En los albores del siglo XX la técnica artística del collage —que cumple 101 años— respondía a la necesidad vanguardista de capturar la heterogeneidad de la experiencia. Junto a la pintura, otras artes exploraron sus posibilidades. En música, Charles Ives (1874-1954) logró que sonaran en una misma partitura sonidos cultos y melodías populares, no fundidas, sino confundidas, es decir, yuxtapuestas. Y este es un precedente que conviene recordar ante la lectura de Masa crítica; como en Ives, los versos mezclan sus referentes: «Despedirán de Iberia a San Juan de la Cruz». También la literatura ha desarrollado la técnica del collage, sobre todo para explorar, vinculadas, la ruptura de la sintaxis y la descripción del dinamismo urbano propio de una época con anhelo de rupturas.
Experto en restauración de formas
decrépitas, tal como había demostrado en un espléndido libro anterior, El contrario (2008), Francisco Alba
(1967) rescata ahora, en el mercado de las pulgas de la tradición, el collage,
de una manera explícita en la sección V del libro («…queremos ser tu banco
Fabio las esperanzas cortesana prisiones son…»), e implícita en un modo
sincopado de escritura y, sobre todo, como emblema temático del libro. Este
proceso de revitalización pasa, en Alba, por alejarse de la forma habitual del
collage. En primer término desvincula su heterogeneidad técnica de la sintaxis,
que no altera de manera significativa, y la sitúa en un peldaño superior, en la
concepción del poema. En segundo lugar, relaciona el collage con otra composición
en decadencia, el monólogo dramático, de modo que una a otra se restauren
mutuamente. Y en última instancia lo aparta de su poder visionario sobre la
vida cotidiana y la ciudad, y lo emplaza en un ámbito más genérico, la
civilización: «¿De verdad ha ocurrido el siglo XX?».
Collage y monólogo dramático resultan
herramientas ideales para interpretar el tema central del libro, la colisión
frontal que en los inicios del siglo XXI se produce entre la alta cultura y la
gran devastación que supone la pérdida de una cultura popular. En un ejemplo de
la música, el siglo XX indagó en la fusión de sonido cultos y populares, pero
desaparecidos estos, quedan solo aquellos y el vacío: «¿Recitarás a Wordsworth
/ en tu excursión al centro comercial?», o, en el ámbito de la ideación culta y
no solo de los nombres, «Impresiona la luna cazadora furtiva, / patrona de los
jóvenes sin domicilio fijo». Contribuyen a potenciar los efectos estremecedores
de este choque entre tradición y vacío la yuxtaposición de frases con
resolución gnómica, el revoltijo de referentes culturales y de referencias al presente,
la elipsis de las circunstancias de la voz que habla en cada poema y, en
general, un ritmo sincopado —acaso jazzístico, no en vano el primer poema habla
de un pianista (¿los poetas?) que es secuestrado para «tocar las canciones más
sentimentales» por «miles de dólares» en la «fiesta» de los mafiosos—.
Esta estética deformadora del
collage recuerda la de los espejos del callejón del Gato. También Francisco
Alba, a la manera valleinclanesca, apela a ella para acercarse a lo real: «pero
a mí que no soy mala persona / la realidad / me parece una farsa». Su sátira e
ironía en muchos casos prenden en los referentes culturales, pero a diferencia
del culturalismo de los setenta —otra forma poética que recicla—, Alba no los utiliza para huir del presente,
sino para detectar con lucidez sus fallas: «En la rutina del trabajo / nos
hacemos de piedra».
Quimera, mayo 2013
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