Acierta
Eva Muñoz al sugerir una estructura autobiográfica en las cinco partes de La
lógica de los refugios, que arranca con una sección donde la infancia y la
casa familiar adquieren protagonismo: «toda niña callada a fuego lento tiene
boca de revólver / ella usaba mi cabeza para apuntar a sus / enemigos y /
¡bang!». Están escritos los versos, en combinaciones escandidas de largos y muy
breves, con una seductora cadencia y un ritmo marcado. Especial relieve tiene
en este conjunto el texto «A la habitación marchita de mis padres», que muestra
una preocupación ante el propósito paterno de deshacerse de los muebles viejos:
«yo he nacido en / estiraba mis piernas de bebé en esa cama», que concluye en el
ámbito de la elegía: «a la mecedora / te recuerdo / hubo que matarla ante mis
ojos».
Este poema
tiene cierta importancia en la concepción temática del conjunto. Ninguno de los
muchos espacios que se recrean en el libro posee ningún prestigio poético. Ni
el armario familiar, ni el municipio de Gavá —que un poema vincula al «Dublín
de Joyce / un llanto insuficiente / la cicatriz que quedó / de sostener las cadenas»—,
ni los múltiples espacios que se evocan en el libro —una piscina, un garaje,
una hormigonera—, ni los objetos que cobran importancia —una caja de cerillas—
la poseen previamente. Son el punto de partida de una elaboración metafórica
desaforada, que no duda en ocasiones en transitar por los límites de lo
irracional, y que consigue transformar la vivencia cotidiana, cuya referencia
nunca se pierde, en un significado poético al mismo tiempo difuso, por la
proliferación metafórica, y concreto porque ha partido de elementos de difícil
vuelo imaginativo. De modo que la escritura logra connotar más allá de lo
previsible cualquier espacio que se describa. Por ejemplo: «están las fábricas
mojadas hoteles que fueron / promesa y una serie finita pero inabarcable / de
ramas sin aliento». Así se muestran, en el retrato lingüístico de Elia
Quiñones, las fábricas, que alojaron un número concreto e infinito de
aspiraciones truncadas. Y sigue: «dentro está el miedo». Una escritura para la que la propia autora ofrece, en otro
poema, una definición exacta: «un espesor de nitidez». Y también un sentido de
lo lírico que emerge con claridad: quien se expresa en los poemas no es un yo
que refleja la hermosura del mundo, pues el suyo carece de esa belleza
apriorística, sino un yo que reinventa el mundo con el lenguaje.
La
sección siguiente, una suerte de diario poético de una emancipación, presenta
un singular recurso formal. Escrito en prosa, muestra tramos de texto tachados,
pero cuya lectura resulta posible, y juega con la tipografía que permanece, que
a su vez recurre a tres tamaños de letra diferentes para marcar,
posiblemente, las diversas vacilaciones de un borrador. Por ejemplo, en tipo
diminuto se lee: «(evitar la jerga psicológica para no amortiguar la
sugerencia)», como consejo que la autora se da a sí misma. Esta voluntad de
presentar el texto con todas sus tachaduras, dudas y modificaciones previas no
tiene nada que ver con ninguna arqueología poética sino directamente con el
significado de lo que recoge el diario poético: un empezar a vivir por cuenta
propia: «Demasiadas veces pintamos a mano alzada con tinta permanente. No es
indigno arrepentirse».
En el
título de las secciones aparece en dos ocasiones la palabra «desvanes» y una el
término «refugios», que también está presente en el título. La prologuista nos
advierte de que dos veces aparece el sintagma «el espacio intermedio», esos
lugares sin personalidad que el libro devuelve pletóricos de sentido. Esta
mínima repetición, dos veces, es frecuente en el libro, y es el modo en el que
la poeta establece, de manera tan evanescente, las recurrencias. Los términos
de los títulos apuntan hacia el valor que se desea para el libro: un conjunto
dispar y con frecuencia insuficiente de refugios
—el plural es importante en este libro, incluso para lo que es singular: «y las
renuncias de mis madres a los hombres»— para las intemperies. Estas, ordenadas en la impecable estructura del libro,
apuntan hacia la familia, la independencia personal, las relaciones amorosas,
la práctica profesional, la vida urbana y la vida espiritual entreveradas.
Diversas intemperies que la poesía interpreta con toda su potencia imaginativa,
pero arraigada en la concreción de una autobiografía, porque «Es en el cuerpo
donde inventamos el infinito, y no lo digo yo, no lo digo yo».
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