LOS VERSOS SATÍRICOS, de Eduardo Moga
Ediciones Robinbook, Barcelona, 2001
Las antologías de poesía suelen ser libros voluminosos que dejan a su paso notables controversias. No se sabe muy bien, sin embargo, si toda su extensión se aprovecha o irrita por igual. A juzgar por los comentarios que suscitan, su parte más enjundiosa es el índice: en él se entretiene el grueso de la polémica; si son los que están, si no están los que son. Parece, pues, una paradoja que el destino de libros tan gruesos se decida en sus últimas páginas, ya que es raro encontrar un crítico que muestre su disgusto por los poemas seleccionados de un autor en lugar de por los nombres elegidos. Y tantas antologías nos muestran impunemente poetas retratados desde su cogote. La inercia de juzgar las antologías por su índice tiene también un efecto perverso en el antólogo, que suele agotarse en la confección de la lista y dejar la muestra al azar de no se sabe bien qué capricho.
Contra esta abulia poco a poco se impone la antología comentada, donde autores y poemas son presentados y justificados por el antólogo, que sitúa su trabajo en un género híbrido próximo al ensayo. En los dos más recientes ejemplos que se han publicado de antologías comentadas está presente el poeta Eduardo Moga (uno de los dos poetas catalanes que han ganado el premio Adonáis, junto a Lorenzo Gomis): como traductor, primero, de Poemas japoneses a la muerte, una extraordinaria antología de Yoel Hoffmann; y como autor, ahora, de Los versos satíricos, que es, como indica el subtítulo, una ambiciosa “Antología de la poesía satírica universal”.
Según cuenta Eduardo Moga en su interesante introducción, la sátira nace del noviazgo entre risa y protesta, aunque a veces necesite de un tercer elemento para dar profundidad a la relación: la fantasía. La sátira, tan antigua como la literatura, confirma “el poder demoledor que conserva la palabra”. La palabra moldeada por la poesía, pues, como afirma Moga, la fuerza de la sátira no se encuentra en la rotundidad del insulto, sino en la inteligencia y sutilidad de sus malas artes: en especial su capacidad para empequeñecer y ridiculizar el objeto de su invectiva. A este excelente acercamiento al fenómeno satírico, aquí resumido en unas pocas líneas, cabría añadir el especial uso que la sátira hace de las formas poéticas, en especial de la rima: mientras el poema “serio” trata de integrar la rima en el tono del texto, el poema irónico busca dejar al aire la rima para que ésta concentre la hilaridad pretendida: “La gente de mala leche / habla quedito, / y al jorobado llama / jorobadito”, dicen unos versillos de Antonio Espina con un uso paradigmático de la rima satírica.
El medio camino entre la antología y el ensayo lo señalan los comentarios del autor que preceden a los textos, y también la organización temática del conjunto, que es en sí misma una propuesta de análisis del género satírico: contra el poder, de tipos y costumbres, de los sexos y finalmente, la sátira literaria, es decir, corporativa, donde los poetas, por lo que les duele, aguzan sus armas léxicamente más letales. Maiakovski escribió un emblemático “Himno al crítico” en 1915 que empieza así: “Del amor de un cochero y una lavandera lengualarga / el resultado fue un desmedrado chico. / No es cualquier cosa un hijo, no se le va a tirar a la basura: / la madre lloró un poco, y decidió después llamarlo crítico”. Muchos poetas lo cantan a coro el día que salen los suplementos literarios, aunque no por lo que los críticos dicen, sino por sus silencios.
[El Ciervo nº 612. Marzo de 2002]
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