Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

lunes, 12 de diciembre de 2016

Blai Bonet y la memoria


Blai Bonet (1926-1998) escribió El mar (Plaza Janés, Barcelona, 1999, traducción de Eduardo Jordá) con poco más de veinte años, aunque sólo logró publicarla diez años más tarde. Lo temprano de su redacción sitúa la vertiente narrativa en paralelo a su poesía, que sin embargo empezó a publicarse antes, a partir de 1950, y que con el paso del tiempo alcanzará una originalidad mayor que sus cuatro novelas editadas. Hay en El mar, por una parte, un claro trasfondo biográfico (también el joven Blai Bonet, como sus personajes, estuvo recluido en un sanatorio para enfermos pulmonares) pero por otra parte se observa un esfuerzo mayor que el temático (de origen biográfico) en la construcción de la novela: tanto en su estructura de avance múltiple (a través de varias voces que narran los mismos acontecimientos) como en la elaboración de una trama cerrada cuyo desenlace culmina la obra. Todo cuanto pueda proceder de la experiencia biográfica está sometido claramente a una rigurosa elaboración novelística, y eso en una virtud en un joven de veinte años. Se perciben latentes en la novela las preocupaciones propias de la época: una acritud existencialista tiñe la vida de los personajes, traspasados tanto por la preocupación religiosa como por el recuerdo de una guerra civil de la que sus vivencias son absolutamente deudoras. Pero en medio de esa niebla cerrada de la época Blai Bonet consigue destacar e iluminar con su prosa lírica espléndidos matices del paisaje mediterráneo o de las estancias donde se desarrollan los diálogos, de una sequedad y una eficacia (un minimalismo casi) inauditas en el realismo de posguerra.
     Como fue una de las primeras piezas literarias que escribió, cabe empezar a leer a Blai Bonet por El mar, pero si se tiene la oportunidad de conseguir El jove (1987), L’evangeli segons un de tants (1991) o Nova York (1991), que no se desaproveche. Y si el perseguidor de libros tiene tanta suerte de descubrir alguno de los ejemplares que aún no se han vendido de La mirada (1975), su segundo diario, comprobará que, en efecto, Blai Bonet fue uno de los escritores más singulares y fascinantes del siglo: «no recuerdo las cosas; las tengo presentes: soy una profunda memoria de la Vida y de mi especie». Y así fue; en este siglo de «recuerdos» y emblemas vacíos, Blai Bonet supo remontar el río por donde de verdad fluye la Vida. El mar también lo atestigua.

Clarín nº 23, septiembre-octubre de 1999

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