Falsa pimienta Amalia Bautista
Renacimiento. Sevilla, 2013
Con sigilo ha
ido construyendo Amalia Bautista (1962) una obra poética que posiblemente se
convierta en un referente de su época. El primer libro, Cárcel de amor, en 1988, un escueto volumen de apenas 29 poemas, casi
quedó sepultado por el aluvión de novedades de una poesía entonces en
ebullición que reivindicaba la línea clara, la dicción figurativa y apelaba a
la realidad como emblema. Aquellos poemas de juventud tenían algo más de
cultura y de lecturas —como delata el título— que de realidad, pero no pasó
desapercibida su maestría para convertir los versos de metro tradicional en un
flujo verbal transparente y diáfano, a veces con un punto borgiano, al mismo tiempo coloquial y culto. Los dos
primeros versos de aquel libro inicial parecieron entonces, tal vez,
excesivamente literarios: «Yo no soy de ese tipo de mujeres / incapaces de amor
y de ternura». Hoy son un lema que ilumina su obra. Mientras aquella efervescencia
de los ochenta, que reivindicaba la experiencia, tantas veces se revistió con
el hojaldre de lo inauténtico, la poesía de Amalia Bautista, en los pocos
títulos que le siguieron —reunidos en Tres
deseos (Renacimiento, 2006)—, supo ajustar paradigmáticamente su poética a
su biografía y extraer de ese binomio un pensamiento amoroso que, por haber atravesado
todos los trances del amor —el enamoramiento, sí, pero también las
separaciones, «las hijas», las ausencias, la soledad, y nuevamente el
enamoramiento— elevan su poesía a una de las expresiones más intensas en la
poesía contemporánea «de amor y de ternura».
Falsa pimienta es, como evoca un poema del libro, el nombre de una
planta de hermosas flores que al tocarlas «descubren el tacto de la seda / y el
tacto de tus labios cuando besan mis hombros». La poesía acaso también sea como
esta falsa pimienta, capaz de «descubrir» lo conocido y lo vivido. Uno y otro
son los dos protagonistas temáticos del libro. Lo conocido es Madrid,
«Doméstica sede» recreada en la primera parte. Lo vivido es un amor evocado en
sus dos vertientes: la concreta de la vivencia y la más abstracta —que denomina
con certeza «La pertenencia»— de la teoría del amor.
Algunas palabras de índole poco
realista, como «ángeles», «prodigios» o «fantasmas», le sirven a Amalia
Bautista para situar el punto de vista realista
desde donde arranca su visión de la ciudad. Un poema lo señala con precisión:
mientras otros hablan de paisajes, colores o magias que han visto, «resulta que
aquí, al lado de mi casa, / puedo ver que los ángeles se miran / en el espejo
de los charcos». A partir de este «aquí» la ciudad de cada día, Madrid, ofrece
todas las maravillas: la primavera urbana, flores en la floristería del barrio,
el azul del cielo… y también el hechizo de los encuentros: «Tú, que no me
preguntas donde vivo, / mereces la respuesta más que nadie: /… / Allá donde tus
ojos me den alas». Pero existen las «sucias aguas subterráneas», «las basuras»,
«la sumisión»… «Esto es también Madrid. O simplemente / estaba hablando de mi
alma». Hablar de la ciudad es «también» situarse ante un espejo.
Los poemas «de amor y de
ternura» de las dos siguientes secciones culminan una poética amorosa al cabo
de la edad y de la experiencia, en lucha perpetua con los miedos y las
«cicatrices», pero al fin encandilada solo con «los ratos que hemos podido
vernos, / hablarnos, sonreírnos, hacernos el amor, acariciarnos…». Es decir, el
amor entendido como sinécdoque del amor. Clave también de su poética, construida
desde el tacto de un pétalo o desde el ángel que se mira en un charco.
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