POESÍA COMPLETA, de Ray Bradbury
Cátedra, Madrid, 2013.
No es fácil distinguir una propuesta
cultural sobre el alud de libros que aparecen y desaparecen casi al mismo
tiempo en las mesas de las librerías. La importancia cultural suele ser el
señuelo editorial para permanecer un día más a la vista, pero no todo lo que se
dice es. Y las verdaderas propuestas a veces no se distinguen. La colección
Letras Universales de Cátedra, que cumple treinta años, ha reimpreso a bajo coste
algunos títulos clásicos, pero en los últimos números está cumpliendo un
programa cultural de mayor entidad: publicar la obra poética de grandes
escritores cuyo reconocimiento procede de otros géneros. A los volúmenes con los
poemas de Aldous Huxley o de Marcel Proust ahora se suma la espléndida
iniciativa de reunir la Poesía Completa
de Ray Bradbury (1920-2012), indiscutible maestro de la literatura fantástica.
Y poeta.
Ray
Bradbury fue un enamorado de la literatura, de los libros, del papel —su título
más emblemático, Fahrenheit 451, es
un homenaje que ha fijado en la memoria de los lectores un dato simbólico: la
temperatura a la que arde el papel—. No en vano los dos encuentros más
importantes de su vida se produjeron dentro de una librería, con la muchacha
que sería su mujer y con Christopher Isherwood, cuyo entusiasmo crítico le
lanzó como escritor. Su giro hacia la poesía, tardío —publica su primer libro a
los 53 años—, está lleno de amor a la literatura y de desamor hacia el mercado
editorial. Antes de publicar versos, sin embargo, ya había merecido este
calificativo. Isherwood le llamó el «poeta filósofo» y la revista Time «el poeta de los fanzines». En 1973
Ray Bradbury se convirtió en poeta («¡Soy lo que hago! / ¡Para eso vine al
mundo!») y entregó a la imprenta en catorce años cinco gruesos volúmenes —tan
extensos como presagiaba el primer título: La
última vez que florecieron los elefantes en el jardín—, que son los que en esta
edición analiza y traduce el profesor Jesús Isaías Gómez López.
Esta importante erupción poética
cuajó en poemas magmáticos: extensos, desbordados, próximos al vértigo del
pensamiento. Y cumplió el propósito esencial de Bradbury de descubrir en la
madurez y para la poesía los mensajes enviados desde sus orígenes. Ya sean
estos la recreación de la infancia, sus iconos culturales —científicos y
literarios—, o la devoción hacia la imaginación fantástica, como la conquista
del espacio o cualquier «mundo de sangre y sueños». Estos son los tres ejes
alrededor de los cuales fluyen los poemas. Un simple viaje en tren le sirve,
por ejemplo, para redescubrir algún episodio perdido de la vida familiar. El
nombre de un escritor admirado dispara su genio fantástico. Sin olvidar tampoco
la mirada crítica y ácida a su presente («Aquí el Burro Loco [demócratas], el
triste Behemot [republicanos] / disecadores de votos…»), que, cambiando los
nombres, quizá sea también el de sus lectores, ya en el futuro que tanto amó
imaginar.
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