Flanqueado por un prólogo cómplice de Jesús Aguado y un epílogo entusiasta de Agustín Fernández Mallo, poco recorrido le queda al comentarista tras la lectura de Equívocos Árboles Caligrafías Personas (Maclein y Parker, Sevilla, 2022), décimo título que publica David Delfín (1968).
Cabría iniciar la senda del comentario
a este libro desde el título, que subraya sin rubor su singularidad; no de otra manera se puede calificar un sintagma
formado por cuatro sustantivos sin puntuación e iniciados por mayúscula. El
índice nos aclara, con solo ojear el volumen, que se trata de las cuatro partes
que lo componen. La primera idea que sugiere el título es que se trata de una
clara ausencia de título en favor del contenido. Como si el autor, hubiera ido
anotando en un pósit el título de las
secciones conforme las fuese acabando, de modo que una vez concluido el
conjunto, en la cubierta quedaran cuatro palabras escritas sobre cuatro pósits. El título. Y cuando el lector se
lo imagina, lo que ve es un collage.
Quizá sea el primer título-collage de la poesía española.
Se suele obviar, al hablar de los
libros que se leen, los matices del género literario que desarrolla su autor.
Forma parte este olvido de un cierto cansancio, incluso rechazo, hacia las
formas comunes en lo artístico (lo mismo ocurre con los valores generacionales),
como si cada libro pudiera prescindir de la tradición y el contexto que lo amparan.
O quizá, tal vez, porque los lectores se han acostumbrado a ese aislamiento de
los libros. De hecho, creo que el comentario sobre el género de este libro
contiene su aproximación más sorprendente.
Lo que el autor realiza en el título lo
repite en cada uno de los niveles creativos de su libro. Cada una de estas
cuatro partes está compuesta a su vez por un texto y un número breve de poemas en
prosa (entre cuatro y uno). Denomino «texto» al fragmento inicial de cada
sección como el nombre más indeterminado que se le puede aplicar. Carece de
título, se extiende por varias páginas y su función se diría que es la de
prologar —sin presentar nada— cada sección. Se podrían considerar «poemas en
prosa», es cierto, pero cabría diferenciarlos de las piezas que lo siguen: con
título (entre paréntesis), de una extensión breve, algunos con marcas estróficas
e incluso dedicatoria). Se podría decir que los textos son poemas en prosa informales.
Estos textos, los cuatro que encabezan
las cuatro partes, presentan una primera unidad del libro. En primer término,
por su homogeneidad formal. Los cuatro son excelentes ejemplos de collage discursivo. Los elementos que lo
conforman aparecen y desaparecen in media
res, cada oración solo ocasionalmente se emparienta con la que precede y
con la que antecede. Aunque en el texto se desarrolle un asunto concreto y las
relaciones entre sus elementos se descubran aquí y allá, sin que en medio haya
existido un vínculo sintáctico concreto. Igual que ocurre con las imágenes de
un collage, su estructura
significativa se percibe a partir de su desorden acumulativo. Temáticamente los
cuatro textos forman un conjunto de escritura autobiográfica, una suerte de
memoria de un joven que descubría el mundo en los años ochenta del pasado siglo:
la música, la literatura, la propia infancia, los rastros que conforman su
personalidad. No mostrados en el orden convencional, sino siguiendo en la
lengua la pauta que tal vez tenía una habitación de adolescente en la época:
posters pegados sobre posters antiguos, plagados de recortes y pegatinas. El collage como reivindicación de una
manera de pensar. El poeta lo expresa de esta manera: «el collage de los estados de permanencia con los inframundos
visibles». Es decir, la peculiar simbiosis entre la construcción del
pensamiento y la futilidad del contexto. Una característica, por cierto, generacional,
igual que su afición a significar a través de los nombres propios.
Los poemas en prosa que suceden a estos
textos de introspección llevan el camino opuesto. Retratan un presente
concebido con la extrañeza de un
futuro hipotético que parece matizado por la perspectiva de la ciencia ficción.
Por ejemplo, esta definición realizada mediante yuxtaposición (es decir, collage): «Consultorio de salud. Máquina
de sillas y demoras». Una figura literaria que colabora en esta objetivación de
las descripciones del presente, alejándolas de caer en una visión costumbrista,
es una sutil prosopopeya, que presenta los elementos del sujeto como ajenos al
sujeto: «Los bordados de tu jersey sin ganas de pensar qué ponerse».
En su prólogo, Aguado, habla de «un collage de fragilidades» y Fernández
Mallo, en su epílogo, destaca su «particular manera de investigar su
contemporaneidad: la metáfora como radical mecanismo de construcción del
mundo». En realidad, el comentarista ha venido a decir lo mismo, pero con otros
términos. Tal vez porque comparta la complicidad
y entusiasmo con la que ha leído
«esta crónica de mínimos y cornisas».
[Inédito]
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