La tarde en la
que conocí a Rosa Lentini este libro cuya presentación celebramos hoy, 20 de
octubre de 2015, no existía ni siquiera como un sueño. Diré más. En la época en
la que conocí a Rosa Lentini ni siquiera estábamos interesados en el arduo
recorrido personal que significa haber trazado en el vacío una obra poética.
Entonces la poesía era un rito más colectivo que individual y las tardes un lugar
propicio para las conversaciones, los proyectos, las andanzas. Nos veíamos con
frecuencia alrededor de la mesa de Hora de Poesía. Quiero acordarme ahora de
aquella revista que supo convocar a poetas barceloneses de todas las edades,
los mayores y también los barbilampiños como era yo entonces. Y quiero acordarme,
sobre todo, del alma de aquella revista en sus inicios, el poeta Javier
Lentini, padre de Rosa, siempre de emocionada memoria. Mis años de Hora de
Poesía fueron ya los de Rosa, cuando ella la dirigía, y quiero decir aquí, ya
que he empezado a acorarme de cuando la conocí, que aquellos números de la
última época de Hora de Poesía fueron el reflejo más fiel y más auténtico del fluir
de la sensibilidad poética en la década final del siglo pasado. Lo que una
revista debe ser, el termómetro del proceso febril que es siempre la poesía.
Aquella tarde, cuando la conocí,
Rosa Lentini desde luego no tenía en la cabeza cómo resolver el laberinto que
ha resuelto en este libro, sino, tal vez, solo cómo darle inicio. Recuerdo
haberle oído hablar del libro que iba a publicar pronto e iniciaría su obra
poética, y quiero acordarme de él ahora, frente al fruto de lo que en aquel
momento estaba empezando. Apareció en octubre de 1994. Una fecha tardía. Rosa
no se ha apresurado nunca a publicar. Ni siquiera quiso recoger los poemas que
a lo largo de los años había ido dejando en las revistas de entonces, como
ensayos del libro que un día publicaría. La
noche es una voz soñada es un raro primer libro. Hay en él una unidad y una
intensidad formal, estilística y temática impropia de quien se inicia. Creo que
esta espera a la hora de empezar a publicar siempre le favoreció. Aquí tenemos
el resultado: en este volumen no hay ni un único poema que desentone. Ni una
única nota suelta. Esta poesía reunida
es, porque así lo fue desde el principio, una única sinfonía interpretada en el
tiempo con vigor y profundidad. La misma tensión que Rosa le exigió a su primer
libro la mantuvo en sus siguientes títulos e idéntico rigor y respeto hacia la
página impresa es también lo que ha orientado la reescritura de su obra en esta
poesía reunida que hoy se presenta.
En el ejemplar de La noche es una voz soñada que una tarde
me regaló Rosa y conservo en casa, en su primera página leo: «Para José Ángel y
Marisol, este sueño por fin real». Firmado: Rosa. Fechado: 1 de diciembre de
1994. La realidad se construye con sueños. Me aventuro a afirmar que cuando le
pida a Rosa que firme en mi ejemplar de su poesía
reunida podría caligrafiar el
mismo lema: «este sueño de ver el trabajo y el esfuerzo creativos de tantos
años reunido en un libro… por fin real».
Aquí está. Cuando la vida le regala a un poeta la edición de todos sus libros
lo que se esconde entre las páginas es, por fin, un sentido para sus sueños. Para
la decisión más determinante de su vida. El libro que presentamos esta tarde se
alza como el momento en el que uno se da la vuelta y lo que ve tiene un significado.
Rosa Lentini, para su poesía reunida, ha prescindido de
título. O mejor será decir, lo ha escondido. Lo ha ocultado en el subtítulo:
poesía reunida. Y ha dejado que el título asome en tres letras en cursiva: –ida. Qué gran acierto este título que
no está y sin embargo lo titula perfectamente al aludir a las dos direcciones
que el libro emprende. Porque ida,
como verbo, hace referencia a la poesía que quedó escrita en el pasado; pero
como sustantivo, ida hace referencia
al camino que sigue adelante, hacia el futuro. Este es un libro con las dos
direcciones del tiempo. Reúne el pasado y emerge hacia el futuro. Es más,
convierte el pasado en futuro. Así lo ha querido pensar y presentar Rosa, hacia
atrás y hacia adelante al mismo tiempo, y además ha tenido la fortuna de
encontrar una palabra en castellano que diga las dos cosas, y aún mejor, que lo
diga desde dentro de otra palabra que nombra el conjunto. Un acierto.
El título tiene también una fecha. Es
la fecha que ampara la extensión del libro: 2014-1994. Las fechas de una vida, aunque
invertidas. Veinte años de escritura contados desde esta tarde de octubre, hoy,
hasta la mañana de otro día de octubre de 1994 en la que Rosa abrió el paquete
enviado por el editor en el vestíbulo de la estafeta de correos. Porque siempre
se abren los paquetes enviados por los editores en el vestíbulo de las
estafetas de correos. Se practica un corte lateral a la caja y se extrae,
arañándose el dorso de la mano, siempre se araña uno con los nervios el dorso
de la mano cuando publica un libro, se extrae, decía, un solo ejemplar del
envío, un ejemplar que es siempre «un sueño por fin real». Y el libro que hoy
presentamos se inicia precisamente aquella misma lejana mañana de octubre,
recorre dos décadas de poesía y llega hasta esta tarde de octubre veinte años después
y continúa hacia adelante porque el libro que presenta Rosa es un camino de
vuelta y de ida. Regresa hasta sus orígenes como creadora y desde allí se
reescribe siguiendo ya el firme sendero que ha de conducirle a culminar una
obra poética que es ya, en nuestra poesía contemporánea, una referencia
obligada.
El libro se abre con el último
título publicado por Rosa y acaba con el primero. Leí Tuvimos hace algunos meses, cuando apareció en 2013, también en el
mes de octubre. Y después de leerlo se lo escuché leer a Rosa en la
presentación que hizo en la Sala de Escritores del Ateneo. Lo he vuelto a leer
ahora, en esta poesía reunida. Y en
estas tres lecturas, que sin embargo no son tres lecturas, porque muchos poemas
los he releído varias veces, no consigo salir de mi asombro ante este libro.
Quiero decirlo ya: ante Tuvimos me
siento frente a uno de los libros capitales de mi generación. De ahí mi
estupor, el que produce siempre una obra de arte que cambia las condiciones que
suponíamos para el arte. En este caso Tuvimos
modifica el retrato poético de mi generación. Le proporciona un significado:
una generación que tal vez nunca rompiera sus cordones umbilicales, incapaz
quizá de generar un relato, que al cabo se encuentra a sí misma, ya en un
presente tardío, pero por primera vez un presente en desolada y desnuda primera
persona. Unos versos de Rosa lo dicen con una claridad que aún sigue
pasmándome: «Un encuentro detrás de una memoria… / aunque el tiempo en que
tememos ser desalojados / sea el que sostiene la vida / y el centro esté aquí,
/ lleno de deseo y ausencia».
Tuvimos
consolida uno de los dos registros poéticos de Rosa Lentini. La escritura
de los mejores textos de este libro —que son unos cuantos— alterna tres tonos
discursivos. Suele arrancar el poema con un ágil ritmo descriptivo, o incluso narrativo,
subrayado por la mención explícita del asunto; inicio que de repente se detiene
en una observación resuelta con versos de vocación —y resolución— gnómica
(«Nada es más maleable que un niño y nada lo es menos que un niño blindándose» puede
ser un mero ejemplo), casi aforismos que estancan en su significado global,
como agua que llega a un lago, el avance discursivo. A partir de este punto, el
poema abandona los referentes concretos, se desentiende del factor comunicativo
del texto, y cobra un tono alegórico con el que Rosa Lentini alcanza una
sutilidad de pensamiento poético de gran —y estremecedora— altura: «Pienso
entonces en cómo / reciben a los nuevos inquilinos / los objetos abandonados
tras la mudanza. / Así observan los muertos a los vivos». Este es el registro
de Tuvimos y de la reescritura de El sur hacia mí. Y entre ambos libros, El veneno y la piedra y La noche es una voz soñada, que indagan
en un registro hasta cierto punto opuesto: poemas breves, siempre con un calado
simbólico, construidos antes con elusiones que con alusiones, elípticos y con
frecuencia herméticos. Del mismo hermetismo que aprendimos a amar en Ungaretti.
Los dos registros poéticos, el poema
discursivo y el poema hermético, se alternan en esta poesía reunida, pero ambos
comparten un único universo temático, de una densidad infrecuente. Los poemas
discursivos expanden el significado; los poemas herméticos lo concentran. A
veces comprendemos las elusiones de estos por aquellos en este libro que es
como una sinfonía en la que no hay ni una única disonancia, pero también
descubrimos la profundidad lírica de aquellos, los más narrativos, por la
rotundidad de los símbolos de la desolación que nos ofrecen estos, los más
breves.
Y para mostrar la coherencia del
universo temático de Rosa Lentini, desde el principio de su obra poética, voy a
repasar un motivo poético. El primero que aparece, cronológicamente en su
bibliografía. En el primer poema del primer libro, que tomo de su versión
primera, la de 1994. Fragmento por el que he conservado durante años una
devoción posiblemente sin saber el motivo hasta que leí Tuvimos. Leo: «Nací con una ola de mar en la boca. Mis tutores
tuvieron el cuidado de salar puntualmente el agua cada año, desechar aquellos
peces que habían crecido demasiado y escoger los colores y el tamaño de los que
habían de quedarse». Lo leo y ya sé por qué me estremecía la imagen: es el
retrato de mi generación. Idéntica metáfora aparece en Tuvimos, versos que parecen frases añadidas con el tiempo al poema
inicial. En «El vientre» leemos: «Ya todo estaba allí: la cueva / con el cuello
estrecho asfixiando al pez». En El veneno
y la piedra, el libro anterior, en el poema «El agua» leemos: «El cielo
cambia / tan pronto de un gris azulado / a un azul plomizo / bajo el que los
peces / aturdidos palidecen / y los ahogados parecen querer subir / azuzados
por invisibles espuelas». En el libro anterior a este, El sur hacia mí, se leen versos como estos: «como furtivos peces
compadecidos de nuestras inútiles bocas / bebiendo de las lágrimas / de una
culpa colectiva»; o como estos: «el amor acabado / contesta / con peces más
fríos / en la mano»; o como estos: «sobre el suelo desaparecido de su casa /
bancos de peces ahogados / se balancean en un flujo espeso». Y ya en el libro
inicial, en la noche es una voz soñada,
la reescritura del primer poema del libro desvela las claves de la metáfora:
«Crecimos bajo una luz de acuario con padres perfeccionistas que cuidaban de la
alcalinidad del agua, desechaban los peces demasiado grandes y elegían los
colores y el tamaño de los que quedaban». No creo que exista un símbolo más
preciso no solo para mi generación, sino para la propia vida en una sociedad
cada vez más sometida a «una luz de acuario» que nunca descubre sus peces
ahogados. Exactamente lo que ha visto, para que nosotros lo veamos, la
escritura intensa, lúcida, visionaria y audaz de Rosa Lentini.
Rosa Lentini
[Inédito]
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