Li Qingzhao, Poesía completa (60 poemas ci para cantar),
Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, Madrid, 2010.
Traducción de Pilar González España
Cuenta Pilar González España, editora y traductora de esta Poesía Completa de Li Qingzhao (1084-1140), que en cierta ocasión el marido de la poeta incluyó entre cincuenta poemas escritos por él unos versos de su mujer: «¡no digas que el alma / no sabría languidecer de amor! / tras las cortinas / que el viento del oeste ondea / ella aparece tan grácil / como un crisantemo». Un amigo que los leyó no dudó en destacar estos como los mejores del conjunto. No es una anécdota que resulte lejana. Si algún poeta culturalista los hubiera copiado entre los suyos, posiblemente el lector de hoy los destacaría igualmente. Una de las virtudes de la poesía china clásica es esta capacidad de contemporaneidad, sorprendente en poetas de la Dinastía Tang como Li Bai o Du Fu y también en la obra de Li Qingzhao: motivos, tonos, imágenes, sensibilidad e incluso la práctica de la intertextualidad parecen más actuales que concebidos hace casi mil años.
Para nosotros la gran poeta china guarda otra sorpresa. Sus temas poéticos mantienen una curiosa complicidad con la lírica popular peninsular (jarchas, cantigas de amigo, villancicos) —y, como es obvio, con la lírica popular china, datada desde el siglo XI aC—: también son lamentos amorosos en boca de una mujer. Hay desinhibidas solicitudes de amor (poema XII) y quejas de ausencia, y muchos versos directos, espontáneos, que recuerdan a las jarchas que se cantaban en la misma época a este lado del planeta: «amor mío / ¿cuándo regresarás?». La diferencia con occidente es que esta poesía no es fruto de la lírica popular, sino de la culta. Y mientras los poetas cultos medievales, varones en general, empujaron el sentimiento amoroso hacia los meandros de la artificiosidad y el platonismo, Li Qingzhao desarrolla una obra culta que parte desde la prodigiosa lírica popular, la desarrolla, adensa y enriquece. Y la manera de hacerlo resulta un descubrimiento para el lector occidental.
Mientras los poetas cultos medievales tienden a convertir en explicación lógica y narrativa las evocaciones de los temas populares —evidente en las moaxajas o en tantas glosas a villancicos—, los poemas de Li Qingzhao ahondan sólo en la capacidad de sugerencia de la escritura. El poema II, que trata un tema predilecto de la autora, el presagio de la primavera, acaba con estos versos donde se funde el paso de las estaciones con una fuerza alusiva que impresiona: «todos los ciruelos de la orilla se marchitan / y de los sauces brotan los amentos / el columpio se humedece / con la lluvia fina del crepúsculo». Imágenes que no narran, sólo sugieren. En su estructura habitual, los poemas suelen empezar con yuxtaposiciones de imágenes que connotan la aparición del tema. Junto a esta característica, destaca la distancia que Li Qingzhao establece con la materia del poema, jugando con la primera y la tercera persona, es decir, creando una perspectiva móvil en la poesía lírica que occidente sólo ha descubierto en el siglo XX.
Con ser importantes sugerencia y distancia, acaso el mayor acierto de Li Qingzhao haya sido implicar en el lamento amoroso femenino el paso del tiempo, y con él, la transformación del sujeto y su sentimiento. En la lectura de los sesenta poemas de estilo Ci —un tipo de canción que debía ajustarse a una melodía concreta— la voz se apena por la ausencia del amado, primero, más tarde descubre en la soledad una manera de vivir que iguala en intensidad a la del amor, sin renunciar a ella, y al cabo la vejez, el cansancio y el presagio de la muerte van incorporándose a sus acordes con imágenes de idéntica lucidez y sugerencia.
Para nosotros la gran poeta china guarda otra sorpresa. Sus temas poéticos mantienen una curiosa complicidad con la lírica popular peninsular (jarchas, cantigas de amigo, villancicos) —y, como es obvio, con la lírica popular china, datada desde el siglo XI aC—: también son lamentos amorosos en boca de una mujer. Hay desinhibidas solicitudes de amor (poema XII) y quejas de ausencia, y muchos versos directos, espontáneos, que recuerdan a las jarchas que se cantaban en la misma época a este lado del planeta: «amor mío / ¿cuándo regresarás?». La diferencia con occidente es que esta poesía no es fruto de la lírica popular, sino de la culta. Y mientras los poetas cultos medievales, varones en general, empujaron el sentimiento amoroso hacia los meandros de la artificiosidad y el platonismo, Li Qingzhao desarrolla una obra culta que parte desde la prodigiosa lírica popular, la desarrolla, adensa y enriquece. Y la manera de hacerlo resulta un descubrimiento para el lector occidental.
Mientras los poetas cultos medievales tienden a convertir en explicación lógica y narrativa las evocaciones de los temas populares —evidente en las moaxajas o en tantas glosas a villancicos—, los poemas de Li Qingzhao ahondan sólo en la capacidad de sugerencia de la escritura. El poema II, que trata un tema predilecto de la autora, el presagio de la primavera, acaba con estos versos donde se funde el paso de las estaciones con una fuerza alusiva que impresiona: «todos los ciruelos de la orilla se marchitan / y de los sauces brotan los amentos / el columpio se humedece / con la lluvia fina del crepúsculo». Imágenes que no narran, sólo sugieren. En su estructura habitual, los poemas suelen empezar con yuxtaposiciones de imágenes que connotan la aparición del tema. Junto a esta característica, destaca la distancia que Li Qingzhao establece con la materia del poema, jugando con la primera y la tercera persona, es decir, creando una perspectiva móvil en la poesía lírica que occidente sólo ha descubierto en el siglo XX.
Con ser importantes sugerencia y distancia, acaso el mayor acierto de Li Qingzhao haya sido implicar en el lamento amoroso femenino el paso del tiempo, y con él, la transformación del sujeto y su sentimiento. En la lectura de los sesenta poemas de estilo Ci —un tipo de canción que debía ajustarse a una melodía concreta— la voz se apena por la ausencia del amado, primero, más tarde descubre en la soledad una manera de vivir que iguala en intensidad a la del amor, sin renunciar a ella, y al cabo la vejez, el cansancio y el presagio de la muerte van incorporándose a sus acordes con imágenes de idéntica lucidez y sugerencia.
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El Ciervo nº 719, febrero de 2011
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