Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

viernes, 2 de octubre de 2009

VIDA, AMOR Y POESÍA COMO ARGUMENTO DE «MENDIGO», antología de Jesús Aguado

Empezaré citando el prólogo de Juan Bonilla. En la página 10 se lee: «No conozco a ningún poeta que lo sea tanto como Jesús Aguado, quiero decir que lo sea tan constantemente. Ha hecho de su propia vida un acto continuamente poético».
Como estos días estoy releyendo a Machado de Assis me he acordado de que fue un escritor que adelantó en la segunda mitad del siglo XIX, en tantos aspectos que abruman, los que serían conceptos esenciales de la literatura del siglo XX (nihilismo, fragmentarismo, intertextualidad, pastiche, metaliteratura, minimalismo…), y fue también un adelantado en su vida, compartida a partes iguales entre el funcionario de impecable carrera ministerial y el escritor corrosivo, lo que no era frecuente en el XIX y es uno de los signos insatisfactorios del XX: ¿qué poeta no es profesor, qué poeta no cuida su currículum, qué poeta no es un distinguido funcionario? ¿Qué poeta es sólo poeta? Yo conozco sólo a dos: Rilke y Jesús Aguado.Ese binomio fundido sin fisuras entre vida y poesía tiene una tercera cara: el amor. Y sobre ese ente vida-amor-poesía trata toda la obra poética de Jesús Aguado, seleccionada ahora en este precioso volumen de Renacimiento: Mendigo. El ente que he llamado vida-amor-poesía merece alguna atención, y merece, antes de nada, mayúsculas. Jesús Aguado, a nadie se le escapa, es un estudioso de las religiones, y no diría que es un “hombre religioso” porque eso suena anticuado, pero sí diría que la suya es una poesía religiosa. Y no me refiero a lo obvio, a los muchos poemas que ha dedicado a las divinidades hindúes, sino a algo más profundo de su obra poética que trataré de concretar aquí. Ese ente que he llamado vida-amor-poesía ha reunido tres palabras no sumándolas, no yuxtaponiéndolas, sino fundiéndolas en una palabra. Vida-amor-poesía no lleva tres mayúsculas, sino sólo una, la primera. Es una única palabra, porque, como ya hemos dicho, en el ser de Jesús Aguado las tres palabras son una sólo palabra, son hablar de lo mismo. Son un único concepto. Un único concepto, que en una poesía que hunde sus raíces en el espesor de las religiones, ha de ser necesariamente un único concepto sagrado. Ese ente que he llamado Vida-amor-poesía, o «Vap», es un ente sagrado. Y como tal lo voy a tratar ahora, como el dios que rige en esta obra poética. Y desde este punto de vista cabe advertir que Mendigo no es una religión (hay muchas, ¿para qué una más?), ni un tratado religioso (puede que sí místico, pero no religioso), sino que es una historia completa de las religiones encarnada en el ente Vida-amor-poesía. Es decir, el poeta Jesús Aguado ha hablado del ente que he llamado Vap como todas las religiones han hablado de sus dioses. El interés del paralelismo está en el magnífico hecho geométrico por el cual las paralelas nunca se encuentran. Es decir. La poesía de Jesús Aguado es siempre poesía, nunca religión, aunque la religión sea un ingrediente esencial de su poesía. A partir de ahora, y sin olvidar nunca que las paralelas sienten una por otra una aspiración eternamente ideal, al ente que he llamado Vida-amor-poesía va a caberle también el nombre de teo, es decir, de dios, es decir, de la luz inicial que de forma piramidal ilumina cuanto vemos, es decir, jerarquía y esencia de la realidad y el espíritu, del conocimiento y el impulso, es decir, teo, es decir, Vida-amor-poesía.
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.La primera sección del libro se titula «Mi enemigo» y reúne poemas de libros publicados en los 80. En esta sección aparece la forma más primitiva e intuitiva del ente Vap o teo. La antología se abre con un poema extenso, titulado «El viaje», en el que el asunto remite a una pequeña aventura europea, amorosa, onírica, se diría que en ella el poeta descubre el mundo: paisajes, ciudades, caricias, besos, sueños… De hecho es de lo que hablan muchos poetas cuando tienen veintipocos años. Los que tenía Jesús Aguado cuando escribía «Mi enemigo». Entonces no existía el ente que he llamado Vap, teo, aunque ya se observa una voluntad clara de borrar fronteras entre lo que se vive y la persona con quien se vive. Hasta ahí, todo normal. Ese poema, «El viaje», compuesto de varios fragmentos, acaba con uno sorprendente para los hábitos de la poesía amorosa que empieza así: «Mujer, no crezcas tanto que mates el paisaje».

Aquí ya está concebido el ente que he llamado Vap. El amor no es el disfrute del otro, sino compartir con el otro el disfrute del mundo. No se ama por amor a alguien, sino para amar más el mundo amándolo dos al mismo tiempo. Así se ven las cosas a los veintitantos años. Cabría decir lo mismo de la poesía: el dios de la poesía no es la poesía («Poesía, no crezcas tanto que mates el paisaje», podría haber escrito Jesús Aguado), sino las cosas y los instantes del mundo. ¿Qué idea de lo sagrado impregna ese verso? El estadio más intuitivo de la religión: el panteísmo. El panvap, podría decir forzando el lenguaje. Hay en la poesía inicial de Jesús Aguado una impresión clara de que la vida, el amor y la poesía comparten divinidad, comparten sacralidad, con el mundo. El panteísmo es, pues, el primer estadio del poeta ante el mundo. La segunda parte la titula Jesús Aguado «amores imposibles» y está formado por una entrañable colección de poemas repartidos en dos libros, el así titulado y en «Piezas para un puzzle». Es una poesía irónica, brillante, emborrachada —pero no como se emborrachan los humanos, sino los pasteles, los bizcochos—, decía, es una poesía emborrachada de emociones e imágenes, a veces con acentos tristes que no invalidan su carácter celebratorio, vital, entusiasta. La colección de amores imposibles de Jesús Aguado se parece al santoral de una religión politeísta. Cada amor es un dios, un dios que pasa y, como les ocurre a los dioses cuando son muchos, no se queda en el corazón de ningún humano. Amores imposibles es una avenida de santuarios paganos, donde cada diosa reina en la condición que le es propia. Este politeísmo celebratorio ha dejando en la poesía de Jesús Aguado un poso denso. No nos cuenta, aunque de paso nos lo cuente, cómo eran sus novias a los treinta años recién cumplidos, sino que ilustra la condición politeísta que tiene el amor verdadero, porque en el amor verdadero uno deja de ser quien es para ser el otro, uno deja de ser el dios de sí mismo para adorar al otro, su dios verdadero. Hay un verso que lo dice con un brillo que le deja a uno sin palabras:«ambos somos el otro y este mundo es el cielo».Este verso está desgajado de un poema homenaje a la India, «India» la tercera parte del libro. El politeísmo es afluente de un gran río que se llama monoteísmo. Todos los amores van a dar al amor. El monoteísmo está presente en muchos poemas de la sección cuarta, «Piezas para un puzzle», en mitad de la cual se produce una gran inflexión en la poesía de Jesús Aguado, que le da la vuelta al mundo para adentrarse en su vertiente más opaca, más metafísica.

«Lección de metafísica» se titula el poema donde encuentro este verso, emblema del monoteísmo:«porque tu amor me funda, es el origen».No he de aclarar, creo, que los versos que ilustran cuanto digo son muchos, pero que hoy prefiero citar un solo verso, un único verso que ilumina como libros enteros: porque tu amor me funda, es el origen. En la metafísica vivencial, amorosa y poética de Jesús Aguado el amor del amado y de la amada se erige en obelisco fundador, en monolito creador. Panteísmo, politeísmo, monoteísmo… Mendigo es una auténtica historia de las religiones abreviada, condensada para amantes. ¿Y después del monoteísmo? Hay un espléndido poema que empieza así: «Te amaré con locura cuando deje de amarte» y que continúa, más abajo, anafóricamente: «Te amaré en mil pedazos cuando deje de amarte». ¿Hay formulación más certera del ateísmo, ese amor desaforado al vacío que ha dejado el amor? La parte quinta, que se le da título al libro, es la parte más desolada. Allí donde el ateísmo pierde su condición teísta y descubre su tristeza, su soledad. Dos versos del poema «Mendigo», en esta ocasión final voy a citar dos versos, dos versos que enhebran cuanto somos, dos versos que servirán para ilustrar el punto final de la historia de las ideas sagradas: el existencialismo. El desgarro interior de quien se sabe dueño sólo de la intemperie. Los versos del mendigo que somos todos nosotros después de haber perdido tantos amores, tantos dioses:«Monedas de vacío / para comprar la muerte»..

[Texto inédito]

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1 comentario:

  1. Estupenda reseña para un magnífico libro (estoy en el comienzo, pero sé que es bueno y que me gusta).Dices que los únicos poetas poetas que conoces son éste y Rilke y, curiosamente, en los versos que citas (Dialéctica del deseo I y II) también yo pensé en Rilke: Mujer no crezcas tanto... Sé invisible...
    Un saludo.
    PD: el prólogo también me parece un lujo.

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