La muerte de Novalis en 1801, en vísperas de cumplir 30 años, se ha convertido en un símbolo del romanticismo, y quizá el tiempo transcurrido, esos doscientos años, aconseje contemplar la estela de aquel innovador conjunto de ideas y actitudes artísticas y vitales que entonces irrumpía. Lo primero que llama la atención desde la distancia temporal es que sin contar con el romanticismo no es posible comprender tampoco la mecánica interna del siglo XX, ya sea para justificar la violencia con que se le combatió desde las vanguardias, como para explicar muchos comportamientos actuales, que si bien caen fuera del ámbito artístico, sí poseen un enorme relieve sociológico. Resulta curioso observar, por ejemplo, qué ha ocurrido con aquellas ideas y actitudes innovadoras de hace doscientos años, como la insólita devoción por los restos arqueológicos («vestigios de un tiempo del que sólo quedan ruinas del esplendor del género humano» —dice Novalis—), o la inoportuna manera de situar el amor como vía única del conocimiento y la existencia («Para alcanzar el sentido más hondo, no basta con construir mundos; / un corazón enamorado logra saciar al espíritu más ambicioso» —escribe el poeta en un precioso dístico—). Las masas de turistas en el Coliseo o en el Foro Palatino de Roma, ¿no miran de la misma manera que miraron los jóvenes románticos la ciudad en ruinas? Entre aquellos solitarios geniales y estos ecos multitudinarios media, es evidente, la distorsión que imprime la repetición y la cantidad, que son magnitudes propias del siglo XX, es decir, lo que va del descubrimiento al tópico. La misma idealización de la ruina muestran los viejos grabados románticos que las postales que consumen los turistas (en ningún caso, por ejemplo, aparece la imagen que durante mucho tiempo tuvo el Coliseo con pisos construidos en lo alto de sus devastados muros de piedra). Y a los miles de lectores de novela rosa, ¿no les hablan también, aunque sea con las palabras más triviales, de «un amor absoluto» (según dice Novalis)?
Esta estela perversa del romanticismo sirve tanto para constatar el tedio fenomenológico que ofrece la sociedad contemporánea, competente sólo en el conocimiento cuantitativo y estadístico del mundo, como para revivir la antigua devoción hacia los jóvenes románticos, entre los que destaca, por su asombrosa capacidad visionaria, Georg Philipp Friedrich von Hardenberg, más conocido como Novalis. En estas Poesías completas (DVD poesía, 23, Barcelona, 2000) el poeta Rodolfo Häsler propone, en primer lugar, una nueva versión de las dos obras fundamentales de la historia de la poesía escritas por Novalis: una contiene los estremecedores seis Himnos a la noche, que no sólo enmarcaron el universo imaginativo romántico sino que vislumbraron, en sus sucesivas escrituras, las contradicciones del lenguaje poético y acabaron por darle una forma inusitada, el poema en prosa, y la otra incluye los quince delicadísimos Geistliche Lieder o Cantos espirituales.
Junto a estas dos composiciones, cima en la obra de Novalis y del romanticismo, el volumen se completa con dos secciones poéticas que sirven, sobre todo, para dotar de un contexto y de una perspectiva a la altura de los Himnos y los Cantos. Los poemas extraídos de Enrique de Ofterdingen son deudores del idealizado mundo medieval y vagamente épico de la novela. Los textos recogidos bajo el epígrafe Poemas sueltos muestran el poeta más apegado a su tiempo, circunstancial en ocasiones, con atisbos sublimes en otros. Aunque se reconoce su dominio del poema extenso, que avanza siempre con una contención que la traducción sabe recoger muy bien en castellano, tal vez los textos más atractivos hoy sean los magníficos poemas breves. En uno de ellos, que acoge por cierto ruinas y amantes, se lee: «El puente es majestuoso, su poderosa sombra recuerda el tiempo / en que en ese lugar el templo se encontraba; / ídolos de piedra y metal con horribles signos de irracionalidad / han sido derribados y en su lugar vemos una pareja de amantes. / En su abrazo pueden reconocerse las viejas dinastías, / al capitán del barco, y de nuevo los tiempos felices». ¿El abrazo de los amantes en las novelas rosas —y no tan rosas— actuales será capaz de restaurar el pretérito «esplendor del género humano», o evoca sólo un gesto trivial y repetido en cualquier parque sin historia?
El último verso de otro poema breve dice: «y toda nostalgia hallará su nostalgia». Y eso es precisamente lo que evoca y encuentra esta nueva lectura completa de Novalis: la nostalgia de la edad nostálgica. Doscientos años después sólo en una cosa se equivocó: «Puedo ofrecer el cielo oculto en un poema, / pero nadie rezará nunca por mí». Hoy, a diferencia del año 1801, son muchos los que rezan con su nombre y con «una fe eterna e inalterable en el cielo de la noche y en su luz, la amada».
Clarín nº 29, septiembre-octubre de 2000
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