideal para nombrar el tema de los tres textos que lo lucen: la poesía. La expresión metapoética de Juan Pablo, no lo voy a ocultar, es el aspecto que más me ha interesado del libro. Así como toda pintura o es un tratado de pintura o un simple ornamento decorativo; todo poema, o es un tratado de escritura, o es un compendio de frases bonitas. No les quiero convencer de esta idea. Me convence solo a mí. Fíjense: todo lo humano se puede expresar en cualquier género. Hay novelas de amor y dramas de soledad. Lo único que exige un poema para ser expresado es la experiencia singular que un ser humano emprende con la escritura de un poema. Es el tema esencial de la poesía, que, por ser tan de verdad, no se pude expresar directamente, sino a través de los temas compartidos, literarios: el amor, la soledad o la injusticia.
         Junto a estos tres poemas, casi todos los poemas de Juan Pablo, traten de lo que traten, tienen presente su ser de escritura. De escritura poética. Es interesante cómo la plantea. Para el poeta la escritura es conciencia y conflicto. De lo real vivido, deseado, imaginado, constatado, etcétera; el poema elige y designa, conforme se escribe, lo vivido, deseado, imaginado, constatado, etcétera.  Conforme a su propia conciencia de escritura. El poema de la página 51 se abre con un tono existencial. Leo: «Aquí, en el azul del azul / ante un balcón que asoma a mis 50 años / una piscina de invierno». Los versos continúan en ese mismo tono, pero en la tercera estrofa el lector asiste a un giro sorprendente: «De pronto el fucsia encendido / interrumpe las cavilaciones / y lo impermanente hace que la mano vuelva / al vértigo modélico de lo impermanente. / «Soy mano. Soy una mano / que se detiene, que borra». Es decir: es el poema el que salta de la meditación existencial de la edad a la apreciación efímera del color de la tarde. El poema quien elige y designa la realidad de lo vivido en el balcón al que el sujeto se ha asomado a meditar sobre sus 50 años, es la conciencia del poema quien le ha situado en la única dimensión temporal que admite la poesía, la sorpresa del mundo.
         La poesía es conciencia y es también conflicto. El texto de la página 37 lo expresa con una lucidez aplastante. El poema es lo ajeno, propio. La soledad en compañía. Es grafito y humo, ágata y guijarro. Más de un poeta barroco estaría dispuesto a revivir por poder leer este poema. El conflicto late en la misma escritura. A veces explícito —«no vuelvas a la rompiente del altiplano»—; las más, implícito en la imaginería del poeta: «incandescente alumbra la cerilla / de las celebraciones / para alimentar la eternidad de una sola tarde». Decir paradójico, adentrarse en el conflicto.

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Reviso ahora las restantes cinco marcas temáticas con menos detenimiento. Con el lema «non per sola vanità» se señalan, obviamente, los poemas que tienen el yo como protagonista. Un yo vivencial, biográfico, concreto. Incluso en un poema se retrata a sí mismo un mediodía de julio, escribiendo un poema y sin haber preparado la comida de la amada a punto de llegar. Un 15 de julio, miércoles. El poema no declara el año, pero la fecha lo delata. De 2014. «Enfermo [de palabras] y sin olla». De nuevo la conciencia del poema y el conflicto. Los temas que estamos desgranando en series no son en absoluto poemas vestidos de uniforme, están presentes todos en todos los poemas.
         El lema «A la intemperie» establece un asunto singular del libro. Lo denominaría el Juicio de las Ideas. Los antiguos establecieron el tópico del Comtemptus mundi, juicio o desprecio del mundo. Juan Pablo sienta delante del poema algunas ideas de las que forman las convenciones que creemos más hondas de la vida contemporánea, y las desmonta sin piedad: la verdad, la primavera, el ser, la vida social e incluso el hecho de tener él mismo ideas propias. Cinco poemas impresionantes.
         Con la frase «entre los arrecifes de la noche» enmarca los poemas que tratan sobre la escritura. Tres poemas que desgranan también la conciencia y el conflicto de pensar desde las palabras. Uno de los grandes temas de este libro y de las benditas obsesiones de Juan Pablo. Uno de los aspectos en los que su poesía resulta más brillante e intensa.
         Capítulo aparte merecen los poemas rubricados con la expresión «pero el fuego sobrevive a la llama», tres poemas dedicados a su familia. Aparte digo, porque el poeta ha querido situar este libro en su biografía viajera, es decir, cuando abandonó Bogotá, sin embargo, estos tres poemas regresan, a través de la evocación y la memoria, a la época colombiana. Porque, aunque se había recomendado a sí mismo no volver «a la rompiente del altiplano», la conciencia de la poesía le impide no volver.
         Y por último, el lema «lejos del silencio de las cosas sin nombre» reúne tres poemas cuyo tema los sitúa literalmente en el polo opuesto a la soledad: la vida social.
         Estos siete temas que vertebran las ordenadas en el cruce de coordenadas —el viaje, el yo vivencial, el juicio de las ideas, la familia, la vida social, la escritura y la poesía— están entreverados en todos los poemas. En conjunto forman el marco poético de Cuadernos del Sur.

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No quería cerrar este comentario del libro sin citar la palabra, el sustantivo, que más se repite en el libro.  Es «lienzo». Está presente en casi todos los poemas. En algunos incluso en dos ocasiones. Es una hermosísima palabra, pero es también, sobre todo, un símbolo. Lienzo es el día cotidiano a veces arisco, lienzo es el día deseado por el deseo, lienzo es el poema, lienzo es el habla de quien nos admira al hablar, lienzo es la conversación, lienzo es la verdad, lienzo es la pasión, lienzo es lo que nos mira cuando miramos. Lo que queda escrito de lo vivido. El lienzo. Cuaderno del Sur. Juan Pablo Roa ha escrito un lienzo profundo, inquietante y de oscura belleza, un libro que no deja indemne. Os invito a su lectura. Os invito a subir a sus páginas, a tomar el remo de las palabras con las dos manos y a lanzarse al oleaje intenso de esta poesía, en verdad, un lienzo oceánico.

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