Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

viernes, 16 de febrero de 2018

Gabriela Mistral


POESÍAS COMPLETAS, de Gabriela Mistral 
Editorial Andrés Bello, Barcelona, 2001

La editorial Andrés Bello publicó en 1999 unas cartas de amor firmadas por Lucila Godoy, maestra rural en Chile, y enviadas entre 1914 y 1921 al poeta Manuel Magallanes Moure. Lucila, con 26 años, acababa de recibir el premio de los Juegos Florales de Santiago. Había viajado desde Los Andes, pero asistió al acto de entrega entre el público. Al día siguiente le escribió a un miembro del jurado: «Manuel: Fui sólo por oírlo. No por oír mis versos; no por aquello de los aplausos de una multitud; por oírlo a Ud, por eso fui». Siete años más tarde, ya directora de un colegio de niñas en Santiago, Lucila cierra la carta que le escribe recién llegada a la capital con un lacónico «Hasta siempre», puramente retórico. Tal vez fuera la proximidad física lo que ahogó aquella relación que había vivido de la distancia con tanta intensidad. O quizá el hecho de que muy pronto Lucila Godoy iba a abandonar su pequeño destino pedagógico para emprender una vida errante por el mundo de la mano de la poesía, ahora con el nombre que le dio celebridad: Gabriela Mistral.
    La importancia de estas Cartas de amor y desamor para documentar la historia menuda y sentimental, llena de sombras y leyendas, de la Premio Nobel pasó desapercibida en España, acaso porque tampoco sus libros esenciales eran fáciles de encontrar en librerías. Ahora, la editorial Andrés Bello publica las Poesías completas de Gabriela Mistral, no exentas tampoco de sombra y de leyendas que la desvirtúan; se puede así empezar a comprender y a valorar una obra al mismo tiempo popular y desconocida.
    Sin duda su título más aplaudido es Desolación (1922), su primer libro. Hay ahí una religiosidad romántica y un énfasis formal en la estela modernista que inmediatamente calaron en la época. Con él se inicia también la línea esencial de su obra: el diálogo constante con el mundo, ya sea con personas, libros, acontecimientos o paisajes. Esta vocación y hasta voracidad por dar nombre a cuanto la rodea llena sus poemas de asuntos inusuales. A veces se ampara en formas de la tradición, pero en muchas otras ocasiones se la ve arañando tinieblas por dar cuerpo a objetos desposeídos de cualquier prestigio poético, desde construir una épica de la pedagogía rural hasta crear una imagen de la singular geografía de los extremos de Chile donde vivió: el desierto norteño y la aridez helada de la Patagonia. Y sorprenden sus sonetos: diáfanos e íntimos. Un verso del poema inicial podría anotarse como el lema de toda la obra mistraliana: «Carne fatal, delante del destino desnuda».
    Ternura (1924) es una isla en estas páginas dolientes: es un libro de deliciosa poesía infantil que clama por una edición exenta, tal vez ilustrada, donde en letra grande cobre vida este conjunto prodigioso de nanas, rondas y celebraciones de la vida rural: ¿habrá libro más hermoso que este para niños en castellano?
   Siguen Tala (1938) y Lagar (1954), dos libros excepcionales. La crítica ensalza más el primero porque despliega en todo su esplendor la poética indigenista y americanista, y alcanza plena madurez su lirismo trágico: «pues estoy tan sola / que se asombra de que haya mujer así sola». El lector actual, sin embargo, tal vez prefiera el segundo, más íntimo y seco, con más «aligeramiento» y «despojamiento» —palabras mistralianas. Lagar ahonda en la sinceridad y unicidad de su mirada insólita y rotunda —por mujer, por rural, por americana, por sureña, por comprometida... «Otra vez sobre la Tierra / llevo desnudo el costado». Desnudez de una soledad que cuaja en una poesía desgarrada y verdadera.

[El Ciervo nº 608. Noviembre de 2001]

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