Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

sábado, 17 de junio de 2017

Lizanote de la Mancha, alias Jesús Lizano


SEGUNDA PARTE DE LIZANOTE DE LA MANCHA 
O LA CONQUISTA DE LA INOCENCIA, de Jesús Lizano 
Col. El hombre sentado, 2; EL CIERVO, Barcelona, 1999 

Antes de que la Guerra Civil española radicalizara y politizara todas las actitudes, existió en el tránsito del XIX al XX una devoción anarquista y libertaria de gran dinamismo intelectual, tanto en la producción de ideas nuevas como sobre todo en el brillo verbal con que estas eran expuestas. Algunas novelas –entre otras, Aurora roja (1904) de Pío Baroja o Campo cerrado (1944) de Max Aub—retratan aquella vitalidad ideológica y lingüística tan seductora. La historia del anarquismo intelectual disfrutó de un breve renacimiento en años de la transición, período que pronto sucumbió ante una mecánica racionalista que no deja un resquicio ni siquiera para la imaginación verbal. La obra poética de Jesús Lizano (1931-2015) es uno de los pocos hechos culturales que intentan mantener viva aquella devoción, que el propio autor denomina con acierto «misticismo libertario». Un epigrama titulado «Florecilla» dice: «El viento / abre todas las puertas. / La razón / las cierra». 
    Su actitud frente al hecho literario le ha impulsado a diluir las nociones de autoría (algunos libros los firma el Colectivo Jesús Lizano) y de tradición lineal (otros aparecen bajo el ingenioso nombre de Lizano de Berceo). Esta segunda parte de su Lizanote de la Mancha subraya esa intuición libertaria que le reúne en pie de igualdad creativa con las obras del pasado para reescribirlas desde dentro: un poema titulado «Autorretrato» habla de «dos hidalgos, / dos salidas, dos locos» El parentesco que Lizano busca establecer con el Quijote no es el vertical del tiempo y los honores, sino el horizontal del compañerismo y la ausencia de jerarquías. 
   Si esta es la estela intelectual que Lizano continúa, poéticamente su obra persigue otra línea de poesía en voz alta, expresada con rotundidad, que trata de darle cuerpo casi épico a la vida exaltada desde el presente; línea que nace de Walt Whitman y que tiene como uno de sus mejores discípulos a Álvaro de Campos, el heterónimo vanguardista de Fernando Pessoa. Como Whitman y como Campos, los versos de Lizano están escritos sobre todo para ser declamados. Los recursos del estilo oral del Lizanote son ricos y variados: las repeticiones, las cláusulas anafóricas (agrupadas en general de 3 en 3), el polisíndeton, las epíforas, el tono exhortativo e incluso el aire de cuento tradicional o fábula de muchos poemas. Todo ello crea una trama rítmica que imprime una velocidad envolvente en la lectura que logra imponerse incluso a quien lee en solitario y en silencio. 
    El tema que da cohesión al libro es el que Lizano descubre en las intenciones del caballero de la triste figura y con él comparte: «salíamos a la conquista de la inocencia». Otros temas, sin embargo, van cobrando cuerpo a lo largo del libro, como los «sueños» o como la «muerte», pues ambos suelen convocar el clímax de muchas reflexiones. La propia escritura, emblema de rebeldías, y la condición de poeta al amparo de su único atributo, la soledad, son asunto de muchos textos. 
    Junto a estos grandes temas hay además espléndidos poemas que dan vida a pequeños motivos dispersos, como los titulados «Alma» o «El tren» o «Ciudades», donde está, creo, el mejor Lizano, el que descubre su inocencia en la mirada con la que contempla las cosas: «Necesito ver el tren. [...] / Se irán muriendo todos los sueños... / Todos se fueron con el viejo tren...». Ahora que el mundo se empeña en que trenes, quijotes y poetas se vayan por el mismo camino, Jesús Lizano se cala la armadura, se encasqueta el yelmo y blande la espada de sus versos contra los gigantes que se disfrazan de molinos.

El Ciervo nº 577. Abril de 1999

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