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Año
sabático o la novela de un ocioso es un extraordinario intento de
atrapar el tiempo. Quizá esta sea, en modo figurado, una característica
inherente a toda buena literatura. Por el volumen del volumen que presentamos
hoy, se diría que en este caso lo es casi de modo literal. José Manuel Benítez
Ariza, poeta, novelista, crítico, traductor, acuarelista, ahora como diarista
ha construido una obra sobre la arena del tiempo y ha convertido en escritura
su progresivo desmoronamiento. Este es el único propósito de Año sabático. Un
libro que no ha sido escrito para dejar constancia de nada, ni para testimoniar
ninguna época, porque en la tarea de dibujar el itinerario del tiempo resulta
trivial cualquier pretensión de registro o de constatación. Tampoco es un libro
escrito para contar lo vivido, sino algo radicalmente distinto como lo es el
hecho de que se haya vivido y se haya escrito en el curso de la misma vivencia.
Porque vivir y escribir son, en este libro, una misma acción, no dos
actividades consecutivas. Vivir es escribir, sin que haya otra opción de vida
ajena a su escritura. Este es el sentido profundo de Año sabático, su
condición de tiempo atrapado en el instante de ser vivido y que por haber sido
escrito se desmorona ante los ojos del lector en el mismo proceso en el que se
desmorona el tiempo vivido. En una lectura que ni siquiera se preocupa por
recuperar ningún tiempo perdido, al contrario, la pérdida contiene en su seno
la exacta dimensión de la existencia. Año sabático no es un retrato
realista de la realidad, es el esfuerzo colosal de la escritura por erguirse en
rival del tiempo. José Manuel, ¿qué es más importante, vivir o escribir?
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Hay que
empezar a leer este libro por el título y el subtítulo, pues ambos ocultan
algunas claves de las intenciones del autor. Entre los dos barajan tres
conceptos relativamente complejos. El primero es el título, Año sabático.
En su sentido literal, este lema acoge el asunto del libro como novela. Un año
sabático es aquel en el que a uno le liberan de sus horarios laborales y puede
dedicarlo por entero a sus intereses. Es lo que se cuenta, un año, doce meses,
múltiples días de un tiempo dedicado por el autor en exclusiva a sus intereses:
que contienen todos los de una vida contemporánea, menos un horario laboral. Ahora
bien, en sentido simbólico, el tiempo sabático remonta lo circunstancial
de esta denominación y adquiere la categoría de esencia. Este libro refleja la
vida verdadera de la vida de su autor. En ella no solo hay viajes, visitas,
paseos, también existen múltiples momentos con problemas domésticos o de
tránsito por la ciudad que parecen perecederos. Y no lo son porque el concepto
de vida sabática engloba todo, gozos, penurias y preocupaciones, que la
escritura convierte en la verdadera vida del autor, objetivo prioritario de la
comprensión literaria.
En el subtítulo hay otro concepto que me atrae poderosamente.
El libro lo es de un ocioso. Obviamente sus 834 páginas de escritura
descartan taxativamente el sentido literal del término. Lo ocioso del libro
remite a otro ámbito. Lo opuesto de un autor ocioso es un autor diligente, sin
ningún año sabático por delante. Es decir, aquel para quien la literatura forma
parte de su horario laboral: busca asuntos en la sociología del presente, se
dirige a un público con un producto para que lo compre, escribe lo que los
lectores quieren leer, incluso con tantos por ciento regulados, un poco de
violencia, algo más de sexo, un aderezo de finanzas. Me detengo en esta
descripción para definir de modo preciso la condición ociosa: el escritor que no escribe para cortejar compradores, sino
para seguir y descubrir su propio y personal camino creativo. El propio Benítez
Ariza describe lo ocioso mejor que yo, en la página 622 leo: «No es lo mismo –y
no hablo ya de méritos— lo que hace el íntimamente obligado a rendir cuentas de
sí mismo y de su mundo..., que quien se sienta ante la misma pantalla para
pergeñar una nueva aportación a la industria del ocio». Más claro el sentido
de ocioso, imposible.
Y aún existe un tercer concepto inquietante en el título, el
que a este diario de un año se le denomine «novela». Pero esta cuestión
prefiero que sea el propio autor quien nos la explique. José Manuel, ¿tu libro,
es diario o es novela?
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Al
revisar lo que se cuenta en el libro, que no es precisamente poco, veo que es susceptible
de ser organizado en tres tipos de asuntos. En primer lugar, los que aparecen
con una frecuencia alta en las entradas del libro. En segundo, los que siguen
un tratamiento consecutivo en el curso de la lectura. Y en tercer término los
que son tratados de modo singular en un único fragmento de las más o menos mil
entradas que tiene el volumen.
Las del segundo tipo son evidentes en los viajes, pero también
en algunos problemas domésticos que no siempre se solucionan en un día, como el
nido de abejas que se formó en un hueco de la persiana del balcón. Y que deja
abejas sueltas por la casa durante casi todo el libro.
Más interés crítico tienen las otras dos modalidades de
asunto, la constante y la fortuita, porque andan de la mano en todo el
conjunto. Los asuntos que se repiten son, a su vez, también de dos clases
diferentes. Por una parte, aparecen los que se relacionan con hábitos
cotidianos, como las muchas y diversas anécdotas del viaje en autobús al que
casi a diario sube el protagonista de este Año sabático y podrían haber formado un libro por sí
mismo, una suerte de Viaje en autobús de línea en la estela del que
escribió uno de los maestros de Benítez Ariza, Josep Pla. O las
constantes referencias al clima o a las características de la estación en la
que se escribe, que también darían para un pequeño tratado sobre la materia.
Pero hay otro tipo, más interesante, de asuntos recurrentes, que son los temas
que atraviesan el libro de principio a fin. Los más relevantes son la
conciencia del envejecimiento y las reflexiones sobre el oficio de escritor,
por una parte, la crisis económica y las librerías, especialmente las de viejo,
por otro. Y en un apartado menos específico, pero más lírico: las poéticas, el
recurso a la memoria y la auto-ironía, es decir, la afición a descubrir el
humor que se oculta en múltiples situaciones, pero con uno mismo como sujeto de
la chanza, no los demás. Lo significativo de este recuento de asuntos no es el
listado en sí mismo sino el modo de relacionarse unos con otros, especialmente
los tipos primero, el constante, y tercero, el fortuito. Ese cruce de los
motivos de fondo con los motivos circunstanciales crea la trama novelística del
diario y es la puerta de entrada al efecto de adicción que provoca la lectura
de este libro, que felizmente no se acaba enseguida. El epicentro de esta
conjunción galáctica de asuntos es un personaje principal o eje de la galaxia,
el yo que escribe, en cuyo ser no cesa el lector nunca de adentrarse mientras el
yo va narrando infinitas peripecias; no suyas, sino de la vida real. José
Manuel, ¿qué aspecto de tu vida en los años de escritura del libro decidiste no
contar?
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En la
coda a una entrada escribes: «Todo esto sucedió el jueves pasado. Lo anoto
antes de que se me olvide. La memoria de uno tiene mucho, también, de mapa
hecho de parches». Otro cruce interesante del libro es el que se produce entre
el mapa y el parche. No está lejos este Año sabático de la metáfora
cartográfica. Hay una profunda unidad en el dibujo, que procede de la marca de
un estilo literario cuajado en una obra extensa y generosa en cuanto a géneros
y registros, que son también los que utilizas mezclados en el conjunto, hay
piezas de brillante narrativa, otras de sobrecogedora poesía y múltiples de
lúcido ensayo, tanto literario como filosófico o histórico. Pero, por otra
parte, el conjunto no deja de ser una monumental costura de parches. Cada uno
del millar de textos que lo forman, desde los que ocupan pocas líneas hasta los
que se extienden por varias páginas, no deja de ser un parche que el lector,
sin embargo, lee como una pieza única, como mapa de un mismo territorio, como parte
de un único traje sin ningún remiendo. José Manuel, ¿qué papel ocupa Año
sabático en el conjunto de tu obra, que recuerdo ahora a vuela pluma: 14
títulos de poesía, 5 novelas, 4 compilaciones de relatos, 7 libros de ensayo y
otros 7 de géneros diversos, diarios, aforismos... ? ¿Es un libro más o le
otorgas un protagonismo especial?
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Este Año sabático lo publica Polibea, una
entrañable editorial independiente, dirigida por Juanjo Martín Ramos, a quien
le encanta acompañar a sus autores, le hemos escuchado presentar a sus autores
desde esta misma silla en múltiples ocasiones. También estaba previsto que lo
hiciera hoy, pero se ha interpuesto una fortuita confabulación de fechas y no
ha sido posible, aunque desde el principio del acto tengo la impresión de que
Juanjo nos acompaña, con los ojos pendientes de todo lo que decimos y sin
ahorrarse ni una sola sonrisa en el camino. En las solapas de Año sabático aparecen enumerados los dos
últimos títulos de libros en prosa que he publicado, curiosamente, también dos
diarios. He de confesar que mi poética, que siempre he sentido muy próxima a la
tuya, aunque la formulara con términos opuestos, como voy a hacer ahora,
llegaba al diario después de varias décadas de escritura huyendo de reflejar,
como principio literario inalterable, cualquier aspecto autobiográfico. El
diario no ha sido para mí una capitulación, sino una necesidad de regeneración,
de escribir en un género que nunca había practicado. Se da la coincidencia de
que este magma diarístico tuyo, el primero con esta potencia de escritura
autobiográfica, llega en el mismo momento de tu bibliografía que en el mío,
porque más o menos hemos publicado un número muy parecido de libros y además en
las mismas editoriales. Pero la diferencia es que tu poética ha sido, desde el
principio, autobiográfica. Es decir, el germen diarístico está en tu poética
desde el inicio, pero has esperado cuarenta años de vida literaria para
permitir que germinase. De hecho, mientras escribes el diario trabajas en una
novela biográfica que retrate tu experiencia juvenil en el Madrid de la Movida.
En la página 654 incluso conviven ambas escrituras, la que reconstruye el
pasado y la que huele el presente: «¿Quién sabrá dilucidar que esos elementos,
incrustados en una historia sucedida hace varias décadas, provienen de esta
tarde preveraniega de hoy?» José Manuel, ¿en qué se diferencia la poética de la
escritura del yo en el pasado a través de la novela de la que se realiza en el
presente a través del diario?
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En la página 656 esbozas una lúcida poética de la
fotografía que me gustaría recordar ahora: «Fotografío vacíos, fragmentos de
cuerpos o caras que no permite identificar a sus dueños. No sé qué persigo con
ello. Distraerme, en principio, y adelantarme a la desmemoria, que solo respeta
lo casual, lo fragmentario, la luz, los detalles inconexos. Miro y constato el
olvido de todo lo que no está en mi mirada. Miro y hago espacio para todo eso
que no está». Es curioso porque en la escritura del diario parece que estés
haciendo lo opuesto que cuando fotografías, contar el argumento de la vida, dar
personalidad a las personas anónimas que se cruzan contigo, construir la casa
de la memoria para que albergue los matices que el tiempo, con su lluvia
persistente, reblandece y acaba por arrancar. Pero en el fondo, y quiero volver
al principio, es la misma poética capturar lo que huye y desmoronar lo
capturado. José Manuel, ¿no será que llenamos la escritura de escritura para
acentuar su vacío metafísico, no será que vaciamos las imágenes de imágenes
para comprender la escritura? No es una pregunta para que la respondas, sino
para que nos cuentes algo sobre lo que no se me ha ocurrido preguntarte.
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El texto que he citado en mi intervención anterior
arranca con una idea interesante, que necesito citar ahora: «En ciertas
ocasiones festivas soy básicamente un espectador. No sé hacer otra cosa.».
Tendrás que disculparme, hoy no te he permitido que seas un mero espectador,
aunque sé que en este momento estarías más a gusto sentado ahí delante y
asistiendo a la presentación de tu libro por su autor. Y posiblemente también a
mí me encantaría estar viendo en este momento al presentador, y afeando todos
sus defectos, en lugar mirar cara a cara a los espectadores y aceptar el juicio
de sus miradas. José Manuel, en la escritura, en tu escritura, ¿qué prefieres
ser actor o espectador?