Arnaldo Antunes
Instanto
Kriller71ediciones, Barcelona, 2013
Acercarse a los
límites de la poesía es, con frecuencia, un camino para abandonarla. Unas veces
hacia la prosa, otras hacia el espectáculo, las más hacia la propia
desaparición del género consumido en sí mismo, convertido en parodia, crítica
política o juego de palabras. La desintegración de un contenido complejo en
favor de la forma suele ser una manera no de alejar la poesía de sí misma, sino
de alejarse de ella. Es importante señalar estos riesgos a la hora de presentar
la obra del poeta brasileño Arnaldo Antunes (1960). Aunque una parte de su
trabajo artístico se haya situado ya al otro lado del género, en el espectáculo
musical, como escritor sus libros protagonizan una lúcida aproximación a los
límites de la poesía, desde la poesía misma. La antología Instanto y el CD que acompaña el volumen son un ejemplo de estas
experiencias en el límite. Junto a este título, el mismo editor publica una antología
de otro poeta brasileño de una generación anterior, Paulo Leminski (1944-1989),
Yo iba a ser homero (Kriller71,
Barcelona 2013), con quien la poesía de Antunes establece un doble parentesco: con
él acompasa el final del verso tradicional («Hacer poesía, yo siento, no es
distinto / a dar órdenes a un ejército / para conquistar un imperio extinto») y
al mismo tiempo ambos tratan de construir con la poesía un significado.
Formalmente, Antunes recurre al
conjunto retórico ya consolidado por la poesía experimental: enumeraciones,
anáforas, rimas obsesivas, conversión de significado en tipografía o en imagen,
repeticiones, letanías… también el poema en prosa, brillante protagonista del
libro As coisas (1992). Conviene no
descartar en bloque este sistema formal, pues al fin y al cabo el endecasílabo
no tuvo un carácter menos rupturista en el siglo XVI. De hecho, la única
diferencia entre renacentistas y poetas experimentales de hoy suele ser que
aquellos asociaron a las formas un contenido también rupturista, algo que se
echa de menos en tantos poetas actuales, cuyos contenidos no cambian la manera
de comprender la experiencia, generalmente consolidan una de las perspectivas
existentes. Vuelve a ser interesante esta apreciación para afirmar después que
eso no ocurre en la obra de Antunes, quien sí utiliza el sistema retórico
experimental asociado a una idea también renovadora.
Se podría decir que la tradición
experimental a la que apela la poesía de Antunes se inició, entre nosotros, con
una lira de San Juan de la Cruz, aquella celebérrima que empieza: «Mi amado,
las montañas…». San Juan incorpora a los sustantivos que yuxtapone su propio
ser. No dice «es las montañas»; el
verbo queda implícito en el nombre. Así operaban también las palabras de las
lenguas primitivas, aquellas cuyo haz de sentidos no se había reducido, como en
las nuestras, a un único significado. Consciente de este empobrecimiento de la
esencia misma del lenguaje, condenado a convertirse en un código de signos, Antunes
convoca los recursos experimentales para provocar un ensanchamiento del verbo,
una multiplicación de los sentidos. Su utopía consiste en recuperar para la
lengua palabras que en lugar de rechazar significados por imprecisos o
intuitivos, los acepten, integren e incorporen. Esta exploración aúna tres
frentes: el sonido —que trata de remontarse a estadios primitivos del
lenguaje—, la caligrafía —casi expresionista— y, sobre todo, el tema. El
tiempo, la erosión de la vida, el nominalismo del idioma y el orden marmóreo en
el que convertimos la conciencia del mundo son temas capitales de la poesía de
todos los tiempos que Arnaldo Antunes sitúa también en el centro de su poética
experimental.
Quimera nº 356-357. Julio-agosto, 2013
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