No es esta la primera vez que José
Manuel Benítez Ariza lee sus poemas en Barcelona. Hace tres años vino a
presentar su libro anterior, Arabesco,
yo no me enteré de la convocatoria, pero entre los poetas que acudieron a
escucharle estuvo José Carlos Cataño, que hoy ya no está con nosotros. O tal
vez sí, quién sabe.
Benítez
Ariza está estos días de paseo por Barcelona. Hay cosas que pasan de padres a
hijas y también existen cosas que pasan de hijas a padres, como el gusto de
venirse de vez en cuando a pasear por Barcelona. Y me ha parecido una buena
idea apartarle una mañana de su afición acuarelista y obligarle a que nos lea
unos cuantos poemas.
Antes
de presentarle me vais a permitir que hable un poco de mí. Le conocí una tarde
en su ciudad, en Cádiz. No recuerdo el año, pero no andaría muy lejos de 1980.
Los dos veinteañeros. Él más veinteañero que yo, pues es mucho más joven. Tres
años. Me lo presentó una amiga común, gaditana, y estuvimos toda la tarde en
una terraza charlando. ¿De qué hablaríamos? No tengo ni la más remota idea.
Desde entonces no he vuelto a verle ni a tratarle hasta la primavera pasada,
casi cuarenta años después. Había venido a pasear a Barcelona, ya convicto del
virus filial. Hablamos por teléfono y quedamos en Sant Andreu, que es su barrio
de adopción y, curiosamente —será que no hay barrios en Barcelona— también en
el que nací yo. De la conversación de aquella tarde recuerdo una expresión mía
que se convirtió en un concepto «Y yo también». Nos pusimos al día de los
cuarenta años que habíamos estado sin vernos, pero no sin leernos, y fue
sorprendente comprobar que los dos habíamos cultivado los mismos géneros
literarios y de la misma manera: con un epicentro en la poesía (José Manuel con
once títulos y dos antologías), una excursión temporal hacia la narrativa (ha
escrito cinco novelas), sobre todo como manera de testimoniar su época, como
queda patente en su emblemática Trilogía de la transición, un acompañamiento
de prosa memorialista en forma de diarios y una dedicación a la crítica
literaria durante años en revistas y periódicos y también a la traducción. Y
compartiendo las mismas editoriales: Pre-Textos, Paréntesis, La Isla de Siltolá
o Cypress. Aunque allí donde yo he publicado un título, él ha sacado tres o
cuatro. Wikipedia le atribuye le atribuye 32 títulos y a mí 29. Pero, en
conjunto, no creo que haya ningún otro escritor contemporáneo con el que
mantenga tantas coincidencias.
Luego
José Manuel me habló de su padre, y le dije, «y el mío también», me preguntó
dónde guardaba mi biblioteca, si me cabía toda en casa, y le dije que no, que
estaba repartida en tres lugares: en Barcelona, en una casa de campo y en la
que fue mi habitación en la casa de mis padres; y al devolverle la pregunta me
devolvió mi misma respuesta. Pero cuando empecé a sospechar que las vidas
paralelas que habíamos llevado en la distancia tenían una extraña materialidad
fue al ver una foto del interior de su casa en Puerto Real que me dejó de
piedra. O mejor, de mármol. Porque certificaba que los dos caminamos en
zapatillas a diario por un pavimento idéntico. Por eso cuando a principios de
octubre llegó a Barcelona y se quejó de un esguince en el brazo izquierdo, que
es exactamente el mismo esguince que padezco yo en el brazo del mismo lado,
pero en el mío, ya ni siquiera le di importancia a la casualidad.
Hace unos meses, cuando apareció Realidad,
el libro que este mediodía ha venido a presentarnos, aproveché la ocasión para
leer su libro anterior, Arabesco, que
se me había pasado por alto. Y sobre los dos le escribí una carta que me
gustaría recordarla ahora como preámbulo a su lectura.
He disfrutado más leyendo Arabesco y Realidad juntos que si los hubiera leído por separado. Son
hermanos, claro, pero como muchos hermanos cada uno lo es a su manera y no se
parecen en nada. Tienen un aire de familia, que es el estilo poético de Benítez
Ariza, ya bien asentado en el poema meditativo y en una métrica depurada que conduce
al lector como una barca sobre las aguas de un lago, sin oscilaciones.
¡Pero son dos libros tan distintos! De
los dos, el primero parece escrito
para contradecir a Alberto Caeiro. Caeiro decía «yo no tengo metafísica, yo
tengo sentidos». Arabesco le replica:
«como tengo sentidos, tengo metafísica». En la mayoría de poemas destaca su
propósito de encontrar el pensamiento que contiene cualquier observación de lo
real. Una metafísica leve, sencilla, cotidiana, pero nuclear. Casi se diría,
una verdad. La verdad que contiene lo
que observamos como mera disposición del mundo. Es un libro hermoso en el que
los grandes poemas se suceden sin que el lector lo perciba.
La parte central del libro, una treintena
de poemas en prosa, no tiene nada que ver con el resto. Está perfectamente en
él como contraste, pero su propósito es diferente. Y en el momento de leerlo me
produjo una sensación paradójica sorprendente: con qué facilidad en la prosa
(poética, sin duda alguna) se desliza la descripción de lo real hacia sus
fronteras, de un modo casi visionario,
mientras los versos, en especial los de este libro, y por su propósito de
destilar pensamiento, presentan una realidad sustentada en su concepción,
digamos para entendernos, canónica. Pensé: con qué facilidad la prosa vuela y
el verso se queda pegado al suelo.
Lo que no sabía entonces, y ahora ya lo
sé, es que «Cuaderno de campo», ese conjunto de poemas en prosa, presagiaba los
poemas que aún no habían sido escritos, o tal vez sí, pero aún no se habían
publicado. Anunciaba: Realidad. Es
curioso, siendo el mismo estilo y parecidos motivos, no hay libro más opuesto a
Arabesco que el que le sigue. Ahora
es al autor de Arabesco a quien el
autor de Realidad replica: «porque
tengo sentidos, puedo cerrar los ojos y olvidarlo, o reírme de mí mismo».
Ahora los poemas carecen de metafísica. Tienen ironía. Una ironía profunda, implicada en la existencia de las cosas. Y buscan dibujar con palabras no la Realidad, sino sus fronteras, allí donde se escapa. Es el carácter propio del hermano menor: más movido, más gamberro que el estudioso hermano mayor. De un libro a otro se pasa del clasicismo a la modernidad. A mí me gustan los dos. De hecho, no sabría elegir uno. Son dos caras de una misma moneda.
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