Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

viernes, 3 de noviembre de 2017

Sendero hacia el bosque. «Sin ir más lejos», de Fermín Herrero


Fermín Herrero Sin ir más lejos 
Hiperión, Madrid, 2016 

No es raro en esta temporada de bicentenario ver en el metro o en una sala de espera a alguien con un libro entre las manos de Henry David Thoreau (1817-1862). Y que este hecho no sea una paradoja, dado que la mayoría de sus lectores viven la vida que él no se cansó de denostar, resulta la auténtica paradoja de nuestra época: una sociedad que persevera en todo cuanto cada día detesta más. Estará bien siempre reavivar el espíritu indómito de Thoreau, pero quizá valga la pena también leer a quienes hoy, no sé si siguiendo sus pasos o siguiendo los pasos de la propia soledad, se adentran en la vida agreste, áspera y apacible fuera de las ciudades. Sin ir más lejos, Fermín Herrero (1963).
    En poco más de veinte años Fermín Herrero ha forjado una obra densa, coherente y cada vez más acendrada que ha merecido algunos valiosos reconocimientos. Sin ir más lejos, decimotercer libro que publica, es ejemplo y culminación de este conjunto de títulos que ha tratado de comprender la vida en la naturaleza desde diversas perspectivas no siempre complementarias. La primera, solo por ser este el año Thoreau, es la del caminante. Quien asciende a los puertos, a las cumbres y observa el cielo, la tristeza de la nieve y la lejanía, pero también quien toma el habitual «caminejo / de los almendros» mientras anochece y descubre en el «relumbre» de la escena su frágil belleza, no por cotidiana menos honda metáfora.
     La naturaleza en torno a la que gira la poesía de Herrero es la campesina. La vida de aldea, la casa, la labranza y el ciclo de las cosechas. Una vida que denomina «edad de la inocencia» —con el calor de los «braseros / de cisco» y de los «pucheros en la lumbre, ennegrecidos»— que «se fue». Parte de esta vida perdida la conforman la memoria —de la infancia, de los años—, cuya herencia es consciente de que no logrará transmitir: «tampoco a ti te entenderá tu hijo», y la lengua coloquial en la Castilla rural que el poeta se preocupa por preservar ofreciéndole un lugar privilegiado en sus versos.
    Hay a continuación en este canto de la vida natural conocimiento: de las plantas, de los animales, de las estaciones. Y a partir de él, significados. Espléndidas estampas invernales y entrañables descripciones de instantes. No forman sin embargo una visión pintoresca, sino el esfuerzo por reconocer la identidad del ser («Mi ser es de silencio. En la quietud / del campo, solo, donde siempre…»). Cada paisaje evocado es, antes, un retrato interior. La forma del ser que se es. Más allá de la dimensión metafórica, el reconocimiento de la naturaleza se convierte en una comprensión metafísica de la existencia.
    Esta dimensión filosófica de la poesía de Fermín Herrero conjuga siempre dos caras: la metafórica —o estética—, que entrevera biografía y deseo, y la moral. Y en este juicio de la vida, claro, tampoco se podía alejar tanto de Thoreau: «cuanto más simple, más hondura, como / querría uno transcurrir». Un «canto» a la sencillez que Fermín Herrero conduce hasta sus últimas consecuencias: «cuando la quietud / se adueña de la aldea, abandonarlos, / ahondarnos hasta fundirnos con lo elemental: / la piedra y la madera». Pero existe, además, en este «cántico» otra lección moral que se podría denominar contemporánea: la conciencia del deterioro, de la precariedad, de la finitud también de lo natural. Una «tierra» que al cabo «ha de sobrar» y que hay que disfrutar en el presente «sin herirla / en exceso». 
    Durante los doscientos años que han transcurrido desde el nacimiento de Henry David Thoreau solo parecen haber crecido las contradicciones, y Fermín Herrero es un escritor que vive las propias de la sociedad contemporánea, sin que los paseos por la naturaleza le sirvan para ocultarlas. Conoce con intimidad y admira a sus clásicos, pero vive la vida del siglo XXI sin engañarse: «Son las lágrimas de las cosas, / según Virgilio, lo mortal. Ni gloria / ni poder ni dineros —aquello por lo que trajino». La gran paradoja de nuestra época, incluso en quienes muestran el camino certero para superarla, al menos «Mientras dura / el poema».

[Clarín nº 131. Septiembre-octubre, 2017]

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