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El invierno es uno de los motivos recurrentes en la poesía de Manuel Rico. Aparece por ejemplo en el primer poema de Quebrada luz (1997). Es un invierno con un claro poso simbólico, delicado y cotidiano, que tiende sus raíces hacia el simbolismo del agua, del camino, del olmo machadianos... En el mismo libro se puede leer un espléndido poema titulado «Tormenta» con todo justicia, pues describe con detalle una tormenta vivida en el presente que remite a las vividas en la infancia, que recupera «los ojos del niño», su miedo en la noche. Este ya no es un invierno simbólico, sino la memoria personal del invierno.
El invierno con el que empieza el
poema «Calle sin música» sin embargo no parece proceder de la memoria personal,
sino de la memoria colectiva. Es un invierno político, es el juicio de una
época, son los años y las calles del invierno, el largo tránsito de la
posguerra y el franquismo. Este es también una imagen del invierno en Manuel
Rico. Y aún hay otro invierno que no es ninguno de los tres señalados hasta
ahora. Es un invierno casi filosófico, con acentos existencialistas, es el que
medita sobre el paso del tiempo, un tema fundador de la poética de Manuel Rico.
Estos poemas invernales aparecen en Quebrada luz. Si a continuación se abre La densidad del espejo se observa que
tiene cuatro partes. En la primera hay tres poemas que rondan el símbolo del
espejo como paso del tiempo, con un tono vaga y delicadamente simbolista. La
segunda se titula «Fragmentos de una historia» e inserta su mundo lírico en la
crónica de la época, combinando la memoria personal con la autobiografía
generacional. En la tercera, «Instantáneas», domina una visión crítica de la
realidad, del presente y del pasado, una visión política en el sentido de la
conciencia crítica del sujeto y de su memoria en la sociedad. La cuarta, «Estados
de conciencia», contiene poemas con tres
asunto queridos por el poeta (el amor, la ciudad y el refugio del mundo en una
casa en el campo) transitados los tres por un tema transversal, el paso del
tiempo.
Estos son los cuatro poetas que hay
en Manuel Rico, las cuatro poéticas fundacionales de su poesía: una
sensibilidad simbolista que aparece siempre en las secciones iniciales de sus
libros y dota a temas y asuntos desde el principio de una profundidad simbólica;
la memoria del tiempo, personal y generacional; la visión crítica y política de
la época y la conciencia lírica del paso del tiempo. Subrayo, son cuatro poetas,
pues cada uno de estos temas podría construir una obra poética autónoma de gran
valía. Y en Manuel Rico se combinan los
cuatro.
[Inédito]
2
Manuel Rico, Donde nunca hubo ángeles
Visor,
Madrid, 2003
El
paulatino abandono de la palabra «literatura» en favor de términos foráneos de
significados opuestos («ficción»-«no ficción») aconseja recordar, acaso ya con
nostalgia, que esta mentalidad de géneros excluyentes que traduce la nueva
terminología choca no sólo con la tradición literaria, sino, sobre todo, con
las ideas que han fundado la modernidad en España. La que arranca en Bécquer, renovador de la
poesía pero también de la prosa, y se consolida en el 98 (¿tiene género la obra de Unamuno, Azorín, Valle Inclán o incluso Machado?). Y
aún en el 27, en Lorca y en Alberti, siguió la senda que borra las fronteras
creativas entre poesía y teatro. En esta
tradición de lo literario se ha de situar la obra de Manuel Rico (1952). Una obra en la que dialogan los géneros sin
fisuras ni exclusiones, y que sólo se puede abordar desde una idea superior de
la literatura. Quien se aventure a leer sus novelas, en especial La mujer
muerta (2000) y Los días de Eisenhower (2002), o quien siga su labor
como crítico y ensayista, descubrirá un magma literario común que complementa
desde dentro una obra poética que alcanza con este Donde nunca hubo ángeles
su sexto título.
Esta misma cohesión entre géneros se
observa también en el conjunto de la poesía de Manuel Rico, que se asienta en
cuatro poéticas fundacionales: en primer lugar, existe una sensibilidad
simbolista que aparece siempre en las secciones iniciales y busca situar temas
y asuntos en un ámbito metafórico. Pronto se advierte que su tema más apreciado
es la memoria del tiempo («No existe la memoria si la voz enmudece»), tanto la
personal y concreta («Había periferias y descampados, / pupitres y
luciérnagas. Y sábados y alfombras, /y
fiestas de olvidar.»), como la memoria de una generación que se forjó alrededor
de 1975 «en mañanas de pana y de ventisca». Esta memoria del tiempo vivido se
aborda desde dos perspectivas que, si en ocasiones se juzgan opuestas, en Rico
resultan complementarias. Una es la visión crítica y política de la época («No
es el azar / quien desploma tinieblas en la claridad indecisa del suburbio
/.../ Es la labor sin tregua de las cifras, / la impiedad que en los números /
crepita con la llama de la usura»). Y la otra es la conciencia lírica del paso
del tiempo, que en sus poemas se transforma en motivos recurrentes: el
invierno, las afueras, los tranvías, el recuerdo del padre...
Donde nunca hubo ángeles
avanza por dos caminos: uno indaga en la propia poesía, en el nacimiento del
poema, en su «condición de máscara fundida con la carne», pero también en la
función capital que la poesía tiene contra el olvido. Otro se adentra en la
memoria personal y generacional de una juventud en los años setenta: la vida y
la Historia, las lecturas y la situación política, los personajes del momento y
su crónica, todo ello aparece desgranado en muchos poemas. Ambos caminos
discurren en paralelo. Sólo en un
momento, al final, se enfrentan y forman dos ángulos de un triángulo en cuyo
vértice superior se encuentra el sujeto de las dos, de la poesía y de la
memoria. En el poema «Destello de
un viaje» emerge el conflicto latente en el libro: ¿dónde está la verdad: en la
frágil memoria o en la poder esplendoroso de la palabra poética? O dicho con los versos de Manuel Rico:
«¿Dónde, entonces, nos habla / la verdad? ¿En el frágil / chiscón de una memoria torpe y engañosa / o en la tierra
en volandas que esta voz edifica?»
3
Manuel
Rico, Fugitiva ciudad
Hiperión,
Madrid, 2012
Una vez más,
incluso con algún matiz desconocido, un nuevo libro de Manuel Rico contribuye a
deslindar, a contracorriente, los rasgos temáticos que constituyen un universo
personal de las marcas de género literario que le acompañan. Esta tradición
esencialmente literaria, que sitúa el género en un lugar secundario, prevaleció
en el arranque de la modernidad literaria hispánica —Bécquer, Unamuno, Valle
Inclán o Lorca—, con un feraz cultivo simultáneo de diversos géneros, pero se
ha ido diluyendo en distintas tradiciones —la poética, la narrativa o la
dramática— que cada día cavan zanjas de desconocimiento más hondas unas hacia
las otras. La obra de Manuel Rico solo puede leerse, en su conjunto, como un
heredero privilegiado de aquella tradición literaria en la que el escritor anhelaba
crear un mundo y un estilo para conjugarlo en todas las formas literarias
existentes. Que hoy tantos escritores aspiren a escribir exclusivamente en
clave de novela tal vez sea una más de las muchas pérdidas que la literatura
padece.
Hay, pues, en Fugitiva ciudad (Hiperión, Madrid, 2012) el mismo paisaje que
comparten sus novelas y poemas, a veces con nombre propio —Ciudad Lineal o la
Sierra Norte de Madrid—, otras con sus genéricos —las afueras, la periferia—,
el retrato de la misma época —los años cincuenta, sesenta, setenta… hasta el
presente— e idénticos motivos recurrentes, al mismo tiempo poéticos y
narrativos, que alcanzan en Rico ya el valor de símbolos: la tarde de los
domingos, el invierno, la madre, la bufanda o los pantalones de pana, el amor
torpe y la huelga de tranvías.
Uno de los puntales que sostienen este
consolidado universo literario —narrativo, poético, pero también reflexivo, si
uno observa los autores y temas sobre los que ha preferido hablar como crítico
literario— es la memoria, que en su caso entrevera siempre lo colectivo, lo
generacional y lo personal. Sin duda es el tema dominante en todas sus obras, pero
en cada una de ellas se presenta de una manera peculiar. Si algunos títulos poéticos
anteriores habían tratado de ensanchar la memoria generacional, como Donde nunca hubo ángeles (2003), el
presente Fugitiva ciudad busca interpretar
la memoria como una melodía. Al igual que un compositor escribe su sinfonía con
diferentes movimientos donde combina tempo y carácter, se podría decir, de una
forma connotativa, que también Rico escribe sobre los mismos motivos, pero en
diferentes tempos. El libro empieza como acostumbra —en un poema preludio—, con
el halo simbólico de sus libros anteriores («El viento se deshace / en la
orfandad sin tiempo que vive el sustantivo»), e inmediatamente la primera
sección —«De los barrios inciertos»— arranca en un tempo andante que reúne los motivos esenciales de su memoria (los
domingos, el invierno, la periferia…) ordenados en relación a un contrapunto: la
llegada del siglo XXI. Alguna vez como lejano horizonte que ajustaba el
presente («en la era / de todos los octubres, era el veintiuno / un siglo
imposible»), las más como un nuevo motivo de un viejo tema de Rico, el paso del
tiempo: «sabes que el siglo / tiembla en ellos [los jóvenes]» o «amigos
cincuentones en este siglo raro».
La segunda parte, «Días en ti con
música de fondo», con similares motivos se presenta como una pieza casi
musical. Un perfecto adagio. Un
segundo movimiento, breve, lento, concentrado, donde los motivos se desgranan
con una poeticidad que transforma los rasgos narrativos de una época en emoción
pura. Así evoca, por ejemplo, el tiempo de las reuniones políticas, literarias,
civiles: «La voz bebida, la voz acariciada, la voz / llorada. / El ronco
terciopelo / de aquellas noches / que nunca terminaba, o el pronombre nosotros
/ y la niebla y el frío y los bolsillos / vacíos…». Una escena que Rico ha escrito en multitud de
ocasiones, ahora interpretada en un tempo diferente, casi un adagio.
«Más allá de las patrias», tercera
parte, que bien podría lucir la mención de allegro,
encierra la variante temática del libro, que se podría enunciar así: la función
de la memoria no se agota en su valor retrospectivo de comprensión de la
historia —colectiva, generacional o personal—, sino que es una herramienta
indispensable para la comprensión del tiempo presente y futuro, y también del
espacio recién conocido, ajeno a la propia memoria. Manuel Rico lo expresa con
mayor precisión y menos palabras en dos versos de estremecedora lucidez: «La
certeza futura anida / en las verdades de la memoria». Toda esta sección escenifica
el proceso por el cual la memoria se convierte en el alfabeto que deletrea las
realidades recién conocidas. Así, por ejemplo, el poema «Praderas imposibles»
parte de una visión genérica de una urbe moderna contemplada en papel cuché:
«dentro de las ciudades hechas fotografía / en lujosos volúmenes de venta
limitada». Inmediatamente la imagen desconocida apela a la memoria del sujeto,
cuyo imaginario no se hace esperar: «Viven allí las costureras residuales…» y a
partir de esta estampa de su tiempo
se comprende también lo invisible en el tiempo desconocido.
La cuarta parte, «Formentor, medio
siglo, 1959-2009», comparte con la tercera la voluntad de ofrecer otra variante
temática, aunque ahora con un ritmo más lento, acaso un larghetto. Se cuestiona esta sección la existencia de una memoria
asimilada e interiorizada, aunque ajena a la experiencia, incluso por razones cronológicas.
Se trata de la memoria cultural, aquella que convierte en vividos momentos para
los que se nació tarde. Es esta una reflexión poética que está, por cierto, en
el epicentro de su generación. El libro se cierra con el tempo agitado, un presto, de los encabalgamientos y las
rimas de una pequeña colección de sonetos clásicos, donde Rico conjuga sus
motivos habituales en una forma inédita en su obra, ahormada siempre en el
verso libre y blanco.
Nayagua II época, nº 18, enero 2013
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