Antes de iniciar la lectura de anticine (Ed. Universidad de Almería,
2022), tercer libro de Juan Domingo Aguilar (1993), en el momento de hojear el
volumen, el título resulta paradójico porque los poemas rezuman amor al cine.
El índice traza una atractiva selección cinematográfica, cada poema va
encabezado por el título de una gran película, las secciones se presentan con términos
específicos del cine que, entre los versos, se convierten en certeras
metáforas, capaces de multiplicar los significados: «figurantes de una tierra
ajena / en la que aprenden a amar con subtítulos», se lee en el primer poema,
titulado, claro, «episodio piloto».
La
lectura, ya concluida, habrá proporcionado una interpretación del título. Se
trata de un libro que exhala amor al cine, pero sus poemas no hablan del cine,
sino de lo que no es el cine, es
decir, de la vida real de quienes aman las películas. Esta es su primera
característica. Los poemas establecen un paralelismo, más emotivo que literal,
con la película que mencionan en su encabezamiento, pero su significado emerge
por completo de lo que expresa el poema, al margen del film citado, que actúa
solo como emblema o marco de la reflexión.
Desde
un punto de vista temático, los textos de Juan Domingo Aguilar desarrollan
asuntos distintos como si definiera cada uno la cara de un mismo hexágono. Seis
secuencias íntimamente entrelazadas
que en las páginas se alternan unas con otras. La primera aparece en modo de plano
panorámico, el retrato y juicio de la generación del autor, que marca el tono
de arranque del libro: «jóvenes que escriben cada día guiones / para películas
de serie b». Esta visión generacional se asume desde la primera persona del
plural: «porque tenemos miedo a las pastillas / a tener hijos y a los contratos
de formación / preferimos las cámaras frontales / de nuestros teléfonos
móviles», es el inicio de un poema. Y el de otro: «tenemos veintiocho años / y
sufrimos la crisis de los cuarenta». La revisión generacional que desarrolla
Aguilar muestra sus hábitos más característicos, pero no resulta en absoluto
complaciente. Tampoco se refugia en la crítica al uso, tópica, sino que transita
hacia una lúcida, e irónica, revelación de fragilidades: «al volver a casa nos
reconforta / escuchar de fondo el ruido de la nevera / saber que al menos /
algo sigue funcionando».
En
plano general anticine recoge en
diversos poemas el juicio de los hechos que marcaron una época. El que surge
con mayor protagonismo es la guerra de descomposición de Yugoeslavia, cuya
importancia para una generación que creció al paso que las atrocidades que
relataba la televisión a diario ahora le toca aflorar. Quizá este libro sea, en
este aspecto, pionero: «el veintisiete de mayo del noventa y dos / serbia lanzó
un proyectil / contra un grupo de bosnios / a las puertas de una panadería». Este
es el subtexto de la generación que creció mientras el optimismo de la
expansión tecnológica convivía con acontecimientos inexplicables.
Destacan
en el libro los poemas captados desde un plano conjunto. Parten de una idea que
parece desaparecida: las imágenes lo son, sobre todo, del pasado. En el extremo
más radical de esta noción hay afirmaciones poéticas inapelables: «solo veo
fotografías de gente muerta / pegadas en la nevera». La mayor parte de los textos,
menos drásticos, utiliza las imágenes para convocar ambientes familiares:
«entro en casa de mis abuelos»… Los poemas que rememoran el pasado entreveran
recuerdos personales, pero el poeta no los sublima, al contrario, en ocasiones
le sirven para mostrar una realidad tan ácida como la que experimenta en su
propia época: «mis abuelos se mudaron a una caja de cerillas».
En
plano entero reúne Juan Domingo Aguilar un conjunto de poemas que revisan con
aspereza el presente, sobre todo a partir del juicio de los comportamientos en
las relaciones amorosas: «nuestra vida juntos es un telefilme / basado en
hechos reales», juego de palabras que ofrece una observación de gran
finura: es la vida la que imita el cine que imita la vida.
El
plano americano ciñe en este libro los dos poemas dedicados a la poética:
«escribir un poema es como un búnker / donde te sientes a salvo del miedo».
Estos dos versos, como la mayoría de los citados en esta lectura, se
corresponden a los primeros del poema. El modo de arrancar los textos sienta de
golpe al lector en su butaca. Trazan los enigmas del asunto que traten desde el
principio y se convierten en una invitación a dejarse conducir por la intriga
hasta el final.
En primer plano se resuelve la última cara del hexágono anti-cinematográfico y enamorado del cine que ha construido el autor, pues trata sobre él mismo. Un breve conjunto de autorretratos que comparten lucidez, acidez y desvelamiento con el resto de los poemas. El penúltimo desde su inicio no deja lugar a dudas sobre las limitaciones del género, en este caso, humano: «cuando sea un saco de huesos / quién me cuidará».
[Letras 21 | nuevatribuna.es | 17 de septiembre de 2022 | Enlace]
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