1
Nos hemos reunido hoy, aquí, en la incertidumbre de esta tarde de marzo, para conjurarnos en el gran ejercicio de la orfandad. Como inválida manada de leones cuyo domador han alejado del circo unos ojos claros, como procesión de beatas que ha perdido a su obispo titular en un sórdido callejón del barrio chino, como bosquecillo de bonsáis que añora las manos del jardinero ausente, ocupadas acaso en un oficio de distinta nobleza... así hemos sido convocados aquí, hoy, en esta tarde, en esta incertidumbre, en este marzo que añora noticias de nuestro domador, nuestro obispo y jardinero.
Hemos venido aquí a conjurar el gran ejercicio de la nostalgia, agrimensores expertos en el vastísimo cráter de su ausencia, peritos en determinar qué orificios del alma se deben al hecho hipotético de que no esté ahora entre nosotros, como siempre estuvo, escuchándonos, arquitectos en ojales para ir cerrando los botones innumerables del abrigo que quedó de par en par un día de mayo y nadie ha sabido desde entonces cómo resguardarse del invierno, así hemos acudido hoy, aquí, con nuestros saberes y pequeñas habilidades para darnos consejos unos a otros, pasarnos el brazo por el hombro y acariciar nuestras mejillas mientras su nombre, con solo pronunciarlo, alimenta y humedece nuestros labios secos por las cartas que no llegan.
En fin, amigas y amigos, yo sólo soy aquí hoy uno de vosotros en este ejercicio compartido del homenaje. Desde que nos dejó para morirse nuestro arcángel Rafael, a nosotros, su cohorte de ángeles, nos une vínculo más hondo que un sacramento, que es la experiencia de la orfandad. Desde que nos dejó para morirse nuestro poeta Rafael, a nosotros, su tertulia de discípulos y aprendices, nos ata a las mesas de este café eterno nuestra ya eterna nostalgia. Desde que nos dejó para morirse nuestro amigo Rafael, a nosotros, sus amigos, todos nosotros amigos suyos, nos queda una vida, una inmensa vida por delante para el diario homenaje a su memoria.
2
Bajo el cielo indeciso, el libro cuya lectura hemos acudido a celebrar aquí, hoy, es, lo diré pronto y sin vacilaciones, no aguardaré hasta el final de estas cuartillas para decirlo, lo diré ahora mismo y luego, si fuera necesario, que enseguida veréis, queridos amigos, que no lo será, pero si lo fuera, luego diré por qué es lo que es este libro. Porque Bajo el cielo indeciso es una revelación.
Lo veis. Sabía que si lo decía tan pronto, me quedaría sin palabras. Me quedaría sólo con el silencio de esta verdad. Por eso quería decirlo tan pronto y no quería decirlo tan pronto, porque con el silencio siempre ocurre lo mismo: uno lo quiere y no lo quiere al mismo tiempo. Volveré a repetirlo ahora para ver, si ya acostumbrado al sonido de la frase, consigo decir algo más.
Bajo el cielo indeciso es la revelación de la poesía de Rafael Pérez Estrada en unos años en los que apenas nos había quedado poesía suya, en una época que algunos, yo mismo, habíamos catalogado como eminentemente narrativa, aseveración crítica que, después de este libro, no tiene ya sentido alguno.
Pero empecemos por el principio. Cronológica y estilísticamente Bajo el cielo indeciso es un libro misceláneo. Todos los libros de Rafael presentan, en mayor o menor medida, una composición miscelánea. Cuando digo esto soy consciente de la trivialidad que late en esta palabra ante su uso común, pero también del valor trascendente que tuvo en la obra perezestradiana. Es una paradoja que hay que saltar y que trataré de hacerlo como mejor pueda. La miscelánea estructural en Rafael no es fruto de la improvisación, hoy lo sabemos, sino de una suerte de idea platónica de la escritura. Los títulos que Rafael fue publicando en el curso de su vida no eran más que las sombras de los Libros —ahora con mayúscula— que iba escribiendo. Hoy conocemos esos 18 Libros —con mayúscula inicial—: encuadernados en piel, con un papel extraordinario, en ellos Rafael no sólo transcribía los poemas sino que los rodeaba de dibujos y pinturas, los situaba en su plena idealidad estética: siempre manuscritos —Rafael, maestro pendolista, hizo de su propia caligrafía una obra de arte—, siempre hermanados con el dibujo y la pintura, amparados siempre por la elegancia, la nobleza y la excelencia de los materiales —como corresponde al antifonario que guarda el secreto de la música de las esferas más altas.
Así escribió Rafael sus l8 Libros —con mayúscula inicial. Sus 18 Libros ideales. Luego, cuando surgía la oportunidad de publicar un libro (ahora con minúscula), Rafael abría sus Libros ideales y mecanografiaba partes, secciones, poemas, series... que enviaba a la imprenta. El resultado era, pues, misceláneo en su propia esencia, puesto que el volumen resultante siempre mostraría las sombras de los Libros Ideales.
Este descubrimiento del taller del poeta, no sé si os dais cuenta, amigas y amigos, rompe con todos los hábitos contemporáneos de la manifestación literaria, vinculada siempre y por esencia a una bibliografía concreta, a una sucesión de títulos que en sí mismos se consideran la obra poética. Nada de eso resulta satisfactorio a la hora de hablar de Rafael, evidentemente. Su bibliografía es sólo una parte, la parte visible del iceberg, de su gran Obra Poética, que, como en los mejores tiempos del Renacimiento, remonta desde el poema y se expande hacia el poeta y sitúa en éste, en las acciones del poeta y no en su bibliografía, el epicentro de su poesía: que está en el trazo, en la caligrafía, en el libro ideal, en la construcción secreta, personal y manuscrita de la obra, al margen de la contingencia espuria de la imprenta.
Este Bajo el cielo indeciso es, a imagen de sus libros, también un libro misceláneo. Hay en él dos secciones olvidadas por Rafael sin duda por su carácter fronterizo en la travesía estilística del autor; así «Los sueños de Tremecén», escrito en el verano de 1987, posee un acentuado regusto épico que se sitúa en un extremo del estilo perezestradiano por el que el autor no siguió transitando; algo similar se podría decir de «Días de Marrakech», escrito en 1991 tras un viaje a Marruecos, serie que Rafael escribió consciente de la importancia que tuvo para él la aventura de ese viaje, pero que olvidó inmediatamente después consciente también de íntimo repudio que siempre mantuvo a la anécdota biográfica como eje central del poema. Son dos series olvidadas que emociona rescatar ahora por su carácter marginal y extraño a los pilares que reconocemos como maestros de su poética.
El grueso de Bajo el cielo indeciso está formado por los poemas que Rafael Pérez Estrada escribió entre los años 1993 y 1996, tal vez hasta 1997. Los poemas se agrupan en tres secciones distintas que respetan el legado del autor: puesto que los poemas se descubrieron en tres carpetas distintas con rótulos que los situaban cronológicamente. En una de las tres carpetas había una hoja manuscrita que, junto a la datación de los poemas, al pie, añadía la siguiente mención: «Título: Bajo el cielo indeciso». Así pues Rafael no sólo nos legó este amplio conjunto de poemas, sino también nos dejó el título que debía encabezarlos, y coincidiréis conmigo en que es realmente un título absolutamente maravilloso, al que los editores de Calambur han sabido encontrarle una cubierta a su altura; cubierta y edición que a Rafael, atento especialmente a la belleza de los libros, le hubieran entusiasmado, de eso no albergo duda alguna, y si dudo de algo es del tiempo verbal que utilizo, pues estoy tentado a decir, que Rafael, en efecto, está entusiasmado con el libro que le habéis hecho en Calambur.
Si recordamos ahora la bibliografía de Rafael en el período en el que fueron escritos los poemas de Bajo el cielo indeciso, en el período que va desde 1993 hasta 1999 —fecha de edición de dos libros importantísimos en la obra poética de Rafael, El grito & diario de un tiempo difícil y El levitador y su vértigo— sus publicaciones poéticas se restringen a espléndidas ediciones de bibliófilo, artísticas, con un valor inmenso pero que en su conjunto dieron a la luz un número reducido de textos (las evoco aquí: Crónica de amor de una muchacha albina, editada por Andrea Luca con grabados de Juan Carlos Mestre en el 93, El vendedor de logaritmos, preciosa caja de madera ilustrada por Rafael con unas serigrafías en su interior entrañables, en el 98, y en el mismo año apareció El viento vertical, muy curioso libro editado en Béjar con poemas en las páginas de color azul marino y dibujos de Rafael impresos en azul marino en las páginas blancas). Frente a estas obras primorosas, los libros de Rafael que llegaban a las librerías en estos años hablaban sobre todo de un cambio de rumbo en su obra literaria, orientada ahora hacia un mayor gusto narrativo: La sombra del Obelisco (93), subtitulado «Novelas», El Domador (95), y la novela Ulises o Libro de las Distancias (97), primera novela publicada por Rafael, aunque no fue la primera escrita (pues antes había redactado y dejó voluntariamente inéditas nada menos que tres novelas: Los domingos perdidos (escrita en 1977), Sebastián (escrita entre 1984-1985) e Hipólito (escrita en 1986)... materiales inéditos que sustentan el iceberg narrativo visible a partir de los 90 y como algo parecido se podría decir del teatro, todo ello nos llevan a concluir que Rafael no sólo mezcló todos los géneros, sino que también escribió siempre en todos los géneros, aunque sólo publicara circunstancialmente en uno de ellos.
Pues bien, este carácter eminentemente narrativo que señalan los libros publicados en los años 90 queda en entredicho en Bajo el cielo indeciso, donde emerge la poesía que en esos años fue escribiendo Rafael al par que construía sus títulos más narrativos. Esa es su revelación; su, digamos, primera revelación, o revelación metafórica de la revelación más importante y es aquella que nos convence de la grandiosidad de la obra literaria de Rafael Pérez Estrada de la que los libros que él publicó y los que en su estela seguimos publicando sólo son una pálida, pálida, pálida sombra, apenas teselas sueltas de un inmenso mosaico que un día, estoy convencido, mereceremos contemplar completo e impresionarnos con su insólita inmensidad.
[Inédito, 2005]
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