Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

martes, 31 de mayo de 2022

Darse la vuelta | «Maestro de distancias», de Jordi Doce




Maestro de distancias (Albada editores, Madrid, 2022) consolida un giro radical de la poética de Jordi Doce (1967), que se presentía en publicaciones breves anteriores, pero que en este volumen se muestra en su completa dimensión. La insatisfacción frente a la escritura, la conciencia de fracaso ante cualquier asedio verbal, pero también ante la insuficiencia fenomenológica de la vida («No hay nada que decir, / nada con qué decirlo») son una constante de los siete títulos que le preceden. Es un camino que podía prologar el silencio y que, de repente, se vuelve hacia sí mismo para descubrir que «Cuando nada se espera, todo es futuro».

         Poema escrito en fragmentos de prosa, se podría pensar que el giro que imprime a la obra del poeta este libro es eminentemente formal. Lo es, pero solo en aspectos estructurales. Los 101 textos (o mejor, un lema inicial y cien fragmentos) que componen el poema ocultan una métrica de silva —heptasílabos y endecasílabos, sobre todo— tan firme como si apareciera escandida. En muchos casos incluso la puntuación refuerza las pausas entre versos. Como ejemplo, este fragmento con tres frases endecasílabas: «Somos luces al fondo de un camino. Poner un pie tras otro ya es bastante. Caminar, tanta noche, hacia la llama». Tampoco aquello sobre lo qué decir varía en Maestro de distancias. La raíz lírica de la poesía de Jordi Doce, el ámbito biográfico de sus referencias y la preocupación por la temporalidad permanecen como temas esenciales de su poética, en los libros anteriores y en este.

         El giro copernicano del libro se produce en el modo de significar. La claridad empírica y analítica, de estirpe anglosajona, que se había desarrollado en los títulos anteriores, se transforma aquí y consolida una dicción densamente simbólica. Una oscuridad significativa cuyo viraje el poeta enuncia de manera diáfana: «El sentido es confuso. ¿La confusión es el sentido?». Es decir, invierte el valor del significado, ya no es un medio para aclarar un asunto simplificándolo, sino para oscurecerlo a través de su complejidad. Los temas líricos que desarrolla el libro —el tiempo, la enfermedad, la convivencia («nosotros»), la vejez y el horizonte moral— evitan la indagación objetiva y la sustituyen por una acumulación de imágenes verbales con escasa concreción, pero con un alto valor simbólico. Sirva como ejemplo el inicio de este fragmento en el que una acción figurativa se explica con una evocación metafórica: «Habéis llegado. El hilo que debía sacaros del laberinto es un alambre y sus púas se os clavan en la mano hasta hacerla sangrar, y la salida lleva a otra salida, ajorcas de sal en los tobillos…».

         Si bien los aspectos formales son deudores de la poesía métrica propia del poeta, hay uno novedoso en el libro que resulta relevante, su estructura. Un fragmento se inicia con una referencia al cine: «Recuerdas aquella película…». En el lenguaje cinematográfico se utiliza el término plano secuencia para designar el rodaje de una escena o conjunto de escenas sin realizar cortes. Cabría definir también Maestro de distancias como un «poema secuencia»: una extensa meditación que prescinde de la sucesión de poemas convencionales, es decir, sin cortes en la expresión, como muestra el hecho de que haya elementos que reaparecen en diferentes fragmentos, y, sin embargo, el significado vaya cambiando, pase de zonas explícitas a otras abstractas, también con variaciones de persona verbal, a veces es el yo quien significa; a veces, el tú; otras, nosotros o vosotros; no como personajes que actúan, sino como máscaras líricas. Hay un avance por diferentes asuntos, arriba enunciados, incluso con giros repentinos, pero sin ningún corte textual en la continuidad.

          Los fragmentos, en forma de teselas que crean el significado del conjunto, están organizados en torno al tema central de la temporalidad del siguiente modo: un lema inicial marca el tono del libro, coherente con su modo de significar como oscuridad antes que como análisis: «Del tiempo no sabemos». Y le siguen, repartidos, quince adagios o aforismos sobre el tiempo que a su vez distribuyen de manera ordenada los fragmentos de seis en seis (con dos excepciones, una combinación de cinco y siete, y el último, que preludia el texto, anticlimático, de cierre).

         En esta perfecta composición, con zonas de luz y zonas de sombra, el título alude a la pieza del mosaico que justifica el giro copernicano en la poética de Jordi Doce: el concepto de «distancia», epicentro de la necesidad del nuevo modo de significar que desarrolla. La distancia, en la que el poeta adquiere maestría al vivir, tiene dos caras; una es la conciencia de la irreductible complejidad de la vida: «Nuestra vida es imprevisible. Para decir se necesita esta distancia». Otra aparece revelada mediante la alegoría del maestro de obra que ciega desde dentro las ventanas: «Volvió una mañana para rematar el trabajo, pero nunca se le vio salir», es decir, la conciencia de la irreductible soledad de la expresión. Ambas concepciones tienen la virtud de abrir la poesía hacia la infinitud de lo insondable.

[Letras 21 | nuevatribuna.es | 29 de mayo de 2022 | Enlace]

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