AMOR TIRANO, de Isla Correyero
DVD poesía, Barcelona, 2003
«Resulta interesante señalar —afirma Isla Correyero en el prólogo a su antología Feroces (radicales, marginales y heterodoxos en la última poesía española)— que algunos de estos poetas utilizan el método del desdoblamiento para aproximarse, críticamente, a ciertos personajes —o tipos— de la realidad social que les rodea. Prestan su voz a personajes de la marginalidad que, o bien no la tienen, o la tienen de una manera no poetizable al uso. Se la toman o se la secuestran para interiorizar sus sentimientos y darnos una visión directa de sus vidas y sus lenguajes». Este «desdoblamiento» del poeta en el otro sin voz poética pero con lenguaje propio ha construido una de las tradiciones de la lírica más fértiles desde el Romanticismo. La línea, que parte de la conciencia del monólogo dramático en William Wordsworth y continúa por los heterónimos de Pessoa y los apócrifos de Machado, ha tenido un capítulo brillante con la obra de José María Fonollosa: «más de doscientas historias —dice de su Ciudad del hombre—, más de doscientas personas con inquietudes y obsesiones, comunes muchas de ellas (amor, sexo, muerte, soledad...) diferenciándose únicamente por el peculiar matiz de cada expresión individual». Y desde este punto en el que Fonollosa había dejado el monólogo dramático, fragmentado en anónimas individualidades en los límites de lo social y de lo humano, ha pasado a algunos poetas jóvenes, atraídos por la radicalidad, cuya obra reúne Feroces y, sobre todo, a su antóloga, la poeta Isla Correyero (1957), cuya cita también la define a ella.
Este preámbulo resulta necesario para comprender Amor tirano: libro dedicado a la violencia que late en el amor. A través de la primera persona de quienes la padecen (Fonollosa había elegido con frecuencia la voz de quienes la infringen), cada poema constituye un caso, un relato, una historia encarnada por una vida concreta —que despliega una simbología particular en torno al suceso— y el lenguaje con el que el hecho se adentra y fluye en el sujeto. El mero enunciado de los asuntos que los poemas tratan no dice nada sobre ellos (un abandono, un amor ideal, un caso de violencia doméstica, una violación...) porque no están narrados desde los acontecimientos sino desde su repercusión mental, desde el flujo de pensamientos y sensaciones —obsesivos, desordenados, al límite de lo racional— que provocan en el yo.
La técnica del monólogo dramático proporciona al conjunto una cohesión estructural y temática, que también lo relaciona con el conjunto de la obra, pues se suma este título a dos anteriores en un ciclo sobre las caras ocultas de nuestras apacibles y arcádicas sociedades del bienestar: Crímenes (1993) —una reflexión sobre la violencia social— y Diario de una enfermera (1996) —un estremecedor diario sobre el dolor y la muerte. En medio de los tres libros hay algunos poemas, sin embargo, que no resultan dramatizaciones del otro, sino llana y simplemente líricos. Son poemas escritos con «esta [mano] que ha decidido escribir sobre el alma y el cuerpo perforado»; en ellos la repercusión social se diluye y cobra protagonismo bien el amor desbordado, bien los recuerdos biográficos, bien la conciencia, y la voluntad, de la distorsión en las convenciones y de las respuestas radicales, esas que preservan la autenticidad —casi pasoliniana— de la pasión y del dolor: «porque mi sublevación y mi trastorno están / conspirando / para que me hunda: / Y a eso no le pondré freno ni me doblegaré». Este libro sin tema dentro del libro con tema acaso sea lo mejor de Amor tirano, y ambos apuestan por una poesía en el límite de la percepción de los sentimientos.
[El Ciervo noº 627. Junio de 2003]
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