Marcos García Rey. Lengua(s) de cobre.
Visor. Madrid, 2013
Marcos García Rey (1973) deja claro en el primer poema de Lengua(s) de cobre el matiz erótico que
le da al título de su libro: «Para ti, / dúctil y maleable es mi lengua de
cobre». Significado coherente con el sentido general que imprimirle al conjunto
—de las páginas y acaso también de lo vivido— tal como afirma en otro verso que
bien podría presentarse como su lema: «Amor: yo te responsabilizo de mi
existencia». Va a ser necesario, sin embargo, llegar hasta el final del libro
para comprender el recurso —se diría— vanguardista de colocar en el título un
plural entre paréntesis. Y no solo para entenderlo, sino también para
justificarlo. En singular, «lengua» firmaría el verso-lema que se ha copiado
arriba, pero este carácter lírico se responsabiliza solo de la mitad de los
textos. La obra mitad exigiría un plural, «lenguas», que evoque lo colectivo,
lo social, posiblemente también lo sociológico. El autor es poeta y periodista,
y en su libro apuesta por mantener las dos miradas, incluso el conflicto que
pueda surgir entre las dos formas de comprender la vida. Una letra ese entre
paréntesis es su modo de decirlo.
El libro
tiene poemas de amor (líricos) y poemas sobre el amor (sociológicos). Los
primeros son los que menos interés literario presentan. Tal vez por ello el
autor se haya esforzado en acumular innovaciones, apreciables e ingeniosas,
pero que no logran equilibrar la balanza del poema por colocar el peso solo en
uno de los dos platillos. El pobre contenido de los poemas de amor, apenas una
exaltación de la sensualidad amorosa, superficial, se reviste con recursos de todo tipo,
desde la fusión con repertorios léxicos de otras materias —la cocina, bien
hallado ejemplo—, hasta los aderezos cosmopolitas —geográficos, lingüísticos…—
más refinados. Una elaboración rica, artificiosa, brillante, manierista acaso,
para un contenido convencional.
Más
interés literario presentan los poemas sociológicos. O su conflicto con
los líricos. Unos son de amor —muestran, en general, las razones implícitas de un
fracaso amoroso—, y otros simplemente tratan sobre aspectos de la sociedad
actual.
Cabe ahora abrir un pequeño paréntesis
—sociológico— para señalar que la explicación sociológica, es decir, la
descripción de hábitos o maneras coetáneas y la razón estadística, es cada vez más la perspectiva
única desde la que se relata la realidad. No solo los omnímodos medios de
comunicación la esgrimen como único argumento de lo real, sino que poco a poco
se ha instalado en la percepción que la sociedad tiene de sí misma. La historia
ha perdido su valor de paradigma para quedarse en anécdota ilustrada, cuando no
en justificación de lo injustificable; la literatura ha regresado a los tiempos
anteriores al Quijote, definiéndose solo por sus temas y tramas, disgregándose
en subgéneros que ya no hablan de la sensibilidad del escritor, sino del gusto
de los lectores. Las conversaciones, en otro orden de elementos, ya raramente
surgen dirigidas por la experiencia de la realidad, sino que aparecen dictadas
por la digestión que los medios hacen de las noticias, ni siquiera por las
noticias. En la sociedad esta perspectiva ha logrado arrinconar al resto de
miradas posibles del presente: desde la histórica hasta la espiritual. Pasando,
claro, por la poética. No es que las haya extirpado, no; la sociología ha
etiquetado y convertido en cliché las visiones que podrían rivalizar con ella.
De modo que cuanto más se extiende la concepción sociológica de la realidad,
menos validez se da a su divergencia. A partir de esta constatación, implícitamente
se sobreentiende que el mayor adversario que tiene la poesía en esta época es
la visión sociológica de la realidad. Poesía y sociología proporcionan, pues,
perspectivas de conocimiento opuestas. En mi opinión, irreconciliables. De
hecho, posiblemente una de las tareas más hercúleas que afronte la poesía del
futuro sea mantener su mirada limpia de la contaminación sociológica.
Los poemas
sociológicos de Marcos García Rey —tanto aquellos que tratan sobre el amor,
como los que hablan de los hábitos sociales— son, curiosamente, los menos
manieristas del conjunto. Los menos posmodernos. Casi se podría decir, los más
«neorrealistas». Y esta observación formal da qué pensar: ¿habrá confluido la
visión política de la realidad, propia de las décadas centrales del siglo XX, con
la actual visión sociológica? No sería de extrañar. Comparten lo esencial: la
esquematización de la realidad. Su simplificación. El libro tiene un poema
emblemático de este neorrealismo posmoderno: «Últimas tardes con Vanessa». La historia de los amores en el extrarradio
de la ciudad. Es curioso observar cómo donde la política denunciaba la
alineación y la injusticia de los desfavorecidos, el poema sociológico denuncia
la ausencia de los valores sociales del presente en el suburbio: «allí donde se
desconocen el cinismo y el armagnac». La ironía no oculta el sentido. Los amores
de Vanessa, en el poema, naufragan entre la sordidez de los novios de barriada
y el pragmatismo erótico de los amantes del centro urbano. Una historia
ejemplar de nuestros días. El poema, quizá uno de los destacados del libro,
está resuelto con gracia verbal, rimas de rap y aguda ironía, es decir,
elaborado de una manera solvente como artificio literario. Pero no es esta la
cuestión, sino el valor que se le ha de otorgar a un poema que asume la
perspectiva sociológica como manera de mostrarse. Y la respuesta ha de
encontrar qué factor del poema ha exigido este género para expresarse. Qué se
puede decir en poesía desde la visión sociológica de la realidad capaz de ir
más allá de lo que hubieran expresado los otros géneros que sí admiten partir
desde el conocimiento estadístico de lo real. De hecho el único criterio que no ha de servir para valorarlo es el que más lo defiende: al público le va a gustar. Poesía sociológica para gustar sociológicamente es la resurrección de la muerte del género.
Aunque
no lo llegue a explicitar, se intuye que este es el conflicto de fondo del
libro. Por el que merece ser leído y comentado. Marcos García Rey escribe un
pequeño tratado de maneras de relacionar la poesía con la percepción
sociológica. Desde los poemas sobre los arquetipos del presente hasta otros
menos obvios, como el que lo emparienta con la historia del género —«Adiós
gozoso», una divertida actualización del tópico medieval de la cárcel de amor— o
los poemas donde la visión plural está encarnada en el sujeto, que tal vez sea
la forma más poética de mostrar la textura del presente —como «Ese olor a
látex…»—. Incluso el desenmascaramiento y el hartazgo de lo sociológico, en un
poema cuyo título deja claras sus intenciones: «Infoxicación». Entre sus versos,
por cierto, aparece un deseo: «Quiero ser un forastero templado» de la
información. Exactamente lo que desea la poesía. Ser un forastero no en el
presente, sino en las versiones triviales y reduccionistas del presente (por
más que le gusten a la gente, aunque este ya sea otro problema).
[Inédito]
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