Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

miércoles, 6 de abril de 2022

Remontar hacia las fuentes | «Infancia es lugar», de Juan Manuel Uría



         La unidad que utiliza Juan Manuel Uría en sus libros poéticos no es el poema, sino el fragmento. Sus fragmentos no forman corpus heterogéneos, como a veces ocurre con los poemas, sino que desarrollan un mismo pensamiento poético con coherencia, pero sin los meandros de una argumentación como se le exige al ensayo. Un propósito gnómico lo emparienta con el aforismo, pero se diferencia en la voluntad de seriación, su conversión en curso donde los significados no se remansan en la página, sino que fluyen, de un fragmento a otro, a través del conjunto. Infancia es lugar (Cypress, Sevilla, 2021), escrito con este trabajo formal en el que cada fragmento-tesela aporta una parte del sentido global del libro, es una celebración poética al unísono de la memoria de la infancia y de la infancia en su vivencia de presente.

         Suelen sustentarse las marcas de género en las formas estructurales, en otras ocasiones en las formas léxicas, pero en los libros de Juan Manuel Uría la esencia poética reside, sobre todo, en el ámbito conceptual por donde se adentran los fragmentos. Su propósito es la elaboración, en su máxima pureza, de un «pensamiento poético como salvoconducto». Infancia es lugar resulta, en este aspecto, ejemplar. Y vale la pena analizar algunas de las ideas que el texto desliza con delicadeza de poema y agudeza de aforismo, pero con rotundidad de pensamiento.

         La primera observación deriva de la afirmación del título. «Un espacio sin tiempo llamado infancia» se lee en el primer fragmento, y más adelante, en otro: «La infancia así es un estado, una actitud, una conciencia del ser, no sólo una etapa cronológica». Espacio y tiempo fueron, en las civilizaciones antiguas, indiscernibles. Gilgameš, el héroe del primer poema conocido de la humanidad, se presenta en la tablilla inicial como «Aquel que vio todo, hasta los confines de la tierra, / Que todas las cosas experimentó, / consideró todo juntamente, sabio,», o dicho de otra manera: aquel cuya sabiduría deriva de haber conocido el espacio y de haber experimentado el tiempo. Se podría afirmar que esta es también la visión infantil, para la que espacio y tiempo no pueden disociarse. En Cicerón ya aparecen expresadas tal como se reconocen en el presente: el tiempo es un tema; el espacio, una circunstancia. Es decir, dos categorías que pertenecen a niveles distintos; el tiempo, elemento esencial; el espacio, elemento secundario o complementario. Regresar a la infancia sin espíritu de nostalgia —sino al contrario, con el ánimo de encarnarla— implica revertir esta división y devolver al espacio el papel primordial que tuvo, aun incluso, en opinión de Uría, superior al temporal, que pasaría a ser considerado como una mera referencia «cronológica», es decir, una circunstancia.

La segunda conceptualización de relieve del poema —contemplado el conjunto de fragmentos como una unidad poética— es atribuir a esta vivencia de la infancia un cometido «creador», del que se deriva la definición del «poeta como su arquetipo». O, planteado de otro modo, la idea de la creación poética exige la misma concepción que rige la infancia, la vivencia conjunta de espacio y tiempo; o, expresado al modo de Uría, el lugar «sin cronología». Esta es una afirmación de carácter fundacional. Implica el regreso a las fuentes más antiguas de lo poético, donde el conocimiento no dividía, con voluntad analítica, lo real imaginado en partes enfrentadas, antagónicas por su categorización en niveles de valor diferentes, como tiempo y espacio, pero también alma y cuerpo, razón y sentidos, espíritu y materia, significado y significante… La recreación del territorio de la infancia que realiza Juan Manuel Uría concibe estas ideas en un estadio previo a su fraccionamiento analítico. Así, el «lugar» que se denomina infancia se caracteriza por ser «Donde junta sus palabras con las que forma un lenguaje», «donde la razón queda suspendida», donde se camina «en línea curva, sin importar hacia dónde ni para qué».

La poesía y la infancia no solo comparten esta concepción primigenia de la comprensión, sino también aquellas otras que se deriven. Por ejemplo, Uría escribe un fragmento aforístico que sirve tanto para definir lo poético como lo infantil: «Caligrafía sin utilidad, sin cálculo del instante». Esta ausencia de pragmatismo temporal es consecuencia de una percepción armónica y unificada, cuya condición natural es la «inocencia, no ingenuidad sino inocencia» y cuya consecuencia la caracteriza: «También más vulnerable». Este modo de conocer desde el todo no es, sin embargo, más simple que la elaboración analítica que lo divide. De igual modo, parte de un desdoblamiento en su esencia, de una «doble raíz», que es la de «volar y seguir allí», la clave última del acceso al conocimiento a través de la imaginación.

Si al conjunto de razonamientos que precisan el modo de conocer de todas las disciplinas humanas, desde la filosofía hasta la ingeniería, se le denomina discurso, el poeta de Infancia es lugar conceptualiza el modo de conocer de la poesía y de la infancia como «silencio», con el significado de «depuración», es decir, «Una inteligencia de garabato, un lenguaje de balbuceo, una contemplación sorprendida, sorprendente». Silencio que es también «una mirada», la de la madre y la del padre hacia su propia infancia, encarnada en la infancia de la hija o del hijo, junto a la «mirada de niño» de abuela y abuelo. Esta nueva bifurcación, espacial —tripartita, tal como acierta una observación de la escritora portuguesa Maria Gabriela Llansol: «El tiempo tiene dos alas. El espacio tiene tres.»—, de carácter transversal y unificador a la vez, marca con su extensión la infinitud de este territorio, previo y ajeno a los dictados de la pragmática, denominado con cualquiera de sus sinónimos: Infancia, Poesía o Silencio. 

[Inédito]

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