Agustín Calvo Galán, Amar a un extranjero
Ed. Denes. Valencia, 2014
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Para este breve e inicial retrato de Agustín Calvo Galán quiero
empezar diciendo que es un poeta de alma bilingüe. Que dos son sus idiomas
poéticos. Y como resulta infrecuente que haya poetas poéticamente políglotas
quiero subrayarlo. La primera noticia que tuve de Agustín, hacia principios de
siglo (qué raras son aún estas expresiones, por ciertas que sean), fue como
poeta visual. Un género en la frontera entre la literatura y el arte que, como
todas las fronteras, vive en constante controversia. Más tarde me llegó a las
manos un libro, Poemas para el entreacto
(2007). Poemas breves, a veces de un único verso, pero de un libro que quería
mostrar un mundo desde la poesía y empezaba por el principio: definiendo sus
palabras esenciales. Aunque rondaran el libro juegos sonoros y versos
distribuidos a la manera caligráfica, este libro anunciaba ya un poeta en otra
lengua. Un poeta en verso. Desde entonces las dos lenguas poéticas han
convivido en la obra de Agustín con naturalidad. Lo que, si uno echa un vistazo
por ahí, resulta muy poco natural, pues si los poetas visuales acostumbran a serlo
en este género en exclusiva, los poetas discursivos no suelen tener otras
tentaciones. Agustín, sin embargo, es un poeta tanto para ver como para leer. Y
esa convivencia a un lado y otro de la frontera, esa rara convivencia, es su
primera virtud.
Con ocasión de
su segundo libro, A la vendimia en
Portugal (2009), escribí unas palabras que quiera ahora recordar: «Creo que
la actitud de Agustín, como poeta, es siempre la de un moralista. Me gusta y no
me gusta emplear esta palabra. Es término muy desvirtuado, pero que en nuestra
época ha merecido nobles reivindicaciones, en las que me apoyo para decir que
Agustín es un moralista en este estricto sentido: la actitud de quien busca el
camino personal de dignidad para enfrentarse al mundo».
Y si aquel
libro, que me sugería esta palabra, se preguntaba por el modo cómo construíamos
la realidad desde la experiencia de lo real, el siguiente libro que leí, GPS, el año pasado, indagaba sobre una
cuestión esencialmente moral: qué somos cuando somos nosotros mismos.
Y tal vez con solo un punto y seguido
aparece Amar a un extranjero. Libro
que habla de una historia de amor: la que reúne al artista con el arte. Una
historia de amor vista desde los tres espejos de un caleidoscopio: uno, desde
su enamoramiento de la obra artística de la pintoras Gabriele Münter y Vieira da
Silva; dos, desde sendos enamoramiento de Gabriele Münter y de Vieira da Silva
de sus respectivas vidas de pintoras; y tres, el que cierra el círculo que
había abierto esta breve nota, desde el enamoramiento de Agustín Calvo Galán hacia
el Arte, en mayúsculas, caleidoscopio en sí mismo que está formado siempre (sea
visual, sonoro o discursivo) por palabras, por sonidos y por imágenes.
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El libro aparece bajo el amparo del Premio César Simón que
organiza la Universidad de Valencia y coordina la poeta y profesora Begonya
Pozo. Hay algo que Agustín Calvo Galán comparte con César Simón. Ambos se
movieron en su tiempo sin su época. Ambos solitarios que caminan a lo lejos al
atardecer, cada uno por sus senderos. Tal vez porque ambos compartan cierta
incomodidad generacional.
Agustín Calvo Galán nació en 1968. Según
el cómputo convencional de generaciones, que suele representar bien el vaivén
de movimientos de época, pertenece a la generación de 1961, la de los nacidos
entre 1953 y, precisamente, 1968. Es decir, tal como le había ocurrido a César
Simón con su generación, ambos nacieron en la zona de tránsito de una manera de
comprender las cosas y la siguiente. Ese estar entre dos generaciones con
frecuencia —así le pasó a César Simón— deja al poeta sin ninguna, desasistido
de los movimientos de su época. Eso ni es bueno ni es malo. Pero favorece la
aparición de obras solitarias, como posiblemente sea la que está construyendo
en estos tiempos Calvo Galán.
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En uno de los Poemas
para el entreacto titulado «Autor» se leía: «A menudo me olvido / de mí
mismo / cocinando estas escasas líneas». Se puede leer este brevísimo texto como una poética. Y en Amar a un extranjero tal vez sea donde
el poeta consiga con mayor éxito olvidarse de sí mismo.
Ya en el
tercer poema surge en verso singular el motivo recurrente de la primera sección
del libro, titulada «Cuaderno de Gabrielle Münter»: mí misma. En femenino. Una voz femenina que en el poema encarna la voz
de la pintora Gabrielle Münter (1877-1962) frente a los paisajes y los momentos
de los cuadros que pintó. Pero una voz femenina.
La escritura
masculina de voz femenina emerge siempre, como cualquier rasgo particular de la
literatura, en el seno de una tradición que resuena al sonar lo escrito. La
tradición de la voz femenina en una escritura masculina no es baladí, y arropa
estos mí misma con los que el poeta
va pautando su texto. De una manera simplificada, se pueden trazar tres
momentos claros de este fenómeno en la literatura. El primero se situaría en la
poesía tradicional. Tanto la peninsular (jarchas, cantigas de amigo,
villancicos), como la descubierta en cualquier latitud del planeta (desde la
poesía de la China antigua hasta la poesía primitiva africana), siempre
presentan canciones en boca de una mujer que expresa sus sentimientos. La
pregunta es: ¿sólo cantaban las mujeres? La respuesta: un único hombre que
cantara, lo haría por boca de una mujer. No hay otra poesía tradicional.
Un segundo estadio estaría
representado por la poesía mística de San Juan de la Cruz. Poemas de amor expresados
por una mujer, que sigue y persigue hasta entregarse a su amado (aunque lo
escriba con mayúscula). Y para el tercer momento de esta fascinante tradición
quiero recordar ahora tantas canciones de Chico Buarque escritas en femenino (como
«Atrás a porta» o «Bárbara», un poema de amor a una mujer cantado por otra
mujer). Sentimientos y misticismo. Y sobre todo el punto hacia donde apunta la intersección
de ambos: esa aspiración hacia lo desconocido. La misma que encarna la pintora Gabrielle
Münter, en la escritura del poeta actual, al enfrentarse al perpetuo
desconocido: el Arte.
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El asunto de estos poemas inmediatamente nos sugiere una
cuestión. ¿Se trata de un libro culturalista? La versión del culturalismo que evoca
una pregunta de esta índole es aquella que asoló la poesía española durante los
años sesenta y setenta. ¿Será que Agustín Calvo Galán busca regresar a aquellas
poéticas densas de conocimientos huecos? Es posible que Amar a un extranjero sea un libro culturalista, pero nada tiene que
ver con el culturalismo de los Novísimos. Funda otro culturalismo. Y convendría
dejarlo claro. Hay tres diferencias esenciales entre las poéticas de los
Setenta y el presente libro. En primer lugar aquí la erudición se queda siempre
fuera del poema, no en sus versos como ocurría entonces. Agustín evoca la
historia de amor que mantuvieron Gabrielle Münter y Vasily Kandisnsky —su amor,
la irrupción de la guerra que los separó y el ulterior abandono de las promesas
hechas por el pintor—, pero ningún verso la recoge, ni la describe, ni la
explota. No hay erudición en estos poemas. Tampoco hay en ellos una actitud de
sustitución de la vida por el arte, sino de compresión de la vida a través del
arte. Que es algo radicalmente opuesto. Y en tercer lugar, el diálogo que se
establece con la cultura no se sitúa en el nivel de las obras consolidadas,
sino en el nivel de la génesis o de las vivencias al margen de las obras. Los
versos no remiten a las obras ya colgadas en las paredes del museo, aunque
estas se citen al pie de cada poema, sino al momento de imaginarlas, de
desearlas, de estarlas pintando. Lo que encarna la voz de la pintara es su
encuentro con el Arte en el momento en el que este se produce.
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La segunda parte, titulada «Cuaderno de Vieira da Silva», en
referencia a la pintora portuguesa, es una poética encubierta (o tal vez
claramente al descubierto). La relación ahora cultural cambia. Los poemas
regresan a la voz de su autor, pero una cita inicial los coloca bajo el amparo
de los avatares biográficos de Maria Helena Vieira da Silva (1908-1992), sin
que ningún dato concreto relacione el hecho mencionado en la cita y la
escritura del poema. Y pese a que nada lo esté uniendo, el poema recuerde las afiladas
aristas de la obra pictórica evocada. Eso es lo que pretende. Y encubierto (o
al descubierto), una poética: «No puedo describir sin sentir que miento / al
convertir sus infinitos repliegues en lenguaje».
Grato es ver a dos poetas que poseen mi profunda admiración, reunidos bajo el feliz acontecimiento de la presentación de un libro.
ResponderEliminarJosé Ángel, en esta reseña no sólo nos da una visión de "Amar a un extranjero", libro que ha sido galardonado, también nos brinda un breve resumen de sus apreciaciones sobre los otros libros de Agustín Calvo Galán, acercándonos al trabajo poético constante y contundente de Agustín.
Y sí, quizás Calvo Galán esté haciendo una obra poética solitaria, si la soledad nos brinda libros como "Poemas para el entracto", "GPS", bienvenido sea el camino del ermitaño.
Enhorabuena para ambos.