Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

martes, 27 de octubre de 2015

Presentación de la «Poesía Reunida» de Rosa Lentini


La tarde en la que conocí a Rosa Lentini este libro cuya presentación celebramos hoy, 20 de octubre de 2015, no existía ni siquiera como un sueño. Diré más. En la época en la que conocí a Rosa Lentini ni siquiera estábamos interesados en el arduo recorrido personal que significa haber trazado en el vacío una obra poética. Entonces la poesía era un rito más colectivo que individual y las tardes un lugar propicio para las conversaciones, los proyectos, las andanzas. Nos veíamos con frecuencia alrededor de la mesa de Hora de Poesía. Quiero acordarme ahora de aquella revista que supo convocar a poetas barceloneses de todas las edades, los mayores y también los barbilampiños como era yo entonces. Y quiero acordarme, sobre todo, del alma de aquella revista en sus inicios, el poeta Javier Lentini, padre de Rosa, siempre de emocionada memoria. Mis años de Hora de Poesía fueron ya los de Rosa, cuando ella la dirigía, y quiero decir aquí, ya que he empezado a acorarme de cuando la conocí, que aquellos números de la última época de Hora de Poesía fueron el reflejo más fiel y más auténtico del fluir de la sensibilidad poética en la década final del siglo pasado. Lo que una revista debe ser, el termómetro del proceso febril que es siempre la poesía.
            Aquella tarde, cuando la conocí, Rosa Lentini desde luego no tenía en la cabeza cómo resolver el laberinto que ha resuelto en este libro, sino, tal vez, solo cómo darle inicio. Recuerdo haberle oído hablar del libro que iba a publicar pronto e iniciaría su obra poética, y quiero acordarme de él ahora, frente al fruto de lo que en aquel momento estaba empezando. Apareció en octubre de 1994. Una fecha tardía. Rosa no se ha apresurado nunca a publicar. Ni siquiera quiso recoger los poemas que a lo largo de los años había ido dejando en las revistas de entonces, como ensayos del libro que un día publicaría. La noche es una voz soñada es un raro primer libro. Hay en él una unidad y una intensidad formal, estilística y temática impropia de quien se inicia. Creo que esta espera a la hora de empezar a publicar siempre le favoreció. Aquí tenemos el resultado: en este volumen no hay ni un único poema que desentone. Ni una única nota suelta. Esta poesía reunida es, porque así lo fue desde el principio, una única sinfonía interpretada en el tiempo con vigor y profundidad. La misma tensión que Rosa le exigió a su primer libro la mantuvo en sus siguientes títulos e idéntico rigor y respeto hacia la página impresa es también lo que ha orientado la reescritura de su obra en esta poesía reunida que hoy se presenta.
            En el ejemplar de La noche es una voz soñada que una tarde me regaló Rosa y conservo en casa, en su primera página leo: «Para José Ángel y Marisol, este sueño por fin real». Firmado: Rosa. Fechado: 1 de diciembre de 1994. La realidad se construye con sueños. Me aventuro a afirmar que cuando le pida a Rosa que firme en mi ejemplar de su poesía reunida podría caligrafiar el mismo lema: «este sueño de ver el trabajo y el esfuerzo creativos de tantos años reunido en un libro…  por fin real». Aquí está. Cuando la vida le regala a un poeta la edición de todos sus libros lo que se esconde entre las páginas es, por fin, un sentido para sus sueños. Para la decisión más determinante de su vida. El libro que presentamos esta tarde se alza como el momento en el que uno se da la vuelta y lo que ve tiene un significado.
            Rosa Lentini, para su poesía reunida, ha prescindido de título. O mejor será decir, lo ha escondido. Lo ha ocultado en el subtítulo: poesía reunida. Y ha dejado que el título asome en tres letras en cursiva: –ida. Qué gran acierto este título que no está y sin embargo lo titula perfectamente al aludir a las dos direcciones que el libro emprende. Porque ida, como verbo, hace referencia a la poesía que quedó escrita en el pasado; pero como sustantivo, ida hace referencia al camino que sigue adelante, hacia el futuro. Este es un libro con las dos direcciones del tiempo. Reúne el pasado y emerge hacia el futuro. Es más, convierte el pasado en futuro. Así lo ha querido pensar y presentar Rosa, hacia atrás y hacia adelante al mismo tiempo, y además ha tenido la fortuna de encontrar una palabra en castellano que diga las dos cosas, y aún mejor, que lo diga desde dentro de otra palabra que nombra el conjunto. Un acierto.
            El título tiene también una fecha. Es la fecha que ampara la extensión del libro: 2014-1994. Las fechas de una vida, aunque invertidas. Veinte años de escritura contados desde esta tarde de octubre, hoy, hasta la mañana de otro día de octubre de 1994 en la que Rosa abrió el paquete enviado por el editor en el vestíbulo de la estafeta de correos. Porque siempre se abren los paquetes enviados por los editores en el vestíbulo de las estafetas de correos. Se practica un corte lateral a la caja y se extrae, arañándose el dorso de la mano, siempre se araña uno con los nervios el dorso de la mano cuando publica un libro, se extrae, decía, un solo ejemplar del envío, un ejemplar que es siempre «un sueño por fin real». Y el libro que hoy presentamos se inicia precisamente aquella misma lejana mañana de octubre, recorre dos décadas de poesía y llega hasta esta tarde de octubre veinte años después y continúa hacia adelante porque el libro que presenta Rosa es un camino de vuelta y de ida. Regresa hasta sus orígenes como creadora y desde allí se reescribe siguiendo ya el firme sendero que ha de conducirle a culminar una obra poética que es ya, en nuestra poesía contemporánea, una referencia obligada.
            El libro se abre con el último título publicado por Rosa y acaba con el primero. Leí Tuvimos hace algunos meses, cuando apareció en 2013, también en el mes de octubre. Y después de leerlo se lo escuché leer a Rosa en la presentación que hizo en la Sala de Escritores del Ateneo. Lo he vuelto a leer ahora, en esta poesía reunida. Y en estas tres lecturas, que sin embargo no son tres lecturas, porque muchos poemas los he releído varias veces, no consigo salir de mi asombro ante este libro. Quiero decirlo ya: ante Tuvimos me siento frente a uno de los libros capitales de mi generación. De ahí mi estupor, el que produce siempre una obra de arte que cambia las condiciones que suponíamos para el arte. En este caso Tuvimos modifica el retrato poético de mi generación. Le proporciona un significado: una generación que tal vez nunca rompiera sus cordones umbilicales, incapaz quizá de generar un relato, que al cabo se encuentra a sí misma, ya en un presente tardío, pero por primera vez un presente en desolada y desnuda primera persona. Unos versos de Rosa lo dicen con una claridad que aún sigue pasmándome: «Un encuentro detrás de una memoria… / aunque el tiempo en que tememos ser desalojados / sea el que sostiene la vida / y el centro esté aquí, / lleno de deseo y ausencia».
            Tuvimos consolida uno de los dos registros poéticos de Rosa Lentini. La escritura de los mejores textos de este libro —que son unos cuantos— alterna tres tonos discursivos. Suele arrancar el poema con un ágil ritmo descriptivo, o incluso narrativo, subrayado por la mención explícita del asunto; inicio que de repente se detiene en una observación resuelta con versos de vocación —y resolución— gnómica («Nada es más maleable que un niño y nada lo es menos que un niño blindándose» puede ser un mero ejemplo), casi aforismos que estancan en su significado global, como agua que llega a un lago, el avance discursivo. A partir de este punto, el poema abandona los referentes concretos, se desentiende del factor comunicativo del texto, y cobra un tono alegórico con el que Rosa Lentini alcanza una sutilidad de pensamiento poético de gran —y estremecedora— altura: «Pienso entonces en cómo / reciben a los nuevos inquilinos / los objetos abandonados tras la mudanza. / Así observan los muertos a los vivos». Este es el registro de Tuvimos y de la reescritura de El sur hacia mí. Y entre ambos libros, El veneno y la piedra y La noche es una voz soñada, que indagan en un registro hasta cierto punto opuesto: poemas breves, siempre con un calado simbólico, construidos antes con elusiones que con alusiones, elípticos y con frecuencia herméticos. Del mismo hermetismo que aprendimos a amar en Ungaretti.
            Los dos registros poéticos, el poema discursivo y el poema hermético, se alternan en esta poesía reunida, pero ambos comparten un único universo temático, de una densidad infrecuente. Los poemas discursivos expanden el significado; los poemas herméticos lo concentran. A veces comprendemos las elusiones de estos por aquellos en este libro que es como una sinfonía en la que no hay ni una única disonancia, pero también descubrimos la profundidad lírica de aquellos, los más narrativos, por la rotundidad de los símbolos de la desolación que nos ofrecen estos, los más breves.
            Y para mostrar la coherencia del universo temático de Rosa Lentini, desde el principio de su obra poética, voy a repasar un motivo poético. El primero que aparece, cronológicamente en su bibliografía. En el primer poema del primer libro, que tomo de su versión primera, la de 1994. Fragmento por el que he conservado durante años una devoción posiblemente sin saber el motivo hasta que leí Tuvimos. Leo: «Nací con una ola de mar en la boca. Mis tutores tuvieron el cuidado de salar puntualmente el agua cada año, desechar aquellos peces que habían crecido demasiado y escoger los colores y el tamaño de los que habían de quedarse». Lo leo y ya sé por qué me estremecía la imagen: es el retrato de mi generación. Idéntica metáfora aparece en Tuvimos, versos que parecen frases añadidas con el tiempo al poema inicial. En «El vientre» leemos: «Ya todo estaba allí: la cueva / con el cuello estrecho asfixiando al pez». En El veneno y la piedra, el libro anterior, en el poema «El agua» leemos: «El cielo cambia / tan pronto de un gris azulado / a un azul plomizo / bajo el que los peces / aturdidos palidecen / y los ahogados parecen querer subir / azuzados por invisibles espuelas». En el libro anterior a este, El sur hacia mí, se leen versos como estos: «como furtivos peces compadecidos de nuestras inútiles bocas / bebiendo de las lágrimas / de una culpa colectiva»; o como estos: «el amor acabado / contesta / con peces más fríos / en la mano»; o como estos: «sobre el suelo desaparecido de su casa / bancos de peces ahogados / se balancean en un flujo espeso». Y ya en el libro inicial, en la noche es una voz soñada, la reescritura del primer poema del libro desvela las claves de la metáfora: «Crecimos bajo una luz de acuario con padres perfeccionistas que cuidaban de la alcalinidad del agua, desechaban los peces demasiado grandes y elegían los colores y el tamaño de los que quedaban». No creo que exista un símbolo más preciso no solo para mi generación, sino para la propia vida en una sociedad cada vez más sometida a «una luz de acuario» que nunca descubre sus peces ahogados. Exactamente lo que ha visto, para que nosotros lo veamos, la escritura intensa, lúcida, visionaria y audaz de Rosa Lentini.

Rosa Lentini
[Inédito]

No hay comentarios:

Publicar un comentario