Es posible que Laía Argüelles Folch
(1986), artista visual, haya sentido una nostalgia parecida. Por edad, se diría
que su generación ya ha vivido desde el principio sin correspondencia postal,
aunque tampoco Suero de Quiñones había conocido las glorias caballerescas del
siglo XIII. De lo que se puede deducir, en primer término, que lo desaparecido
también afecta al orden del mundo que espera encontrar quien no lo ha experimentado.
Y este podría ser el punto de partida del Breve
ensayo sobre la carta (Temporal, Barcelona, 2021), un aviso sobre lo que de sí misma amputa la época cuando renuncia
al encanto de sus costumbres más acendradas.
Hasta aquí alcanza todo cuanto vale la
pena sugerir sobre el tema del libro. Y se abre paso lo más interesante: la
manera en la que ha organizado la autora su Paso honroso ante el hábito
epistolar. Para empezar, no hay un único ensayo en el volumen, sino cuatro,
porque cuatro son los conceptos implicados en el título: «Breve» / «ensayo» /
«sobre» / «la carta». Y los cuatro revierten, por arte del juego verbal, en el
mismo asunto, porque «BREVE en danés significa CARTAS en castellano».
La primera frase del ensayo marca el
tono del conjunto: «Hace ya varios años comencé a escribir notas, frases
sueltas, en cuadernos de bolsillo de unas pocas páginas». ¿Es un ensayo o es un
diario? De hecho, no hay una única respuesta, sino su combinación. El interés
de la escritura es que, siendo un ensayo, su legitimación como tal ha sufrido
un giro copernicano, ya no es el asedio al objeto de análisis —su objetividad— lo que refrenda lo
afirmado, sino las vicisitudes del sujeto observador —su subjetividad—. Forma parte de un movimiento de fondo de la
legitimación literaria, que bascula desde hace algún tiempo hacia lo
biográfico, sea procedente de la imaginación más desbordada (ni siquiera Thomas
Pynchon se resiste a incluir episodios autobiográficos en Al límite (2013), por el momento su última novela); sea, como es el
caso, en el desarrollo de un asunto ensayístico. Lo autobiográfico se
convierte, en este libro, en el epicentro de la meditación sobre su objeto, no
solo como legitimador de la reflexión, sino también como garante de su
consistencia. Por ejemplo, la inmensa bibliografía que se debiera de haber
manejado para un estudio así, se reduce a unos cuantos títulos y algunas citas
que no cubren ningún campo de análisis, solo el de haber sido leídos y haber
interesado a su autora.
El desarrollo del ensayo también
renuncia a la identidad de su coherencia discursiva, en favor de la
yuxtaposición de fragmentos. Textos, en general poco extensos, que, en
ocasiones, buscan más una expresividad poética que la defensa de un concepto.
Uno de los fragmentos más breves se expresa así: «Con la lengua hay quien sabe
hacer un nudo con un tallo de cereza; nosotras sellamos cartas». El lector del
libro, que conocía la fecha exacta de la carta que ha recibido por última vez,
no puede acercarse, ni siquiera aproximadamente, a la última ocasión —de las
muchísimas que así lo hizo— en la que cerró una carta con la lengua. Y sigue
leyendo con entusiasmo creciente.
[Clarín nº 160. Oviedo. Julio, agosto, 2022]
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