La nota de solapa informa
que A través de la noche (EDA libros, Málaga, 2023) es el «primer
libro de poemas» de Jairo García Jaramillo (1982). Lo publica cuando hace
tiempo que ha dejado de ser, al menos oficialmente, un poeta joven y tras
haberse dedicado a la historia literaria y a la crítica, y este contexto tal
vez explique el denso protagonismo que otorga en su escritura a la tradición
poética. Es la sorpresa inicial del libro. No se trata, sin embargo, de una
recuperación historicista, en absoluto, sino de una precisa adaptación de
elementos heterogéneos perfectamente integrados en el protagonismo de un proyecto
contemporáneo, similar al de aquellos artistas en cuyas obras informales o
conceptuales integran elementos del pasado descontextualizados. Tanto en las
formas, como en los contenidos. El primer poema es un soneto clásico, pero en
rima asonante, modalidad que se alterna con el verso blanco en todo el
conjunto. Esta alteración del modelo clásico resulta relevante. La rima
consonante, propia del arte mayor, ya está muy alejada del oído del presente,
pero la rima asonante produce una leve recurrencia sonora, a veces más
desdibujada aún con la asonancia entre esdrújulas o en palabras con diptongos
(sueños / silencio). Hay soleás de diversas métricas, romancillos en
heptasílabos, e incluso una combinación que semeja una lira asonantada pero
alterando su estructura convencional. No todas las formas que se recuperan y
reformulan son clásicas, el poema «Vacío» es un ejemplo de espléndido
caligrama, en el que el sentido del verso cobra forma en la verticalidad de las
grafías. O, en general, toda la tipografía está orientada por decisiones
contemporáneas, como la de excluir el uso de las mayúsculas. También la
tradición nutre con sus temas los poemas del libro, de modo explícito, como en «Soneto
de Orfeo» y «Fénix/Día», o en espléndidas evocaciones, como la de Sísifo en «Espiral».
A través
de la noche, por seguir con los símiles plásticos, parece
escrito sobre el contraste esencial de lo blanco con lo negro, o de lo negro
con lo blanco, que interpreta casi siempre el contraste entre noche y día (en
la primera y tercera partes) o de día y noche (en la segunda). Y los poemas
escenifican esta oposición esencial con diversos antagonismos –unos de raíz
clásica, pero otros radicalmente contemporáneos, en una elección de filiaciones
también contradictoria--: afuera-dentro, negro-luz, incendio-oscuridad,
sombras-lucidez, sueño-vacío, nieve-fuego, eclipse-sol, sol-farolas...
Contraposiciones que vertebran el significado de cada texto, y que se ve
acentuado por el uso intensivo de la paradoja con un predominante valor existencial:
«todavía se agitan con violencia / las alas que pensabas amputadas».
La
profunda unidad que exhala el libro, curiosamente no procede de las formas, tan
múltiples por haber sido extraídas del vertedero de la historia literaria y
después reparadas, sino de esta constante pugna semántica entre dos absolutos
contrarios, cuya ausencia previa de matiz, por cierto, se convierte dentro de
los poemas en una fuente constante de matices, por ejemplo, en el poema «Tacto»,
con una estructura 7-5-7 que parece reformular la del haiku, sobre el esquema
del contraste introduce una fértil evocación amorosa: «es tan débil la luz /
que entre nosotros / ya solo sirve el tacto».
Si en dos
ocasiones anteriores el símil artístico ha servido como ilustración de la
técnica poética de Jairo García Jaramillo, para la siguiente característica se
puede recurrir al ejemplo musical. Del mismo modo que el compositor introduce
una voz solista en la evolución del coro, el poeta, una vez establecida la
melodía de las oposiciones inserta en cada una de las tres partes del libro,
significativamente tituladas «Descenso», «Vacío» y «Silencio», los tres temas
fundamentales de su contrastada partitura. Las sombras van a
ser el primero. Término con un uso polisémico en los poemas, traduce la noción
de un presente con atributos angustiosos que no se consiguen soslayar, ni
siquiera a través de la «fuga». Donde encaja perfectamente el tormento de
Sísifo, cuyo final aún se vislumbra más aciago: «cuando esas brasas se apaguen
/ —por fin— / nos quedaremos a oscuras».
En la
segunda parte se introduce la voz solista de la relación amorosa. Su título, «Vacío»,
ya se anunciaba en la última palabra de la primera sección: «todo me pertenece
/ pero luego amanezco / con las manos vacías». Anticipaciones y recolecciones
son frecuentes. Lo amoroso surge sobre la trama temática ya creada: «y por fin
nos besamos / con los ojos cerrados / en un baño de sombra». La manera de
significar mantiene, con este nuevo asunto, la leve abstracción creada a partir
de los contrastes, aunque en ocasiones, de repente, traza situaciones
hiperrealistas que contribuyen, también paradójicamente, a multiplicar las
sugerencias borrándolas con su causticidad: «a veces —sin quererlo— pienso en
ti / que me amaste entretanto / encontrabas a alguien / a quien amar en serio /
como se anda un camino / para llegar a otro».
La tercera parte incorpora el tema de la caducidad de la vida y su final a la sinfonía de las sombras y a la razón oscuramente amorosa, emblemas con los que se fusiona: “la muerte será un pinchazo / agudo, el temblor quizás / de una caricia o quién sabe / si el roce solo / de una sombra al pasar / y nada más”. Despersonalización, impotencia y soledad son ahora los signos que auguran el «Final del viaje», un sueño de repente huérfano de un despertar. Jairo García Jaramillo presenta, como primero, un libro denso en pensamiento poético (tanto formal, como léxico y semántico), ambicioso en su expresión simbólica y con una dicción al mismo tiempo clara e intensa, tan delicada como incisiva.
[Letras 21 | nuevatribuna.es | 25 de junio de 2023 | Enlace]
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