Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

jueves, 21 de octubre de 2021

El giro de la hélice | Carol Gómez Pelegrín


Carol Gómez Pelegrín 
 Esta terrible luminiscencia 
Marisma, Madrid, 2020


Es posible que la mayor parte de los libros que se publican adquieran pronto la categoría de invisibles. Pero algunos parecen haber nacido para desaparecer. Esta terrible luminiscencia salió de imprenta a inicios de 2020, solo unos días antes del inicio del confinamiento. Cuando meses después reabrieron las librerías, la pandemia había enterrado también el libro de Carol Gómez Pelegrín (1977), el primero de su autora en papel tras una intensa actividad como ilustradora, fotógrafa y escritora en la evanescencia de la red.

Construido en tres secciones, las dos primeras comparten sujeto poético, vinculado a una sólida voz lírica, pero la tercera, con registros temáticos autónomos, está escrita con la técnica del monólogo dramático y perfila un personaje diferente como sujeto de los textos. El análisis del libro requiere, por lo tanto, dos desarrollos diferentes. Casi como si se tratara de dos libros distintos, no en estilo, que posee una unidad consolidada, pero sí en concepción y propósito.

         La idea que la autora tiene de sus textos carece de idealización: «…y yo me quedaba / dormida o, aún peor, me quedaba escribiendo todos estos / poemas sin hilo sin ritmo sin filtro / como algunos aires acondicionados ruidosos y poco eficientes». Así que le toca al crítico matizar esa cruda expresión e idealizarlos un poco. Los poemas están escritos, antes que «sin hilo», como un hilo que se estira: un flujo verbal, magmático, que avanza bordeando los límites de la expresión irracional, pero sin excederlos; actúa, es cierto, sin una estructura reconocible a priori, pero con un poderoso ritmo, que es el trabajo formal que más destaca, y con los filtros adecuados a la inexistencia de fronteras temáticas por la que avanzan los versos: la metáfora y la elipsis.

         Los núcleos temáticos que desarrolla el libro no están vinculados, por lo tanto, a una estructura convencional (de introducción, nudo, desenlace), sino a una estructura helicoidal, que avanza girando sobre un eje temático que trazan ciertos términos se repite en los poemas. De hecho, sobre dos ejes. Uno, de carácter fáctico, se construye a partir de la percepción del miedo, de la práctica de la mentira, de la relación con los hijos, de la conciencia de las heridas, de los laberintos del sexo o de la amenaza del olvido. Otro, de carácter existencial, se diluye en tres incógnitas del ser: la propia infancia («Yo fui una niña azul»), el desdoblamiento («La extraña que escribe por mí») y la escritura («Qué sentido tiene escribir»). Ambos ejes conducen el flujo verbal hacia el tema que subyace en el conjunto, el amor, que se define tal como lo nombra el título del libro: una «luminiscencia», esa luz que se arrebata al otro (con miedo, mentiras, heridas o sexo) para iluminar desde el sujeto que no consigue convertirlo en condición (o solo de modo fragmentado, desdoblado, incierto). Así ambos ejes temáticos, factual y existencial, acaban dibujando el paradigma exacto de la paradoja helicoidal (gira sobre sí misma y se traslada al mismo tiempo) del amor: «Nunca / he amado nada que verdaderamente no doliera». O «Usted dice que mi modo de amar es / la fragmentación». Este es solo el marco temático en el que se mueve el flujo verbal que emana de los poemas de Carol Gómez Pelegrín en las partes primera y segunda, y en los poemas aparece desarrollado por un sinfín de observaciones certeras, en un lenguaje brillante, desinhibido, preciso, que en ocasiones no desmerece de los adagios shakespearianos: «Esta habitación por horas que es la vida».

         La tercera parte, escrita como un monólogo dramático, es un libro diferente. Comparte la escritura magmática, el ritmo sincopado y los destellos estilísticos, pero el lirismo describe, como una máscara de personaje clásico, a un personaje: «La Sra K». El sexo casual o desvinculado de una relación amorosa, o directamente la prostitución, ha sido objeto de excelentes poemas en la tradición literaria casi siempre escritos desde una óptica masculina. Recuerdo, por ejemplo, el poema «Con pobreza estaba decorada la habitación» de Manuel Álvarez Ortega (1923-2014) que después de describir el desolado ambiente de un prostíbulo, narra «cómo la vieja mujer atrae al adolescente / lo lleva hacia un ámbito de sombra»… y «sobre sus pechos / él siente ganas de llorar». La sentimentalidad del adolescente que sacrifica la pureza emerge diáfana en el poema, pero nada se sabe de «la vieja mujer» que seduce al adolescente: ¿beberá en él alguna nostalgia?, ¿esperará alguna compensación íntima?, ¿redimirá algún fracaso?

Carol Gómez Pelegrín, a través de su personaje, la Sra. K —que no solo evoca un personaje kafkiano, sino también la incierta amada de Georges Bataille en sus diarios—, reconstruye esa experiencia y sentimentalidad desde el punto de vista de la mujer. Sin prejuicios, sin clichés, sin sociología. Un sujeto poético que emerge ante una experiencia: «Desconozco sus nombres, se presenta / sin rostro y la polla / colgando entre pliegues / con regusto a lunes, a pescado hervido, a pequeñísimas / mentiras domésticas…».

         Los poemas dibujan el retrato existencial de la desalmada experiencia, en la que una voz femenina relata con detalle de forense los gestos fosilizados del comportamiento masculino, y lo hace solo para descubrir en su interior sus propias perplejidades humanas y líricas. Y, de paso, también para extraer no pocas lecciones de filosofía shakesperiana: «…lo ferozmente vivo / está ferozmente triste, hacer la lista de lo que falta en la nevera / también es inequívocamente / una señal / de permanecer con vida».


[Clarín nº 155. Septiembre-Octubre, 2012]

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