Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

martes, 29 de marzo de 2022

Taxonomías del yo | «Fábula material», de Begoña Callejón



El título de este libro de Begoña Callejón (1976) parece afirmar una voluntad de no alejarse. Fábula material (Bartleby, Madrid, 2022) apela al género literario en el que seres diversos encarnan ideas y actitudes humanas. Cada poema aparece encabezado por una descripción científica, bien con sus nombres latinos, bien con referencia a la especie o incluso con su catalogación completa. Tres de las cuatro partes aluden vagamente a los elementos (plantas-tierra, animales marinos-agua, insectos-aire) y la cuarta parte evoca la figura mitológica de Odín «dios—de—la—guerra». Este conjunto de señales externas pauta el campo en el que pretende moverse el significado del libro, una suerte de protagonismo de la naturaleza expresándose por sí misma.

Unos versos del libro reflejan, sin embargo, una poética más certera que cualquier indicación de los paratextos: «escuchas lo que viene de dentro—de fuera—y calcinas su significado». No se podría trazar un autorretrato más certero de la escritura en Fábula material: hay una observación del exterior, a partir del elemento natural enunciado, que en unos poemas es más extensa y en otros resulta anecdótica, a la que se suma una intensidad interior, lírica, que se presenta en estado de efervescencia sin que nada previo haya indicado su presencia en el texto. Son trazos temáticos que aparecen como una escritura superpuesta a la evocación de la planta o del animal y resultan repentinos e inesperados.

Y ambas fuentes de significado se muestran calcinadas, es decir, reducidas y abrasadas en la estructura formal de cada poema. La elaboración de las formas poéticas singulares que realiza Begoña Callejón en su libro merecen cierta atención. Alterna dos opciones, conceptualmente opuestas, y una tercera que combina ambas. Una parte de los textos está escrita a partir de golpes de voz, como forma sustituta del verso, separados uno de otro por un guion largo. Por ejemplo, uno de los poemas, «Acer campestre», empieza con un ritmo acentuado por esta yuxtaposición de frases: «Sombrero rojo—óvalo pardo—llevas contigo un diente de leche—una soga—una serie de membranas fosilizadas—llevas contigo un sonido negro—indestructible—macuto de cuentos—memoria de luz—escribes poemas sobre mí—sobre ti—de soslayo…». Texto que también permite distinguir la superposición entre significados exteriores (relativos al árbol) e interiores (líricos).

Otros textos, escritos en prosa, utilizan un recurso formal opuesto, interrumpen la dicción con una puntuación excesiva, incluso dentro de una misma palabra. El efecto sonoro es la imposibilidad de un ritmo, es decir, la construcción arrítmica del texto. Un ejemplo podría ser este: «…Vastas profundidades con. El. O. Cé. A. No. La noche. Marina. Allí. Las branquias se inclinan. Quebradas y. Devastadas. La voz salía. Como luz de una. Nueva boca». Se trata del final del poema «Vaquita marina (Phocoena sinus)» y expresa también la voluntad temática de este trabajo formal, que si bien es quebrada y devastada, ofrece una luz nueva. Es decir, la poeta parece afirmar que la destrucción —lo calcinado, lo quebrado—, en el seno de un género —la fábula—, permite iluminar de forma diferente los significados —los de dentro, los de fuera—.

Plantea, por lo tanto, una clara poética de vanguardia. Las vanguardias históricas ofrecen una terna de opciones conforme la ruptura se realice en el ámbito formal (futurismos), en el racional (surrealismos) o en el existencial (en la estela de Pessoa y Eliot). Cabe preguntarse qué línea de ruptura emprende Begoña Callejón en este libro. En principio parece que el interés de ruptura formal sea el prioritario —incluso dos versos lo afirman: «la destrucción del significante / el estruendo al borde del camino». Sin embargo, la contradicción formal que muestran las diversas secciones del libro —una hiperrítmica, otra arrítmica, y una tercera mixta— parecen querer anularse entre sí o, dicho de otro modo, cederle el protagonismo a otra ruptura, que en este caso sería la confluencia —o mejor, la confusión— entre lo externo y lo interno en la voz de los poemas. Y sería, así, la propia de una fábula existencialista: la desaparición y aparición de un yo imprevisto entre descripciones devoradas por el lenguaje.

El poema cuyo asunto busca retratar las «Pulgas—que brincan—que vigilan—», afirma que «se dirigen al castillo—radioactividad—malformaciones—» y acaba en un retrato existencial del sujeto: «el polvo—el sol silenciado—excavaciones—tumbas—úlceras—cadáveres—ya—ni siquiera—se puede gritar». Este sería el grado inicial de despersonalización existencial en el que Fábula material se adentra, en su propósito de alcanzar la esencia del sujeto solo a través del objeto de la meditación: «puede… que encuentres refugio detrás de las piedras—que el dolor se vaya—¿cómo piensa la luz?—¿y la madera podrida?—tendrás que construir un nido—y pensar como las nubes—».


[Letras 21 | nuevatribuna.es | 8 de mayo de 2022 | Enlace]

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